Los valores y perspectivas del trabajo humano
A continuación transcribimos la presentación Carlos Custer, miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz del Vaticano, ex embajador argentino en la Santa Sede, en la tercer sesión de la cátedra 2005 del Foro.
Siempre recuerdo el artículo 14 bis de la Constitución Nacional, que dice que los trabajos en diversas formas gozan de la protección de las leyes, las que aseguran al trabajador condiciones dignas y equitativas de labor, jornada limitada, descanso y vacaciones pagas, retribución justa, salario mínimo vital y móvil, igual remuneración por igual tarea, participación en las ganancias de la empresa, con control de la producción y colaboración en la dirección. Y sigue el artículo.
Esto no es ningún manifiesto sindical: es la Constitución Nacional, que enmarca lo que llamamos el deber y el derecho del trabajo. Hace poco se presentó en Buenos Aires el Compendio Social de la Doctrina de la Iglesia, y hay una parte muy importante referida a las relaciones económicas, la empresa, el trabajo, y los sindicatos. Es un material de consulta interesante que recupera y sintetiza la enseñanza social de la Iglesia, sobre todo las encíclicas de ese gran Pontífice Juan Pablo II. Particularmente hay una encíclica que se dedica al trabajo humano. En dos capítulos que tomé se dice que la relación entre trabajo y capital se realiza también mediante la participación de los trabajadores en la propiedad, en su gestión y en su fruto. El trabajo, por su carácter subjetivo, personal, es superior a cualquier otro factor de la producción. Este principio vale en particular con respecto al capital.
Juan Pablo II distingue el trabajo subjetivo del objetivo del trabajo. El valor objetivo es lo que se produce: bienes, servicios. Es el fin del trabajo: producir algo. El Papa dice que hay un valor subjetivo, que es quién lo produce: el trabajador, y que es mucho más importante y prioritario el valor subjetivo que el objetivo. Este es un concepto realmente revolucionario: ver el trabajo no tanto por lo que hace sino por quién lo hace. Esto parte de una concepción antropológica y filosófica de la prioridad de la persona humana, de la dignidad de la persona humana.
En esta rápida introducción conceptual aparece Jeremy Rifkin, con una de sus obras más famosas, que es "El fin del trabajo". Rifkin, Presidente del Instituto de Tendencias Económicas Internacionales de Washington, consejero del Presidente Carter en su momento, consejero económico, profesor en Harvard, dice que no nos hagamos ilusiones, porque por más que la economía mejore no va a haber trabajo. Es la realidad a la que nosotros hemos asistido en la década del 90, cuando estábamos eufóricos con el 1 a 1, la paridad, y la economía crecía, pero a la par crecía la desocupación. Yo me acuerdo que en marzo del ‘95 la desocupación, en el período de expansión económica, era del 18,5 %, y nadie entendía cómo un país que crecía tenía más desocupados. Y es porque no hay una relación directa entre la economía y la ocupación, aunque parezca mentira.
Ciertamente que es bueno el crecimiento económico; es necesario pero no suficiente. Rifkin lo dice en su libro: la tecnología hace que se generen trabajos indirectos pero no va a solucionar el problema del trabajo, y, al contrario, tiende a excluir. La posibilidad de mayor empleo radica en las pymes, en la pequeña empresa, en el comercio, en los servicios, no en las grandes empresas.
¿Y qué dice Rifkin sobre esto? Además de las medidas económicas, de aliento al crédito, de promoción de la pequeña y mediana empresa, él recupera lo que se llama el tercer sector. No va a haber trabajo tradicional para todos y, lo que es más grave, yo no creo que haya democracia ni estabilidad si no hay trabajo. ¿A qué se refiere? A que hay que revalorizar el trabajo más allá del rendimiento estrictamente financiero y del capital. Va a haber trabajo que no dará rendimiento financiero, pero va a dar inversiones sociales. Pongo como ejemplo el sistema belga. Ahí el ama de casa recibe un sueldo por ser su condición.
Los franceses buscaron alguna forma muy discutida de reducción de jornada de trabajo. Dijeron: “Señores, si hay poco trabajo, repartámoslo”. No es cuestión de que algún obrero trabaje ocho horas y quizá tenga que hacer dos horas extras, que no siempre se las pagan, pero lo hace porque tiene que asegurar la continuidad del trabajo, mientras que hay otros que no tienen trabajo. Entonces creo que esta creatividad es muy importante. Los belgas tienen un puesto que se llama animador de jóvenes. Es un nuevo trabajo, hombres de entre 25 y 30 años son entrenados para ir a recuperar a la juventud que, aún en los países desarrollados, está en los barrios periféricos.
Cuando la Central de Trabajadores Argentinos tuvo la idea de lo que luego fue el Plan Jefas y Jefes de Hogar, lo llamó Programa de Empleo y Formación, porque nunca a los trabajadores ni a los sindicatos les gusta hablar de seguros de desocupación, porque es lógico que lo que la gente quiera es trabajo. Se ha deformado la mentalidad y se ha acostumbrado al subsidio. Pero la gente por dignidad quiere trabajo y la posibilidad de progresar y mejorar, y no quedarse enterrado en un subsidio de $150. Por este caso fuimos a hablar con el presidente De la Rua que dijo que la idea era fantástica pero que no había cómo financiarla. La verdad es que si el Estado en el año 2000 hubiera invertido más, se hubiesen ahorrado muchos más gastos después. Argentina no puede estabilizarse con 10 millones de pobres. País que a su vez es el primer exportador de alimentos per capita del mundo. Es un contrasentido que no puede arreglar el mercado. Además de ser una injusticia, es una barbaridad, porque la propia regla del capitalismo es que si no hay trabajo, no hay economía capitalista. No es sólo un problema de justicia, de equidad; se trata de incorporar nuevos consumidores, porque si no aumenta cada vez por el impulso tecnológico la capacidad de oferta, termina disminuyendo la demanda.
Gran capacidad tecnológica, gran crecimiento económico, cada día la ciencia avanza más y deja como resultado una situación que es, cuanto menos, para quejarse. Hubo una enorme desvalorización del trabajo. Estoy en contra de los fundamentalistas del mercado, porque creo que el mercado es necesario, conveniente e imprescindible, pero además existe la subcultura de que el que trabaja es un gil, como dice el tango, o, como dice algún político renombrado, que la plata no se hace trabajando en este país.
La financiación de la economía, la especulación, los capitales golondrina, además de nuestra responsabilidad, la de los políticos, empresarios y sindicalistas, todo eso hizo de un país rico un país pobre, porque además se desvalorizó mucho el trabajo. Y lo que también es grave es que nosotros estamos frente a una generación en la que muchos no han visto trabajar a los padres, que ha perdido la cultura del trabajo y que, en un ámbito de enorme inseguridad, prefieren cobrar el seguro y no ir a hacer una changa en una obra de construcción.
Es nuestro el esfuerzo, superando las doctrinas neoliberales que pensaron que el mercado lo iba a arreglar todo. La Argentina tiene que ir hacia una gran política de consenso, como sucedió en otros países, como España, Bélgica y Francia, por ejemplo. El conflicto social es permanente y la distribución del ingreso, de la renta, va a ser siempre una cuestión en discusión. La pregunta es cómo podemos crear esa cultura de diálogo: hablar, escucharnos y buscar algo que es clave también en el pensamiento cristiano. Es importante que seamos capaces de armonizar en función de los intereses de nuestro pueblo un desarrollo justo y solidario de las riquezas que tenemos, ya que tenemos una potencialidad enorme. Lo que nos falta es sentarnos, dialogar, escucharnos, defender identidades e intereses, para buscar el bien común.