Debe medirse el crecimiento según el grado de justicia, educación y trabajo
Con estas palabras el Pastor Federico H. Schäfer, presidente de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata, presentó la cuarta sesión de la Cátedra Abierta.
Es un tanto difícil introducir la sesión del día cuando no se conoce en profundidad las ponencias que serán presentadas y cuando como en el día de la fecha las mismas abarcan un amplio espectro de asuntos.
El año pasado me tocó realizar la presentación de la 3ª sesión y me referí brevemente a los fundamentos de la ética cristiana en relación a la responsabilidad social y ciudadana desde el punto de vista de la teología protestante. En ese momento mencioné que la preocupación por el otro y por la sociedad toda y la consecuente búsqueda del bien común nos involucraba en un proceso de aprendizaje y ensayo práctico cotidiano para generar un hábito ético, y que en una sociedad cada vez más estructurada y compleja, plural y globalizada demandaba la búsqueda, ya no solitaria, sino en conjunto y en diálogo con los demás actores de la sociedad, que las estructuras de la misma, cualquiera fuera su índole, estuvieran en función de ese bien común.
Lograr que una sociedad más allá de la realización de cada uno de sus individuos o grupos se comprometa en la búsqueda del bien para todos, implica – reitero – un proceso de aprendizaje en el que la educación pública, la formación en los hogares, la formación profesional formal e informal juegan sin duda un rol insoslayable.
Para ello es ineludible que programas de estudio a todo nivel procuren no solamente la información sobre determinada ciencia o los procedimientos prácticos de una determinada técnica o artesanía en particular, sino una formación con una visión global, en lo que se vea como todas las especialidades interactúan y son interdependientes en la construcción del progreso hacia una sociedad capaz de convivir armoniosamente en la que todos podamos sentirnos actores útiles y dignos y respetables.
En aras de la búsqueda del bien común me parece entonces imprescindible el diálogo entre las diferentes vertientes culturales, filosóficas, religiosas y científicas. Ese diálogo – que según entiendo es el que estamos tratando de realizar aquí – debe llevar precisamente a desmantelar prejuicios, a revisar supuestos, consensuar valores, aprender a respetar disensos y ponernos de acuerdo sobre cuestiones esenciales que hacen al buen desenvolvimiento de nuestro pueblo y ayudarán a consolidar nuestra identidad como nación.
Las distintas corrientes migratorias con todo su bagaje cultural y religioso más la revaloración de las herencias autóctonas forman una conjunción de elementos con los que nuestro país ha sido dotado de extraordinaria riqueza, que es necesario aprovechar y poner a disposición del bien común.
Es verdad que no todos los posicionamientos son conciliables. Pero el disenso da sentido al debate y de la disensión pueden emerger puntos de vista nuevos que nos ayuden a superar enfrentamientos y así llevar al proceso y no al retroceso de una sociedad. Sueño con una sociedad plural y diversa pero reconciliada y dispuesta a luchar para que todos estemos bien. También es cierto que esto no se logra sin una cuota de sacrificio, de dejar de lado intereses particulares y la discusión de detalles secundarios, y sin una cuota de voluntad, de crecer juntos – no solamente materialmente – sino también espiritualmente.
Como cristiano es obvio que me interesa que todos los miembros de nuestra sociedad tengan su pan cotidiano y todo lo demás que hace a una vida digna y que puedan obtener los recursos para ello en forma honorable.
Sin embargo, no veo el crecimiento de nuestra sociedad solamente en el aumento de los índices macroeconómicos o en el aumento de la riqueza material de cada ciudadano – dicho en otras palabras en el aumento y diversificación de exportaciones, el mejoramiento de nuestro movimiento comercial, industrial, agroganadero o de servicios. El crecimiento de nuestra sociedad debe poder medirse asimismo en el grado de justicia que reina entre sus miembros y que es capaz de administrar el Estado, el grado de educación al que podemos acceder, el tratamiento que nos damos los unos a los otros, el sentido de responsabilidad que ponemos de manifiesto no solo en aquellas cosas que nos reportan beneficio pecuniario personal o grupal, sino que están al servicio del otro y de los otros y que no pueden ser valorados en moneda. En este contexto pienso en todos los servicios voluntarios que se desarrollan en nuestro país y que debería ser asimismo valorado como crecimiento.
También deberá ser medible nuestro crecimiento en el valor que le damos al trabajo humano y creativo mas allá del rédito que produce y de la maximización de las ganancias. Por fin pienso también en la honestidad y la transparencia de nuestra manera de hacer negocios, en la manera en que nos sometemos a las leyes que pactamos y al trato que damos al medio ambiente en que vivimos.
Nuestro país es rico en recursos naturales y sin duda también en recursos humanos. Pero solo si cooperamos en la promoción de estos últimos podremos llegar a construir la nación y la sociedad en la que todos nos podamos sentir bien. En esta tarea todos los que tenemos acceso a conocimientos y hemos capitalizado experiencias, que investigamos y hemos consolidado convicciones podemos aportar nuestra contribución.
Que éstas cátedras ayuden a ese objetivo, es mi deseo.