Estados fallidos, desarrollo sostenible y corrupción
Sobre ese tema expuso en la segunda sesión de la Cátedra el profesor Eusebio Mujal-Leon, de la Universidad de Georgetown. Señaló que el problema en la Argentina no es económico sino político, y que el cambio pasará por las organizaciones de la sociedad civil y los empresarios. Transcribimos su ponencia en esta página:
Siempre digo cuando estoy en este país que es un atrevimiento que un ciudadano nacido en Cuba radicado en Estados Unidos se atreva de hablar en Argentina sobre la Argentina. Por eso voy a procurar hacerlo de un modo general y si entro en algún detalle o análisis más específico, les pediría con toda la humildad que me toleren, porque lo hago con mucho cariño. Llevo 6 años viniendo bastante seguido a este país, y estoy pasando algunos años sabáticos radicado aquí con mi familia y la verdad es que tienen un país muy lindo. También un país muy complicado, en el cual importa mucho relacionar esas dos palabras claves que resaltó el Pastor Mackey: responsabilidad y esperanza.
Creo que, tanto en Argentina como a nivel internacional, estamos viviendo una etapa de gran turbulencia, de gran incertidumbre, y es precisamente cuando las sociedades tienden a ensimismarse y también a empezar a culparse, a culpar otros, a desarrollar visiones absolutistas, a no ver las complejidades. Entonces, se lo lee en los periódicos tanto nacionales como internacionales, los que tienen la culpa de la crisis actual, sea en África del Sur, en la Argentina, en Tailandia, en Indonesia, en Estados Unidos, son los de afuera, como si las explicaciones fueran tan simples, y no lo son. Aquí hay ampliamente responsabilidades muy compartidas a nivel internacional, regional, nacional y social.
Todos somos partícipes de lo bueno y de lo malo de nuestras sociedades, activos o pasivos. No podemos vivir, desarrollarnos, sin estar en contacto o rozar con lo bueno y lo malo de nuestra sociedad. Al respecto les quiero hablar de la corrupción. Pero antes quisiera hablar de los Estados fallidos, del desarrollo sostenible y enmarcar el tema en un análisis de la globalización. Si bien a algunos no les gusta la palabra -podríamos utilizar otra- estamos hablando de un fenómeno que avanza paulatinamente, ante el cual hay que saber reaccionar. No creo en el determinismo ciego, ni en el plano económico ni en el político. Hay un rol muy importante, en particular en los momentos de crisis, para las decisiones y las tomas de posturas individuales y personales. Pero si empezamos por la cuestión de la globalización evidentemente vemos una serie de rasgos que voy a intentar conectar con esto del desarrollo sostenible y de la corrupción.
La globalización se caracteriza por muchos elementos; solamente resaltaré los que a me parecen más relevantes con respecto a la discusión de hoy. En primer lugar: lo que se refiere a la mayor integración económica a nivel internacional, y el desarrollo un poco tardío, pero importante no obstante, de instituciones multilaterales que intentan fijar reglas con respecto a esta cuestión. Van a la carrera, es decir el mercado primero impone y después vienen las instituciones. Esa es la realidad, pero vemos claramente una mayor integración económica y la creación de instituciones multilaterales que -funcionen bien o mal- son puntos importantes.
Si nosotros trazamos a nivel de sistema internacional, financiero, los desarrollos de los últimos cincuenta años, vemos que la Organización Mundial del Comercio, por ejemplo, todavía no ha empezado a funcionar bien, pero que tiene un contenido mucho más participativo, mucho más democrático en el sentido de amplitud, que lo que tuvieron los acuerdos de Breton Woods en el año 43 cuando algunos países, y esencialmente uno o dos, decidieron el marco financiero internacional. Ahora hay toda una red de instituciones, y lo estamos viendo a través de los fallos de las OMC, y hasta los grandes van teniendo que acomodarse.
