La reforma Política
La dirigencia estuvo más preocupada por mantener privilegios que en realizar cambios, explicó Fernando Laborda en la Cátedra del Foro. Señaló que es un tema que no se agota en la modificación del sistema electoral y que requiere amplios consensos.
Laborda es Licenciado en Ciencia Política (Universidad del Salvador), periodista profesional con estudios en la Escuela del Círculo de la Prensa; segundo jefe de Editoriales y columnista político del Diario La Nación; conductor del programa de TV “Cuarto Poder”; profesor universitario y director de la Carrera de Ciencia Política en la Universidad de Belgrano. La siguiente es su ponencia:
Si se efectuase un análisis superficial acerca del discurso político en la Argentina de los últimos cinco años, podríamos llegar a la conclusión de que la necesidad de una profunda reforma política no sólo es una demanda mayoritaria de la opinión pública, sino que también se ha ganado un importante lugar en la agenda de nuestros políticos.
Pero tal análisis encubre un enorme margen de error. Pese a que en los últimos tiempos distintos funcionarios de alto rango de diferentes gobiernos nacionales agotaron a sus auditorios con frases que prometían “pulverizar la corrupción”, investigar hechos ilícitos “hasta las últimas consecuencias” o, más recientemente, con apelaciones a la “renovación” o a una “nueva política”, sólo queda la impresión de que aquel impresionante despliegue de energía dialéctica se agotó en sí mismo, aumentando el desaliento y el escepticismo de la ciudadanía y provocando, a su vez, la inacción.
Muchas elecciones han pasado e invariablemente, después de cada proceso electoral, la ciudadanía confirmaba que no era infundada su sospecha de que no pocos de los miembros de la llamada clase política asumían como propias las preocupaciones de la opinión pública con un único propósito: neutralizar las demandas sociales orientadas a modificar los vicios de la dirigencia política y hacer que finalmente nada cambie.
En otras palabras, la vieja dirigencia asumió la retórica de aquello que la amenazaba desde fuera para seguir manteniendo sus privilegios y su lógica funcional. Y la tan mentada reforma política se convirtió, en boca de los dirigentes, en un auténtico eslogan político para ganar tiempo (o mejor dicho, para perderlo).
¿Qué es la vieja política?
La vieja política no es una denominación que guarde necesariamente vinculación con una cuestión generacional. Representantes políticos de diferentes generaciones han merecido ese rótulo, que se funda en la atribución de malos hábitos que establecen patrones de comportamiento político. Cuando los malos hábitos se repiten en el tiempo, se transforman en vicios y muchos de éstos pasan a ser asumidos como naturales y a ser defendidos en forma corporativa.
En esta dialéctica perversa de malos hábitos encontramos fenómenos tales como el clientelismo, los subsidios para los “amigos”, los puestos públicos o los beneficios de planes de “empleo” que no exigen contraprestación alguna y se otorgan arbitrariamente, los aparatos partidarios financiados con fondos públicos encubiertos, las campañas políticas poco o nada transparentes, las contrataciones públicas espurias y los créditos de bancos oficiales concedidos en forma irregular a los amigos del poder de turno.
Estos malos hábitos, convertidos en costumbres, se encadenan en un sistema, apoyado en un conjunto de procesos, grupos y personas caracterizados por un cierto grado de interdependencia recíproca, que se traduce en intercambios de favores, dádivas, privilegios, protección e impunidad, que les permiten a esos grupos “sobrevivir” políticamente pese al descrédito que tienen frente a la sociedad civil.
La institucionalización de esas prácticas reduce a su mínima expresión cualquier mecanismo real de democracia al interior de los partidos políticos. Estos, mayoritariamente, presentan a la sociedad una oferta doblemente cerrada para los cargos legislativos: por un lado, con las listas sábana y, por el otro, por el hecho de que esas listas cerradas se confeccionan normalmente a puertas cerradas.
A desterrar esas prácticas se apunta cuando, desde diferentes ámbitos, se exhorta a renovar la política y a terminar con la vieja política.
Pensar que la reforma política se agota en la modificación de un sistema electoral es equivocado. La reforma política es mucho más que eso.
También es errado pensar que una reforma política seria podrá hacerse sin un amplio consenso o desde fuera de la política.
El problema ha residido en que, atrapados en pequeños juegos de trenzas y orientados hacia la mera obtención de espacios de poder, nuestros dirigentes políticos han exhibido escasa capacidad y voluntad para alcanzar consensos básicos acerca de cuestiones sustantivas de la agenda nacional, que se tradujeran en políticas de Estado, al margen de las disputas partidarias.
En los últimos tiempos, los referentes políticos contemporáneos sólo parecieron ser capaces de celebrar grandes acuerdos nacionales en virtud de intereses personales o de un partido. Así, el pacto de Olivos, que precedió a la reforma constitucional de 1994, apuntó fundamentalmente a posibilitarle la reelección a Carlos Menem y a procurarle la conservación de determinadas cuotas de poder a un partido que se hallaba en declinación, como la UCR, vía el aumento de miembros en el Senado o los cambios en la Corte Suprema de Justicia.
Los últimos llamados a la unidad nacional o a una concertación, tales como los lanzados oportunamente por los presidentes Fernando de la Rúa o Eduardo Duhalde, parecieron apenas meros intentos por ganar tiempo. Ninguno de esos llamados encontró mayor eco en las principales fuerzas políticas, más preocupadas por no compartir costos políticos con administraciones desgastadas por el propio peso de la crisis socioeconómica.
El sectarismo de la dirigencia política obró más de una vez, entonces, como el obstáculo para la formación de consensos básicos tan necesarios en un país sometido a un endeudamiento récord y a niveles de pobreza y desempleo propios de las naciones más atrasadas del tercer mundo.
