El rol de los empresariosven el proceso de cambio.
Sobre este tema expuso Luis Bameule, presidente de Quickfood y miembro de la Asociación de Empresarios Argentinos. Esta fue su ponencia:
El concepto de la sociedad en cambio es casi una novedad, y la novedad, en sus últimas épocas -particularmente desde la mitad del siglo pasado hasta nuestros días- se encuentra en la aceleración de los cambios. Sin duda, con cualquier parámetro que quisiéramos tomar, se verifica una aceleración de los cambios, y el hombre, si bien no es exactamente el mismo que en épocas pasadas, en lo que respecta a lo básico de su vida sí lo es. Entonces, es un desafío muy grande adaptarse a cambios tan acelerados.
La empresa también ha vivido cambios en las últimas épocas. Estos especialmente están relacionados con el fenómeno actual de la globalización, donde las personas, los capitales, las mercaderías, las noticias y la información circulan por el planeta a una velocidad nunca antes vista.
Sin embargo, hoy más que nunca se verifican restricciones a la circulación de las mercaderías. Además, mientras los capitales se mueven a una gran velocidad, al mismo tiempo se trata de controlarlos, de fijarlos y de regularlos, pero se fracasa en este intento de regularización y estos huyen o reingresan antes de que cualquier medida se pueda poner en funcionamiento. Sobre las noticias mejor ni hablar, y respecto de las personas, son conocidas las restricciones, cada vez mayores, para viajar internacionalmente: se restringe el ingreso a veces por la excusa del terrorismo, otras para evitar que ingrese gente para “quitar” puestos de trabajo a personas locales, etc.
En este contexto, en este mundo global, se mueven las empresas. No pensemos solamente en las grandes sino también en todas las empresas, incluyendo a las pequeñas. Porque las grandes, en su inmensa mayoría, han sido pequeñas en algún momento.
La empresa presenta, como pocas instituciones en la Argentina, esta dualidad entre creencias y valores que mencionó el Rabino Goldman.
Así como, en muchos casos, se la considera el motor del progreso, el motor del cambio y la institución que permite expresar las vocaciones laborales de las personas, dar trabajo, multiplicar la riqueza, el desarrollo de tecnologías, etc, por otro lado, frecuentemente se la demoniza: porque evade impuestos, porque la empresa grande seguramente se “come” a la pequeña, porque si alguien tiene ganancias será porque otro tiene pérdidas o succiona recursos de un sector de la sociedad en beneficio de otro, etc.
Navegando en la realidad de la Argentina, en esta dualidad que tanto daño nos ha hecho, los datos objetivos que obtenemos son que el nuestro es uno de los países que menos creció en las últimas seis décadas, que ha perdido no sólo protagonismo sino también renta por habitante y nivel de vida. Sin embargo no cabe duda que dispone de recursos que no son o no han sido bien transformados y multiplicados, y que esta responsabilidad grave respecto al fracaso argentino como sociedad y como país tiene que ver, básicamente, con las respectivas dirigencias que han manejado al país en las últimas décadas.
Esta dualidad no ha ayudado en el tema, porque el capital, entre invertir en un país donde la incertidumbre es permanente y las reglas cambian constantemente e invertir en aquellos lugares donde hay un cierto marco de reglas previsibles, generalmente opta por lo más sencillo, por lo más fácil.
Es sabido que iniciar un emprendimiento en la Argentina es complicado: decenas de gestiones que llevan muchos meses, que le dan trabajo a burócratas, a gestores, para tratar de ver cómo se empieza y no cómo se desarrolla un negocio. Esto no es bueno, no estimula los talentos ni la capacidad de emprender, y constituye la primera semilla de la que después nacen las empresas.
Y, en esta sociedad del conocimiento, que se esté discutiendo el rol de las empresas es muy serio; representa un atraso, un atraso cultural, no sólo de la sociedad en general sino de la propia dirigencia. En esto los propios empresarios hemos tenido una responsabilidad grande (compartida con el resto de la dirigencia, especialmente con la política), ya que no hicimos lo suficiente para afirmar el valor de la empresa y determinar para qué estamos, y no sólo ver qué servicios prestamos o qué mercaderías producimos, sino qué otro tipo de aportes podemos hacer en la sociedad.
En los últimos dos o tres años aparece con mucha fuerza el tema de la Responsabilidad Social Empresaria. Y aparece cuando en la sociedad y en su dirigencia no está muy claro el rol de la empresa. Entonces nuevamente entramos en esta dualidad que nos termina confundiendo a todos y no deja en claro demasiadas cosas.
Obviamente, hay que hablar de Responsabilidad Social Empresaria, pero también tenemos que hablar de la empresa. Y la empresa, además de multiplicar riqueza, dar trabajo, canalizar vocaciones, pagar impuestos y desarrollar tecnologías, también educa, capacita, forma. O sea que tiene un enorme potencial en la sociedad, tal como se ha expresado en aquellos países que más se han desarrollado en el planeta.
Aún los países de origen comunista, o aquellos muy complicados como la India, han terminado reconociendo el valor de la empresa. No puede ser que nosotros todavía nos lo estemos cuestionando.
Sin embargo en la sociedad se sigue debatiendo: si sí o si no, si privado o del Estado, si mixta o no, si les vamos a controlar los precios o no, si vamos a exportar porque es bueno para el país o vamos a poner retenciones para que no falte ese producto en el mercado interno; en fin, discusiones antiguas que en el mundo, o la mayor parte del mundo que crece, ya no están vigentes, que, en su mayor parte, terminaron hace 20, 30 o 40 años. Es muy delicado y duro para una sociedad tropezar con las mismas piedras.
Digo todo esto para recalcar esta necesidad de involucranos, de involucrar a las empresas y al resto de las dirigencias, porque si no ponemos en claro estas situaciones básicas, es muy difícil hablar a fondo y de verdad de Responsabilidad Social Empresaria.
Quien que tiene que empezar es seguramente el empresario, pero juega un papel muy importante en esto la dirigencia política, que tiene que conducir y gobernarnos a todos.
El empresario, insisto, no tiene que cerrarse, y, como decía alguno, “tiene que meterse mar adentro y no quedarse exclusivamente en la isla de su propia empresa”, porque buscando zafar termina perdiendo hasta la propia brújula empresaria, y tratando de salvarse o de salvar a la compañía, deja en muchos casos de ser un empresario de verdad y, para sobrevivir o para crecer, utiliza la prebenda, la coima o la reserva del mercado.
Esto sucede porque no tenemos un marco, reglas, balizas, que marquen un camino, que la mayor parte del mundo desarrollado ya marcó. Así que: a navegar mar adentro.