Así que en primer lugar integración económica y desarrollo de instituciones multilaterales, no siempre con signo positivo, porque la integración como el desarrollo económico siempre trae problemas económicos, siempre trae reestructuración que es la palabra elegante que utilizan los economistas cuando quieren hablar de desempleo. Las reestructuraciones implican desempleo. Eso quizás será inevitable pero también tiene que haber una respuesta social. Esa respuesta depende en parte del entorno internacional y mucho también de la capacidad de las estructuras políticas y sociales del propio país. Es decir, no es cuestión de comprar y vender ideas neoliberales a ultranza que de hecho siempre fueron una gran equivocación. Si miramos a los países que han podido desarrollarse, que han tenido un desarrollo sostenible, los llamados del “primer mundo”, y los que ahora empiezan a poder a acceder al primer mundo, nunca han comprado la idea que se vendió por ahí de dejar que el mercado hiciera todo y que el Estado desapareciera. No existe el Estado débil en Europa, en Estados Unidos, ni en muchos sitios del mundo donde funciona el capitalismo ordenado. El Estado en los países industriales es fuerte; no es grande quizás, no es demasiado burocrático, pero es eficaz. Es capaz de ejecutar sus leyes, de implementarlas a través de procesos judiciales y de cobrar impuestos, que para mí son los primeros test de si el Estado funciona.
Tendrá tamaño mayor o menor, pero el test es si funciona. Hay muchos países donde el Estado no funciona o funciona mal.
La segunda característica es la reducción de los espacios autónomos que tienen los gobiernos para tomar decisiones económicas. Es una realidad no solo para la Argentina sino también para Alemania, Francia, Estados Unidos. Una cosa es lo que dicen los líderes políticos, otra es lo que tienen que hacer. Los marcos económicos determinan muchas de las acciones de los famosos países del G7. Los grandes sienten ese constreñimiento y también sufren a su manera las reestructuraciones. Todos los debates sobre pensiones en Italia, Francia, Alemania, Estados Unidos, tienen que ver con reacomodaciones a lo que son las presiones de reorganización, es decir, las presiones competitivas.
La repuesta a esas presiones está en la solidez y en la capacidad de sus instituciones y -un tema que tocará Sergio Berensztein- en la capacidad de la sociedad civil. En esos dos puntos neurálgicos residen las respuestas a estos elementos.
El tercer elemento, que ya de cierto modo lo he resaltado, es que la globalización le da un premio importante al racional, al mejor y eficaz funcionamiento de las estructuras políticas. En todo país las estructuras políticas y las estructuras sociales tienen su lógica, pero no necesariamente prima la eficacia. Puede primar la corrupción, clientelismo, el amiguismo, y de esa manera armar parcelas de poder que no van a ser capaces de generar ideas con respecto a lo que es el bien común.
La eficacia en las instituciones es importante tanto para el buen funcionamiento del Estado como para racionalizar el capitalismo. No quiero desarrollar demasiado la idea porque no tenemos tiempo pero evidentemente el capitalismo para ser democrático necesita un marco racional, institucional. Si no el capitalismo se convierte en rapaz y es capaz de devorar a la sociedad y a las estructuras políticas; hay muchos países del mundo donde eso ha ocurrido. Por último, dentro de un marco amplio la globalización exacerba las vulnerabilidades y tendencias sociales que ya existen. Se ven exacerbadas por los procesos de la globalización y la competencia que implican estos procesos. También es un debate en el cual no quiero entrar pero quiero plantear una cuestión que ya mencioné al principio. Si buscamos puntos de referencia históricos -y no situaciones comparables estrictamente- de turbulencia, de incertidumbre, nos tendríamos que remontar por ejemplo a los años ‘20 y ‘30. Piensen cuando estalla la primera guerra mundial -de hecho se cierra el siglo 19 en el año ’14- y no se restablece algo de orden hasta el año ‘45, es decir treinta años más tarde. Quizás, recordando otra guerra de 30 años del siglo 17, es cuando se empiezan a establecer los patrones. Esos patrones duran cuarenta, cincuenta años. Ahora estamos en una situación de incertidumbre, de falta de puntos de referencia sólidos.
