Expirado
Reflexiones Cátedras

Fortalecer la política de diálogo intercultural e interreligioso

Carlos Custer, fue embajador argentino en la Santa Sede, Secretario General de la Confederación Mundial del Trabajo, y miembro del Pontificio Consejo Justicia y Paz del Vaticano. Esta es su ponencia:

En el 2001, cuando la situación era más difícil aún que ahora, y nos golpeaba a todos, los dirigentes de los distintos cultos fueron una referencia importante. Recuerdo ese trabajo hecho en ese período tan difícil. Fue una experiencia ver como más allá de las diferencias había esa calidad de la convivencia ecuménica, intercultural, interreligiosa, en este país y ese entusiasmo por encontrar valores comunes y reconstruir nuestra patria.
A veces los argentinos nos castigamos, y tenemos razones para hacerlo, porque tenemos que mejorar muchísimo, pero también debemos revalorizar las cosas buenas nuestras y tratar de profundizarlas.
Deberíamos seguir así, de manera que tanto en América Latina y como en el mundo las religiones y las culturas diferentes en vez de ser motivos de enfrentamiento sean puentes de diálogo, con la capacidad de escucharse, de reconocer las diferencias y de respetarse, buscando las coincidencias en el reconocimiento universal de las diferentes culturas o los diferentes cultos.

Ciertamente, integrismos hay en todos lados, los hemos tenido los católicos, pero generalmente son expresiones minoritarias. Yo conozco muchos musulmanes; compartí la responsabilidad como embajador en la Santa Sede con embajadores de nueve países musulmanes, excelentes personas, tanto en calidad personal como en competencia profesional. Nosotros nos dejamos llevar por ciertos estereotipos y resulta que no todos son como los que nos quieren hacer aparecer, no todos los musulmanes han tenido que ver con el terrorismo y yo como católico no tengo nada que ver con los que quemaron gente, que eran católicos también.
Creo que esto que hace al Foro Ecuménico Social, a ser punto de encuentro, tratar de fortalecer esta política de cooperación, de diálogo intercultural, interreligioso. En este período ha crecido muchísimo esta convivencia y esta capacidad ecuménica.
Esa capacidad de encuentro, de cómo podemos hacer que el bien prevalezca sobre el mal, sobre el odio, sobre resaltar las diferencias, sobre ver al adversario como el enemigo, creo que es muy importante, y estoy orgulloso de lo que se hace en la Argentina.

Hace dos años hablé en el Foro Ecuménico Social sobre la necesidad de los consensos, la concertación y la planificación, porque las veía débiles. Luego el presidente de la República decía que nos falta crecer en el pluralismo, en la convivencia, en los caminos de concertación, en una visión estratégica. Pero no es sólo el Estado y el Gobierno el que tiene que hacer estas cosas, es la sociedad argentina la que tiene que impulsarlo. El gobierno ciertamente puede ayudar, es importantísimo que un gobierno le dé un respaldo a todo esto, pero somos nosotros como sociedad los que tenemos que crecer.

Todos queremos que haya un mundo amónico, donde haya reglas, leyes. Pero en este punto me permito hacer una reflexión complementaria sobre lo que hace el Foro. El Foro es un punto de encuentro, al que viene gente con distintas experiencias, con distintas responsabilidades. No todos debemos hacer lo mismo. Hay empresarios, hay sindicalistas que defienden los derechos de los trabajadores, hay gente que se preocupa por los derechos humanos, aunque eso debería ser una preocupación de todos, hay gente que se preocupa por la ecología, hay muchos que desarrollan importantes acciones concretas para atender las necesidades reales de todos, todavía subsisten lamentablemente focos de miseria, cartoneros, jóvenes que no encuentran trabajo.

Son cosas significativas que no las resolveremos ni en una mesa redonda ni con discursos, sino que requiere compromisos de cada uno de nosotros. Requiere una presencia fuerte del Estado que tiene que priorizar las políticas sociales pero no sólo el asistencialismo, porque la gente no pide que le den de comer, lo que pide es que le den trabajo. Es verdad que uno puede discutir que hay chicos que no han visto trabajar a sus padres, que han perdido la cultura del trabajo. Es posible este esfuerzo cultural de revalorizar el trabajo, que tiene mucho que ver también con el comportamiento de los mayores. Hay empresas que necesitan trabajadores y no los encuentran, porque hay mano de obra pero que no tiene la formación mínima que hoy requiere la tecnología.

Muchas veces vemos las consecuencias de los problemas sociales pero también tenemos que acostumbrarnos a ver las causas. Generalmente todos lamentamos que haya pobres, que haya miseria, que haya marginados. Está bien que lo primero es tomar conciencia de esto, lo que significa que tratemos de corregirlo en la medida en que podamos. Pero también tenemos que averiguar que pasó, por qué un país rico generó tantos pobres. Entonces se puede decir que es la falla de las clases dirigentes, no solo de la política, sino también de las empresariales, las financieras, las sindicales, y las profesionales. Es una falla de las clases dirigentes pero también de ciertos modelos que hicieron de la rentabilidad no sólo el factor prioritario sino excluyente. El factor social quedó totalmente de lado. Es lo que nosotros consideramos como un criterio muy negativo del neoliberalismo, que lo único que le preocupaba era la rentabilidad y el poder del mercado, y después quedó la sociedad de costado.

Termino con un elemento vital de la Doctrina Social de la Iglesia, que es la economía al servicio del hombre. Es cierto que la economía tiene sus propias reglas, que nadie invierte para perder, que hay una iniciativa, un riesgo que tiene que ser compensado, que tiene que haber garantías jurídicas para los que invierten. Todo esto es parte esencial de la economía. Pero la economía no es la política global. La economía es una parte de la política.

La política tiene que ser el factor que equilibre lo que llamamos las reglas del mercado con los factores sociales, porque sino corremos el riesgo de tener economías prósperas con pueblos pobres. Podemos traer un ejemplo tan cercano como fue Sudáfrica en la época del apartheid. Si alguien iba a ese país se asombraba porque estaban treinta años adelante que nosotros, había shoppings cuando acá ni se conocían, unas autopistas extraordinarias, unos barrios que ni se imaginan. Claro que había 7 millones de blancos que vivían muy bien y 28 millones de negros que vivían como esclavos. Esa dualización de la economía es lo que nosotros no tenemos que permitir. Hay que asegurar y fortalecer el crecimiento económico, pero tenemos que tratar que la sociedad crezca en su conjunto.

CÁTEDRA ABIERTA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL Y CIUDADANA