Los tres círculos viciosos de la política
Rosendo Fraga, director del Centro de Estudios Nueva Mayoría, aseguró que a mayor nivel de pobreza hay menor cambio político. Donde hay algún indicio de cambio también nos encontramos con mejores indicadores sociales. Esta fue su ponencia:
La función de la política consiste en articular el hacer colectivo, y esto se observa claramente desde la teoría de la polis, los valores cívicos y el compromiso ciudadano, factores que inevitablemente nos llevan al terreno de lo político.
Es inobjetable que en todo país el cambio se produce desde el Estado, y a su vez, el Estado cambia a través de la acción política. Si bien las Organizaciones No Gubernamentales (ONG´s) y la sociedad civil pueden opinar e influir políticamente, en última instancia, es la acción política la que impulsa el cambio que termina produciendo un impacto en la sociedad. El hecho es que, nos guste o no nos guste, si queremos cambiar la sociedad, no podemos dejar de lado el elemento político.
Dicho esto, cabe preguntarnos: ¿Qué es lo que está pasando hoy con la política en la Argentina? Para aproximarnos a ello, podemos mencionar tres círculos viciosos que, a mi juicio, han sido confirmados por la elección del 23 de octubre de 2005. El primero es el de pobreza-cambio que conlleva la siguiente premisa: a mayor nivel de pobreza, menor cambio político. En el Chaco, Formosa y Santiago del Estero, el oficialismo local obtuvo aproximadamente el 60% de los votos y ellas tienen los peores índices sociales del país, en términos de necesidades básicas insatisfechas y de nivel de pobreza.
Por el otro lado, donde sí encontramos algún indicio de cambio político, también nos encontramos con mejores indicadores sociales. Tal es el caso de Santa Fe, aunque debemos mencionar que Rosario posee indicadores sociales, educativos y culturales de un nivel alto que contribuyeron al cambio.
Es así como a peores indicadores sociales, mayor porcentaje obtiene el oficialismo; a mejores indicadores sociales, menor porcentaje obtiene el oficialismo. Esto es absolutamente público y verificable.
Por lo expuesto podemos aducir la existencia de un círculo vicioso que, lamentablemente, en el corto plazo, desincentiva a la política a tomar los riegos de un cambio profundo.
Cambiar, implica tomar riesgos. Y si esos cambios no aseguran un resultado electoral positivo en el corto plazo, el incentivo para tomar los riesgos se reduce. Por lo cual, si no se logra cambiar este círculo vicioso, es muy difícil que se produzca un cambio profundo en la política.
El segundo está ligado a la falta de participación ciudadana en el proceso electoral. En las elecciones del 23 de octubre de 2005 asistimos a la menor participación cívica desde los años treinta. Fue a votar menos del 71 % del padrón aunque el voto es obligatorio. Se registró 7% de voto en blanco y más de un 2 % de voto nulo. El voto positivo por partidos y candidatos fue del 60 %. Se puede decir que es mucho pero también es poco; porque los números igualan los obtenidos en el 2001 y el 2003. Estos datos nos dicen algo, que hay que tener cuidado con la cuestión de la participación.
La crisis política de los años 2001 y 2002, que acompañó la crisis económico-social más grave de la historia argentina (que aún no se ha superado en el campo social) todavía tiene sin resolver el problema de la representación.
Hay dos datos más confirman lo antedicho. En la Capital Federal, el 85 % de los presidentes de mesa citados no concurrieron a cumplir con su obligación. Esto no pasa en el resto del país, porque a medida que baja el nivel socio-económico y educativo, los presidentes de mesa tienden a cumplir más, y, por el contrario, a medida que sube el nivel socio-económico y educativo, los presidentes de mesa tienden a cumplir menos.
La razón es muy sencilla: la gente con mayor nivel educativo sabe que no cumplir con esa obligación no implica sanción alguna. Incumplir este tipo de obligación, es impune. El tercer círculo vicioso respecto al funcionamiento de la política conlleva la siguiente premisa: si la política no cambia, menos va a querer la sociedad participar de ella. Y si la sociedad no participa, menos va a cambiar la política.
Teniendo en cuenta el primer círculo vicioso (a mayor nivel de pobreza menos cambio), la gente vota más el status quo. Esto tiene múltiples razones sociales. Entre otras, está el caso de quienes reciben un subsidio, como ha sido el de jefes y jefas de hogar. Si se les preguntase por qué van a votar por el gobierno, seguramente nos encontremos con una respuesta de ésta índole: porque si viene otro, ¿quién me pone en la lista?.
Así de simple se establece, en la pobreza, una marcada tendencia por votar a quien está, porque con quien esté en el gobierno tiene algo, y si se va no sabe cómo llegar para obtenerlo.
En el Gran Buenos Aires podemos fácilmente encontrarnos con un tercio de la ciudadanía sintiendo bronca, un tercio desesperanzado y el restante tercio relativamente optimista. Si nos hallamos, de acuerdo a la segmentación social, con el hecho de que a medida que baja el nivel socioeconómico y educativo, aumenta el porcentaje de los que se sienten con bronca y desilusionados; se puede estimar que un 80 % de sus habitantes se encuentran hoy lisa y llanamente desesperanzados.
Difícilmente se logrará salir de estos círculos viciosos si no se logran cambiar dos temas centrales: el discurso y acción.
Si bien se organizan constantemente seminarios, se brindan vastos discursos y se discuten muchas cuestiones, todavía nos hallamos frente a una enorme incapacidad de acción. Y éste es un problema no menor que tiene que ver con nuestra cultura. Ortega y Gasset, filósofo, sociólogo y católico español, decía que los argentinos eran gente con un gran nivel cultural, que discuten y escriben con argumentos sólidos, pero cuando tienen que resolver problemas concretos, fracasan.