El siglo 20 era entre otras cosas el siglo de los Estados-Nación, también de los partidos políticos, que se convirtieron en el eje, tanto en dictaduras como en democracias, de la organización de la vida política. Pero a a nivel internacional fue el siglo de los Estados Nación, porque si bien durante el siglo 19 había habido a la fuerza toda una concentración del poder en manos de tres o cuatro imperios, en siglo 20 hay una explosión nacionalista que nos lleva a doscientos cuarenta y tantos miembros de las Naciones Unidas. Estados supuestamente soberanos, que figuran en el mapa como si fueran Estados-Nación. Pero mientras se consolidaba ese mapa político nos fuimos dando cuenta en primer lugar que no todos los Estados son iguales, que algunos tienen más capacidad que otros, y en particular que algunos tienen grandes problemas en articular un proyecto nacional. Esto es muy importante porque hay un número muy importante de países en el mundo, y me atrevería a decir en América Latina, en los cuales los líderes no tienen estrategia, no tienen idea de hacia dónde quieren llevar al país en 20 o 25 años. Dirán ¿que utopía es esa? Yo no estoy diciendo que los líderes políticos no puedan luchar o competir. Eso es parte de lo que tiene que ser el juego político, la competencia. Pero hay temas tan importantes, como por ejemplo los referidos a políticas publicas, educación, medio ambiente, en los que no pueden tomar decisiones basados en lo que va a ocurrir el año que viene, o a los 6 meses o al mes, porque representan sectores donde hay que hacer una inversión estratégica y el rendimiento lo van a ver en 25 años. Las élites tienen que ser capaces de sostener esa inversión durante 25 años porque está demostrado en el último medio siglo que los países que han podido salir del subdesarrollo, o que han podido desarrollarse para decirlo mejor, son los que han sabido invertir en infraestructura estratégicamente. Los tigres asiáticos por ejemplo, con todas sus debilidades, con todos sus problemas, Taiwan, Corea, han sabido invertir en esa dirección, y la misma China Continental.
Son estrategias de mediano y largo plazo que requieren consenso para que si hay conflicto político no se cuestionen las instituciones, ni su legitimidad, sino que más bien se establece un marco y dentro del mismo puede avanzar el país. Lamentablemente, y esto diciéndolo como académico, intelectual, no quiero entrar en casos concretos, si hacemos el repaso de América Latina creo que quizás podemos identificar dos o tres países que tienen proyecto de país. Les tengo que decir también que yo no estoy tan convencido de que la Argentina tenga proyecto de país. Esta es una gran debilidad porque el proyecto de país se relaciona con lo que habló el Pastor Mackey, que es el tema de la esperanza, tener perspectiva de futuro. La mejor prueba para saber si hay proyecto de país es ver cuáles son las actitudes de la gente joven. Cuando los jóvenes se marchan es muy mala señal. Cuando existen amplias capas que por razones económicas, sociales, lingüísticas, étnicas o lo que sea, o alguna combinación, están marginados, eso también es un voto en contra. Cuando se habla de altísimos niveles de pobreza, de marginalización, de caída del rendimiento productivo, etc, se habla de franjas que no están, que no participan, y de hecho es un voto en contra del futuro. En términos financieros, fiscales, el coste que representa esa marginalidad es muy superior a lo que podrían demandar programas puntuales, eficaces, de ayuda para su reincorporación.
No estoy hablando de regalar el dinero sino de programas que se han probado en otros países, que han tenido éxito, algunos menos y otros más, en la tarea de llevar a cabo la reinserción social. Hay una relación muy alta entre países que les falta proyecto de país y tasas de marginalización. Creo que ese es uno de los temas que los argentinos tienen que empezar a enfrentar. Este país no tenía ese problema tan agravado hace diez años y hoy lo tiene. En ese sentido se están pareciendo cada vez más a otros países de América Latina; ya no son tan distintos.
Vemos Estados fallidos en varias partes del mundo, en Afganistán, en África, en América Latina, en países penetrados por ejemplo por mafias de narcotraficantes. Otros sufren fuertemente las presiones económicas y demográficas, o la corrupción, que ponen en jaque al Estado. También hay un número de países, 25 o 30, que tienen instituciones sólidas, con legitimidad. Esa penetración por parte de grupos criminales o de mafias políticas en el Estado es la raíz de la falta de desarrollo.