Es probable que el último líder que se preocupó seriamente por mejorar la calidad del sistema político haya sido el presidente Roque Sáenz Peña (1910-1914), quien impulsó el voto universal, secreto y obligatorio, avanzando hacia la democratización de la república conservadora, pese a provenir él mismo de las filas conservadoras y a arribar al poder por vías fraudulentas. Los líderes políticos que lo siguieron se preocuparon, en general, por consolidar sus propios liderazgos o por construir estructuras de poder, antes que por mejorar la calidad del sistema.
Una reforma política posible
A modo de conclusión, podría sintetizar algunas propuestas para debatir en el marco de una reforma política posible:
1) Reducción y mayor transparencia del gasto político. Existe un creciente consenso en la sociedad argentina sobre la necesidad de reducir enérgicamente los costos de la actividad política, así como de dotarla de mayor transparencia. No es, sin embargo, el elevado costo de la política el principal problema, sino la relación indirectamente proporcional entre un gasto elevado y un nivel de calidad de ese gasto muy bajo, cuyo gran indicador es la desconfianza de la sociedad en su dirigencia política y la consecuente crisis de representatividad. Un simple ejemplo de hace algunas semanas nos trae a la actualidad: el debate que se dio en torno de la SIDE, un organismo con un presupuesto de fondos reservados de más de 600.000 pesos diarios que nadie sabe a dónde van.
Propuestas por considerar:
- Estricto control en las contrataciones y designaciones de personal por parte del Estado, para que la burocracia estatal deje de ser fuente de financiamiento y de poder político de dirigentes y aparatos partidarios.
- Libre acceso a la información pública y a las reuniones públicas.
- Eliminación de los fondos reservados para cuestiones que no hacen a la seguridad del Estado.
- Evaluación de la posibilidad de reducir la cantidad de miembros de los cuerpos legislativos nacionales, provinciales y municipales, y también la posibilidad de darle valor al voto en blanco como sufragio en favor de una banca vacía en comicios legislativos, no con el propósito de destruir la política, sino de alentar a las fuerzas políticas a mejorar su oferta electoral.
2) Dotar de mayor eficiencia y transparencia al gasto social. El problema no es que se gaste mucho o poco; el problema pasa por la ineficiencia de un gasto social, en el que a menudo sólo una pequeña porción de lo invertido por el Estado llega efectivamente a la población necesitada, mientras que la mayor parte se diluye en las encrucijadas de burocracias, aparatos partidarios, redes de corrupción y clientelismo, donde se termina considerando a los sectores más desprotegidos de la sociedad como una masa disponible dispuesta a venderse al mejor postor y a ser utilizada como carne de cañón desde el punto de vista político.
Propuestas por considerar:
- Establecimiento de condiciones claras y objetivas y al alcance de todos para el otorgamiento de becas, subsidios y pensiones graciables, entre otros beneficios.
- Eliminación de las prácticas clientelistas, que suponen el aprovechamiento de las necesidades de la gente por parte de quienes tienen la posibilidad de administrar recursos públicos, en beneficio propio.
3) Reforma electoral. Urge terminar con la llamada lista sábana en los distritos más grandes del país, avanzando probablemente hacia un sistema mixto, que combine la elección de legisladores por lista a través del mecanismo de representación proporcional con otra en la que se elijan representantes por circunscripciones, o ir hacia un sistema de elección basado en circunscripciones binominales, y pensando siempre en que su instrumentación no podrá hacerse de inmediato sino dentro de dos turnos electorales, con el fin de que ningún sector político pueda ser acusado de beneficiarse, dado que ninguna reforma electoral es perfecta ni inocente.
Propuestas por considerar:
- Voto electrónico.
- Cómo garantizar que todo ciudadano pueda acceder a la mayor información posible sobre cada candidato antes de votarlo.
- Mejorar los canales para una efectiva rendición de cuentas de cada integrante del Poder Legislativo.
- Modificación del sistema de listas sábanas en los principales cuatro distritos electorales del país.
4) Modernización de los partidos políticos.
Ninguna reforma política puede estar dirigida a renunciar a la política o a destruirla. Porque eso equivaldría a pretender destruir lo que permite disfrutar la variedad sin padecer la anarquía ni la tiranía de las verdades absolutas. La política es el elemento que permite la convivencia pacífica de las ideas y concepciones contrapuestas en un clima de respeto y tolerancia; es la expresión de un relativismo que acepta la existencia y la eventual validez de las tesis contrarias, que asume ser parte de un mundo que no tiene cabida para absolutos. La política, entonces, debe ser entendida como el gran elemento para la conciliación entre los distintos intereses que conviven en la pluralidad y la diversidad.
En este mismo sentido, ninguna reforma que se plantee debería apuntar a tener menos política, sino a una política mejor.
La mejor reforma política no será aquella que se quede en el debate sobre nuestro sistema electoral, sino aquella que permita terminar con la percepción de un Estado que se asemeja a un aparato burocrático ofrecido en concesión a sectores particulares que sólo procuran su saqueo y que dispensan favores para sostener redes clientelistas, deslegitimando el poder político y reduciendo la participación.
La mejor reforma política será aquella que permita que la ciudadanía deje de percibir que hay una oligarquía que se apropia de los recursos fiscales y que hay un Estado ausente para sancionar la ilegalidad.
La mejor reforma política será aquella que rompa el círculo vicioso donde buena parte de la sociedad reniega de sus obligaciones argumentando que los funcionarios le roban el dinero de sus impuestos.
En síntesis, la auténtica reforma política que se requiere es aquella que garantice el fin de los nichos parasitarios en el sector público. En otras palabras, que menos gente viva de arriba