Expirado
Reflexiones Cátedras

El cambio no se dará solo desde el Estado sino en varios planos

En la Cátedra del Foro el profesor Marcelo Cavarozzi (Universidad Nacional de San Martín) se refirió a las bases culturales y sociales de la

democracia en la Argentina. En esta página damos a conocer su ponencia.
Básicamente la pregunta que nos preocupa es qué se puede hacer con la política en la Argentina en este momento. Comienzo con la década del ‘20 y del ‘30. Alemania estaba empezando un proceso que llevó al holocausto más terrible de la historia de la humanidad y España sufrió una guerra civil que causó un millón de muertos. En 1949 tanto España como Alemania estaban sufriendo hambre y Argentina estaba razonablemente bien. Se puede pensar para atrás acumulativamente en términos de errores, de incapacidades, de características negativas de la Argentina, pero me parece que también hay que pensar en características positivas y por supuesto en oportunidades perdidas, que es lo que quiero marcar. 

En 1950 Argentina estaba todavía en una situación bastante cómoda en el mundo, y era el país más rico y mejor dotado tanto económica como culturalmente en América Latina. Incluso 20 años más tarde, en 1970 un economista de la CEPAL, Jorge Katz, contrario a la orientación del régimen de militar de ese momento, decía que la economía de la Argentina -mirada desde una perspectiva mundial- era razonable, aunque no espectacular.

Es muy importante pensar que se pierden oportunidades como país, como gobierno y estoy totalmente de acuerdo con lo que se dijo sobre un cementerio de proyectos fracasados o no continuados, más allá de proyectos que se agotaron en sí mismos.

Si pensamos en qué puede hacer la política en este momento, en esta coyuntura histórica en la Argentina, tenemos que situarlo en un momento en el cual la política resulta especialmente incapaz de producir cambios, en el mundo y en la Argentina. Acá es mucho más incapaz que en otras partes, pero en todo el mundo se da esa característica de una política cada vez más inerme frente a los procesos que se están dando en otras esferas de la actividad social, especialmente de la economía.

Lo vemos en el que quizás es el país más rico del mundo, en California, el Estado más populoso de EEUU y que es la economía en términos comparativos más potente, y que está sufriendo un proceso económico y político que parecería imposible pensarlo diez o treinta años atrás. Su gobernador fue cuestionado a través de un mecanismo inusitado, y obviamente se utilizó de manera bastante desviada. Más allá de las características y errores de ese gobernador, muchos comentaristas de California hablaban de un verdadero golpe de Estado institucional mientras un personaje tan peculiar como Arnold Swarzenegger se preparaba para llegar a ser gobernador. Además California está sufriendo una crisis energética y una crisis de provisión de agua que es espantosa, que es peor que la situación de algunas provincias de la Argentina. En ese Estado el endeudamiento es casi comparable con el de uno de los países más endeudados de América Latina, la Argentina.

Hay un proceso muy grave en gran medida porque la política se muestra incapaz de resolver problemas. No solo eso, sino que a veces la política amplifica problemas que vienen manifestados desde otras esferas de lo social.

Lamentablemente hoy es muy reducida la capacidad de la política de producir cambios positivos. Esto tiene que ver obviamente con fenómenos por todos conocidos que se vienen dando en el mundo desde al menos la década del ‘70 y ‘80. El endeudamiento es sin duda un tema central que afecta no solamente a la Argentina, en la posibilidad de hacer cosas desde el sector público y privado, sino que también afecta a la mayor parte de las economías mundiales, y también provinciales o estatales.

Una segundo problema es que el enorme dinamismo en la economía mundial en la década del ‘90 estuvo asociado a una gran capacidad de movilidad de las inversiones que hace impensable la posibilidad de retener inversiones y construir acumulativamente como se hacía veinte o cincuenta años atrás.

Finalmente en los últimos tres, cuatro años se agravó la economía y la política mundial, y sufren una turbulencia inusitada.

En ese contexto, en un país endeudado y aquejado por los problemas que venimos arrastrando por lo menos desde hace 30 años, es muy difícil hacer cosas desde la política.

En la década del ‘70 hay un proceso de derrumbe que afectó a la Argentina en varios planos. Por supuesto que muchos de los factores que tienen que ver con el derrumbe vienen desde muy atrás, y en ese sentido coincido con los señalamientos de Rosendo Fraga. Pero es también importante mirar la otra cara de la moneda, lo que marcaba como oportunidades perdidas.