Hace un año en esta Cátedra Abierta planteé tres cuestiones como casos muy concretos acerca de por qué el país andaba mal. Dije: Primero, tenemos casi el 40% de la población bajo el nivel de pobreza. Hoy tenemos 34% de la población bajo el nivel de pobreza (según los números oficiales), hemos avanzado algo, pero no mucho. Y si bien la economía creció el 9% la pobreza bajó menos.
La pregunta es: ¿Por qué, si la economía creció 9 %, la pobreza baja más lentamente? Si bien la pobreza bajó en referencia a Abril de 2002, cuando había un 54% de pobres, desde hace un año baja menos, y con algunos agravantes. Pero para no ir más lejos, el mismo INDEC nos informa que el 50% de los menores de 14 años están bajo el nivel de pobreza.
Esto lo planteé hace un año y lo que pude hacer yo para solucionar esto reconozco que fue nada; estuve escribiendo o comentando, pero sin mayor resultado.
Tomo acá, a modo de ejemplo, una reciente polémica. La diferencia de enfoque del Episcopado y del Gobierno sobre la distribución del ingreso o de la riqueza. No solamente el Episcopado tiene razón en su planteo de una abrupta brecha en la distribución de los mismos, sino que los datos nos demuestran que la situación es peor de lo que dijo.v Antes que nada, hay que diferenciar dos cosas: ingreso y riqueza. Técnicamente, no significan lo mismo, pero explicaré dónde se halla la diferencia. El ingreso se determina mediante una encuesta del INDEC, que considera lo que la gente declara que recibe por ingreso mensual.
Entonces, uno puede decir que en abril del año 2002, la diferencia entre el 10% más rico y el 10% más pobre estaba en el orden de 44 o 45 a 1 y ahora ronda el 38 o 39 a 1 y, por ende, bajó la desigualdad en materia del ingreso. Pero hay que tener en cuenta que, en abril de 2002, no se estaban pagando subsidios y, en realidad, esta supuesta mejora del ingreso se produjo porque se le agregó el subsidio que todavía se estaba pagando.
Ahora, en lo que concierne a la riqueza, la diferencia la remarco con el siguiente ejemplo: ¿Cuánto creció el precio de la propiedad inmobiliaria en la Argentina desde el 2002 hasta el día de hoy? El 10% más rico, dueño de grandes propiedades (que era el que ostentaba el 44 o 45 % del ingreso y hoy tiene 38 o 39 %) se enriqueció por el efecto del aumento del valor de la propiedad inmobiliaria que está concentrada, justamente, en el 10% más rico. Esto es riqueza aunque no sea ingreso declarado.
Si se agregan los depósitos argentinos en el exterior (que también es riqueza) surge una contradicción: probablemente la Argentina sea el país más desigual del mundo, en el continente más desigual del mundo.
Este diagnóstico no es la solución, pero sí es una consideración necesaria para la misma. El 65% de los chicos de la edad primaria no va a poder cumplir con la ley de del año 2002, que establece un mínimo 180 días de clase en la escuela. Eso lo dijimos a fin del año 2004 y en el 2005 se volvió a repetir el mismo fenómeno: entre el 70 y 80 % de los chicos que van a la escuela pública no llegaron a los 180 días de clases, para una escolaridad de sólo cuatro horas por día.
Otro dato que es muy claro y de público conocimiento, fue planteado por el diario La Nación en el mes de abril de 2005. El mismo sostiene que si la Argentina tiene un promedio de 0.7 libro de texto por cada alumno, mientras que Brasil y Chile tienen 4 libros de texto por alumno, - no se trata de Japón o Alemania, sino de países de la región,- vemos que estos países financian 4 libros por alumno y siendo una cifra que representa el 0.03 % del presupuesto nacional. Pero aquí a nadie le interesa promover esto.
Otro punto para tomar en consideración: somos el país que ostenta el récord de muertos en accidentes de tránsito, con un índice de mortalidad estimado en 10.000 personas por año. Hace un año planteé esta situación de la pobreza, del funcionamiento en la escuela pública -que es la clave a largo plazo para corregir la desigualdad- y de los muertos en accidentes de tránsito. Un año después, el crecimiento económico ya mencionado no ha incidido en la solución de fondo de los tres problemas.
Hay algo que no está funcionando bien en el país y ese algo es la política. En esto me incluyo. No sólo me refiero a los políticos, sino la dirigencia en su conjunto. La solución depende de la acción de tres sectores o áreas: la política, el empresariado y los intelectuales, incluyendo a los periodistas y los analistas entre ellos.
Entonces, cuando miro los resultados de un año atrás, me siento muy frustrado porque, más allá de plantearlo y escribirlo, no hemos logrado nada en términos concretos. Una gran cantidad de gente tiene buenas intenciones en la Argentina y quiere mejorar las cosas, pero lo que no encontramos son formas operativas para mejorarlas realmente. Y en estos asuntos, la política es la responsable de articular la acción colectiva y reestablecer una interconexión entre los tres vértices del triángulo política, empresariado e intelectuales, como he dicho.
Ahora bien, si los intelectuales y los empresarios van a estar pensando en decir que es lo que le conviene hacer al gobierno de turno, estamos perdidos. Tenemos que asumir un debate de fondo sobre porqué en la Argentina estas cosas no están funcionando y luego llevar esta discusión al campo de la política. Porque si no lo hacemos, es muy difícil que lleguemos cambiar nuestro país.