Con relación a la Argentina, hablo como observador, con cariño, reconociendo lo poco que conozco el país. Ya lo saben algunos amigos que cada vez que les digo que algunas cosas van para una dirección me demuestran que estoy equivocado y la realidad va para otro lado. Mi manera de defenderme ante ese riesgo es hablar más a nivel global, aun cuando si lo que digo resuena con respecto a la Argentina. ¿Cuál es el diagnóstico que hago de la crisis de la época de la globalización moderna? Aquí yo peco de politólogo; un economista daría otra respuesta. Depende de la profesión cómo se plantea el análisis y posiblemente la solución. A la solución no quiero entrar.
Para mí la crisis de tantos países de América Latina no es económica; no es cuestión de seguir recetas económicas. Es fundamentalmente política, de falta de legitimidad de las estructuras y de los líderes. Estaré hablando de la Argentina como podría estar hablando de una docena de países más de América Latina.
La corrupción corroe la idea del bien colectivo, de que existe un proyecto común, una comunidad, porque supone un desgaste de las instituciones, la fuga de la juventud y supone que los distintos grupos, clanes, familias, mafias, etc., son solidarios hacia adentro, pero no son solidarios hacia afuera y hacia la comunidad. Muchas veces nos tapamos hablando de que somos solidarios. Pero hay que preguntarse qué tipo de solidaridad y a cambio de qué. ¿Es solidaridad en el sentido de pensar en el bien de la comunidad al mismo tiempo que se piensa el bien personal? No es ilegítimo pensar en el bien personal, el bien de tu grupo, y relacionarlo con el bien colectivo. Defender el interés personal, de la familia, de los amigos, es justificable. Pero lo que no es justificable es que en ese manejo se vulneren las reglas comunes de todos, en lo social, en lo cultural, en lo empresarial. En buena parte del discurso político se está organizando una falsa solidaridad que corroe profundamente a la comunidad.
La corrupción empieza, penetra dentro de las instituciones, se pone al Estado en venta, pero no es porque los grupos económicos lo controlan sino porque los grupos políticos lo ponen en venta, lo sacan de la venta y lo reponen en la venta. Hace 25, 30 años las explicaciones habrían sido económicas, y se hubiera culpado a la banca, a las grandes empresas, a las multinacionales. Pero hay una lógica política, hay grupos políticos, que ponen a subasta al Estado, pero no ceden el control; lo retiran y lo recolocan en subasta, y así cíclicamente. Eso es muy peligroso y además es actuar con falta de responsabilidad y con impunidad. Demuestra una actitud de impunidad con respecto a la sociedad y va muy relacionado con un segundo punto que lo van a ampliar mucho los otros ponentes, que es la debilidad de la sociedad civil y a la sociedad económica, y la importancia de fortalecerlas.
Dense cuenta que estoy utilizando la palabra sociedad, que no estoy diciendo capitalismo, ni intereses personales, porque el capitalismo y los intereses personales entran dentro de lo que es la sociedad. Pero la sociedad supone reglas, modelos de comportamiento, normas, sentido de comunidad. Existe el drama por un lado de estructuras políticas penetradas por la corrupción pero con una sociedad civil y sociedad económica, empresarial, relativamente débil.
Este es un análisis más global pero evidentemente también toca a puntos de la Argentina. Desde el punto de vista politológico, la corrupción está estructurada en torno de estructuras políticas y de partido. Es decir, habrán tres o cuatro modelos de cómo se estructura la corrupción. No todos los países tienen partidos fuertes, capaces, etc., pero existe un subgrupo de países donde los partidos están estructurados; y no es que sean partidos como tal, porque también pueden ser una coalición de partidos, familias, clanes. Existen en la Argentina tales partidos, que no son perfectamente comparables. El peronismo no es la socialdemocracia alemana, ejerce funciones de partido pero también tiene una estructura y una organización muy particular.