En la década del 70 el país se vio afectado por dos graves novedades. La primera fue la violencia política, de la cual la Argentina antes no había estado completamente liberada. Había sufrido desde 1930 una serie de golpes militares, que eran una expresión -quizás la más lamentable- de violencia política. Pero esa violencia que se había dado sobre todo, aunque no únicamente, en la cúpula del Estado, se empieza a irradiar hacia la sociedad. El principal culpable de eso fue, sin duda, el propio Estado, que se encaminó en una senda de terrorismo de Estado, que fue tremenda, y al mismo tiempo hubo un terrorismo que surgió de grupos guerrilleros. Esa violencia política contribuyó a que la Argentina perdiera oportunidades en la década del ‘70. En ese entonces la Argentina estaba todavía mucho mejor que Corea, país que incluso tenía un modelo de sustitución de importaciones muy parecido al de nuestro país. Toda la capacidad que tuvo Corea, como Taiwan, a partir de esa época, de orientarse hacia los mercados externos, es un dato básicamente de los últimos treinta años. Esa posibilidad se perdió aquí por un lado por la hecatombe a la cual nos llevó la violencia política en la década del setenta y por supuesto ese proyecto trasnochado de reforma desde arriba que produjo el régimen de 1976.

Pero, y este es un punto que quiero marcar y que también fue señalado por Fraga muy agudamente en sus comentarios, el derrumbe que comienza en la década del 70 en la Argentina no solo tiene que ver con lo que pasa con la política estatal, con lo que pasa con nuestras clases políticas -incluidos los militares que por cierto eran parte de la clase política en ese momento- sino también por lo que pasa con lo que nosotros llamamos la sociedad civil.

Una de las características de la sociedad argentina, especialmente de la década del ‘30, fue que tuvo la capacidad de resistirse muy eficaz y astutamente a ser gobernada. Los proyectos fracasados que surgieron tanto de regímenes militares como civiles se debieron en parte a los errores de los equipos que los condujeron, pero también fracasaron porque la sociedad tuvo mucha capacidad de resistirse a ser gobernada. Es interesaste que recordemos el derrumbe peronista en 1975. Más allá de los errores que cometió internamente ese régimen con Isabel y López Rega, se produjeron dos episodios que precipitaron la caída del gobierno y que mostraron quizás una de las últimas manifestaciones de una sociedad que se resistía a ser gobernada, aunque todavía era una sociedad que podía funcionar más o menos razonablemente.

Ya sea que empezaran como gobiernos débiles o fuertes, terminaban todos derrumbándose muy rápido, en meses o en dos o tres años. Esos dos episodios que contribuyeron al derrumbe del gobierno de Isabel y López Rega fueron el paro de la CGT, en junio de 1975, con el “rodrigazo”, el anuncio de aumentos de tarifas por el doble de lo que había sido el acuerdo de incremento salarial, que precipitó la salida de López Rega del gobierno, y pocos meses después el empresarial más exitoso de la historia argentina, que fue organizado como todos recordarán por Martínez de Hoz, y que fue la manifestación de unidad empresaria más notable de la historia argentina. Es decir, la unidad sindical “en contra de”, y la unidad empresaria “en contra de”. El gobierno era realmente lamentable. Pero porqué marco ese éxito del “en contra de”. A mi juicio esos dos paros fueron las últimas manifestaciones de una sociedad que se resistía a ser gobernada y podía salir adelante, podía funcionar, podía pagar costos no demasiados elevados por no ser gobernada.

A partir de ese momento, por cómo se va desordenando la Argentina y la economía mundial, los costos de no ser gobernados son cada vez más altos.

En la coyuntura que se abre a partir de diciembre del 2001, cuando todos sabemos que se dio esa verdadera hecatombe que sin embargo no produjo una ruptura democrática, estamos viviendo una circunstancia muy especial en la cual es importante intentar ver cuáles son los diferentes factores que hay que tocar.

Por eso me pareció muy atinada la respuesta que dio Acuña a una pregunta muy interesante: hacen falta estadistas. Pero los estadistas no alcanzan y a lo que apuntaba el comentario de Acuña es a marcar cuáles son los diferentes elementos, los diferentes factores que hay que tener en cuenta para pensar en una posibilidad de la política actuando éticamente. Por suerte no es solo un dato normativo sino que es una necesidad política, porque si la política no actúa éticamente no tiene éxito, no tiene capacidad de ser convincente. Acuña apuntaba a enumerar condiciones, factores y a la dificultad en el momento actual.

Cuando enumeramos todos los factores seguramente llegamos a la conclusión de que muy probablemente cada uno de ellos es necesario para producir cambios y que por lo tanto lograr éxito, es decir lograr una combinación suficiente, es muy dificultoso, porque hay que sacar buenas notas en varias asignaturas.

En ese punto marco tres elementos que hacen a este proceso de derrumbe. Ahora no tenemos un país razonable sino un país de escombros. A pesar que este país puede construir cosas tan maravillosas como el Museo Malba, sabemos que gran parte de la Argentina está en escombros. Recuerdo una frase de Cortázar, ya que en gran medida estos escombros no se han producido casualmente. Mirando desde una perspectiva de corto plazo, uno puede pensar a la Argentina actual como una casa antigua, el edificio que fue construido entre 1870 y 1970. Decía Cortazar que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales. Ciertamente en los últimos años fue mucho más ventajoso liquidar materiales que pensar en construir y mantener edificios. Entonces en este momento tenemos que reconstruir a partir de los escombros que nos quedan.

Los escombros tienen que ver con tres elementos, con tres niveles que me gustaría distinguir y por cierto han sido marcados ya por las intervenciones de Fraga y Acuña. Primero, la destrucción del Estado. En la Argentina, a partir de la década del ‘70 y hasta la década del ‘90 se destruyó Estado. Un buen ejemplo de destrucción programada del Estado se dio en la década del ‘90, porque se aceptó esa máxima del Banco Mundial que decía “small is beautiful”, o -en otros términos- que un Estado magro es un Estado capaz de actuar y tener mucha eficacia. La máxima del Banco Mundial de principios de la década del ‘90 era: achicando el Estado lo vamos a hacer eficiente. Pero hay documentos de ese banco que comprueban a nivel empírico que es una máxima totalmente equivocada, entre otras cosas porque hay que reformar el Estado. Y achicar el Estado no implica reformarlo. Se pensó en la década del ‘90 que achicándolo lo reformábamos. Fue un grave error que tuvo que ver con un proyecto muy articulado de desestructurar el Estado, más allá de las intenciones -algunas veces buenas- de algunos de los protagonistas.

El régimen militar fue un primer ejemplo, porque el proyecto de reformar del Estado nunca lo llevó adelante. Tampoco se pensó seriamente en eso, a pesar de que se lo enunció, durante el gobierno alfonsinista. Tenemos a partir de la década del setenta una acumulación de proyectos fracasados de reforma del Estado, que se fueron acumulando sobre un Estado que ya no funcionaba. Estaba claro que el modelo de Estado que tenía la Argentina en 1975/6 servía cada vez menos para actuar frente a lo que estaba pasando en la economía y en la política mundial.

Muchas veces los argentinos tendemos a pensar que el Estado es el otro. El Estado es el mal político que está en la cúpula, pero pensado así nos olvidamos que es también la expresión colectiva de una sociedad e incluso es la expresión, esto lo decía un extraordinario filósofo economista europeo, de la capacidad de actuar colectivamente de la sociedad. Entonces cuando se destruye Estado también se destruye sociedad. En este momento estamos en un situación mundial en la cual es muy difícil construir Estado, a diferencia de lo que pasaba en la década del ‘20, ‘30, ‘40 e incluso hasta la década del ‘70. La manera como funciona la economía nacional y la mundial hace muy difícil construir Estado, no solo por los recursos que son necesarios en un país que básicamente está endeudado de la manera como lo está la Argentina, sino también por los recursos simbólicos que son necesarios.

Todos sabemos que en general este proceso de destrucción del Estado se ha exacerbado, esa tendencia a pensar que el Estado solo puede funcionar mal. Y si pensamos eso por supuesto no vamos a apostar a que los recursos necesarios para reconstruirlo efectivamente estén ahí disponibles.

Un segundo proceso de destrucción fue el de la política. Hay, marcaba bien Acuña, una extraordinaria paradoja. Tenemos una democracia que tiene la capacidad de sobrevivir a la crisis de diciembre de 2001, por lo menos en el sentido que el régimen democrático se mantiene. Todos estamos convencidos de que cualquier aventura autoritaria por suerte está más allá de toda posibilidad, cuando a pesar de todo en Latinoamérica hay algunos sueños todavía de empresas autoritarias. Me refiero concretamente al caso de Venezuela, donde -más allá de las miradas simpáticas que pueda despertar Chavez en algunos sectores- estamos frente a una experiencia estatal autoritaria. Está -por supuesto- fracasando rotundamente. En la Argentina esas experiencias no tienen ninguna cabida. ¿Cuál es la paradoja? Una democracia que no puede ser atacada coincide con una política demolida, destruida, en la cual nadie cree.

Esta es una combinación muy difícil que tiene que ver con los grandes errores que se cometieron en veinte años, es decir a partir de 1983. Y esto tiene que ver con la ingenuidad y con la visión arcaica del primer gobierno democrático, que lo llevó a pensar que de lo único que se trataba en la Argentina era de volver a una situación democrática y que con eso se iban a resolver todos los problemas. Recordemos la famosa máxima que recitaba Alfonsín en su campaña electoral: con democracia se hace todo, se come, se educa, se vive, se resuelven todos los problemas. No era cierto pero realmente lo creíamos la mayoría de los argentinos, no era solo un problema de Alfonsín o de los radicales, incluidos los peronistas.