Pero en todo caso, hablando de la Argentina y de muchos otros países, tenemos la corrupción relacionada con la estructura de los partidos políticos, que tiene sus antecedentes históricos, es decir, el estado centralista del cual escribió elocuentemente Gustavo Beliz, ese Estado burocrático, inflado, ese Estado heredado de la colonia, que trajeron los españoles, que era el Estado borbónico pero que no funcionaba, porque es el modelo continental, francés, pero hecho a lo español, a lo latino; lo cual quiere decir que es grande, es intervencionista, pero que no funciona.
En segundo lugar están todas las oportunidades de corrupción que se dieron aquí y en tanto otros países con las privatizaciones mal hechas de fines de los ‘80 y principios de los ‘90. No quiero hablar de la Argentina, pensemos en México. La privatización es en principio una medida importante porque tiene un valor, no solamente de distribuir, sino también de romper los núcleos de poder económicos protegidos por el Estado. Pero ¿qué ocurre si esas privatizaciones se hacen a dedo, es decir, si se las das a tus amigos o a los que te pagan comisiones, como en el caso Mexicano por ejemplo? Esas privatizaciones ofrecieron enormes posibilidades para poder chupar de lo que estaba dando el Estado.
Parte de la crisis de los últimos cinco, siete años en muchos países del mundo es que ahora se están peleando por parcelas más y más pequeñas, porque una vez que lo distribuyes ya no es tan fácil, a menos que cambien la reglas de juego. Y las reglas de juego tienen la soberana capacidad de cambiarlas y las van a sufrir los que no se pueden mover. Pero los que tienen dólares, o los que son inversos internacionales se mueven. Por eso cuando hablamos de falta de esperanza piensen en el dinero de argentinos que está fuera de la Argentina, porque para bien y para mal, por buenas y malas razones, las instituciones no dan las garantías jurídicas ni políticas con respecto a cómo se van a resolver las disputas. El capital extranjero se mueve sin problema, el capital nacional que está en dólares y que lo puede hacer se fuga legal o ilegalmente, y entonces queda el 90 % de la sociedad atrapada en el corralito. Esa es la realidad, con parcelas más y más pequeñas.
Esto en el contexto, y no ya solo en la Argentina sino en América Latina, de presidencialismo exacerbado, es un hilo conductor. ¿Por qué importa la cuestión del presidencialismo? Pues porque habla de la debilidad institucional del Poder Legislativo y del Poder Judicial. Ese es el problema, no es el presidencialismo. Este presidencialismo implica una debilidad por parte de las otras instituciones.
Entonces ¿cual seria el diagnóstico? Creo que la reforma de las estructuras de los partidos es muy, muy difícil, porque hay que invertir tiempo dentro de los partidos. Tienen mecanismos de cooptación, para eso están montados. Son eficaces. Un partido que lleva una trayectoria de 40, 50 o 60 años tiene armada toda una lógica de cooptación. Si bien identificando las estructuras de partidos como clave, no creo que es a donde se va a resolver el tema. La solución pasa por organizar sociedad en lo cívico y en lo económico; no esperar que los liderazgos políticos sean los responsables de actuar, porque si es así vamos a tener que esperar otro siglo. Así que hay que armar sociedad, organizar sociedad cívica y sociedad empresarial.
Segundo, y parecerá capaz una utopía, educar en y con principios. Esto es una inversión de años, de décadas, y el resultado no se va a ver hasta dentro de treinta años. Es como el dicho chino, ante el camino de mil leguas hay que dar el primer paso, o sino no se mueve. Y dentro de esto, me parece que hay que darle mucha importancia a la cuestión de la reforma judicial. Con todos los medios de esta sociedad civil y de la sociedad económica impulsar, presionar, para que el Poder Judicial tenga la autonomía, la capacidad y la legitimidad de intervenir. Eso no quiere decir no criticar la politización de la justicia, pero si no caer en la trampa de que toda decisión judicial forma parte de una conspiración política. Eso debilita, corroe. Si se quiere recuperar la esperanza y la responsabilidad la sociedad se tiene que organizar en lo cívico, en lo económico, y ya después se verán las consecuencias que eso tiene a nivel político