Fue un grave error, que llevó a ese primer derrumbe en 1987/9, culminando en la hiperinflación del ‘89. Se perdió una oportunidad muy preciosa. Recuerden que en ese momento España estaba reencauzándose política y económicamente después de la experiencia del franquismo.

Por cierto una segunda oportunidad se pierde en la época de Menem y de nuevo tuvo culpas no solo el gobierno y la clase política sino también una sociedad civil que mayoritariamente se vió seducida por la prédica: “déjenme hacer”. Menem decía, como Fujimori, “déjenme hacer”, y la mayoría de la sociedad argentina nos sumamos a ese encanto, cuando teníamos la ilusión de ser el país del 1 a 1 que odiamos comportarnos como los suizos o los americanos. Por supuesto tuvo que ver con el hiper-presidencialismo de Menem, más allá de los problemas -que señalaba Acuña- de los límites reales de su acción.

Hay un ejemplo muy claro de oportunidades perdidas cuando se compara cómo se salió de la convertibilidad en Brasil, o de un régimen bastante parecido, y cómo se hizo en la Argentina. En Brasil se hizo a través de un manejo más o menos razonable de las políticas económicas. En la Argentina se podía quizás haber salido antes, pero no solo el gobierno apostó a no hacerlo sino que la sociedad civil no quería salir de la ilusión, porque por supuesto muchos estábamos ganando así como otros estaban perdiendo. Solo pudimos salir a través de una nueva hecatombe en diciembre de 2001. La última contribución a la demolición de la política la hizo el gobierno de la Alianza. Más allá de las características que uno puede adjudicarles a cada uno de los personajes, a De la Rua, a Alvarez, y a otros que se movieron, incluida la vuelta de Cavallo al ministerio de Economía, realmente fue una política dislocada. Eso se reflejaba en el escenario loco de lo que fueron las elecciones de octubre de 2001, y especialmente en este enclave en el cual vivimos que es la Capital Federal.

Alguien dijo que a partir del triunfo de Ibarra en las elecciones, Kirchner era el jefe político de la Capital Federal. Hay dos grandes zonceras en esa afirmación. La primera es pensar que con una diferencia de 4/5 % de votos en una elección tan pareja, con la reversibilidad que tienen las elecciones en la Capital Federal, ese resultado constituye a Kirchner en jefe político de un distrito tan voluble desde el punto de vista electoral. La segunda zoncera mucho más grave es pensar que la Capital Federal es la Argentina y que es una de las piezas de la política. Pero uno de los datos más interesante de los últimos veinte años de la política argentina es que lo que pasa en la Capital Federal, a pesar de lo espectacular que es, incluido por supuesto lo que sucedió en diciembre del 2001, cada vez tiene que ver menos con lo que pasa en las provincias, y lo que pasa en las provincias cada vez tiene que ver más con lo que pasa en el país.

Pienso que la elección de octubre de 2001 en la Capital Federal reflejaba de una manera muy clara esa política brutalmente dislocada, un partido en el gobierno que estaba en contra de su presidente, un justicialismo que estaba en contra de los candidatos oficiales de su propio partido, un ministro de Economía al que apoyaba un partido de oposición, una señora como Elisa Carrió que decía que estaba en contra de Menem y apoyaba a la farándula; recuerden alguno de los candidatos que llevaba Lilita en esa elección.

Lo que pasó en octubre del 2001 dio lugar a que una gran cantidad de gente dijera luego “que se vayan todos”, “no queremos más de esa política”. Fue lo que dominó en la política argentina durante un año y medio o dos. Más allá de cómo podamos juzgar a cada uno de los actores, efectivamente ese último episodio terminó de destruir la política. Podemos preguntarnos si en ese año y medio de administración de la crisis que se dio bajo Duhalde y el período que se abre ahora, ese proceso de destrucción se ha interrumpido y está comenzado a darse un ciclo más positivo.

La tercera y última destrucción, que es la más grave, es la de la sociedad. Hemos estado destruyendo vínculos sociales y la capacidad de confiar, que nunca fue muy alta en el país pero que ahora es especialmente baja. Me acuerdo de un libro extraordinario, poco leído (muchas veces los libros extraordinarios no se leen) de un filósofo y sociólogo norteamericano que se llama Richard Sennet, “La declinación del hombre público”, de la década del ‘70, en el cual nos advierte acerca de un tema que me parece importante cuando reflexionamos sobre los sucesos de los últimos meses en la Argentina. Dice que cuando uno piensa en la capacidad de construir como sociedad hay que tener mucho cuidado en no confundir solidaridad con confianza.

La solidaridad por supuesto es un elemento positivo, pero es esencialmente individual. En la solidaridad uno da y el otro recibe. En la confianza hay un vínculo igualitario. Por lo tanto la confianza es una virtud mucho más difícil de construir que la solidaridad. Digo esto porque hemos visto afortunadamente en los dos últimos años que hay muchas manifestaciones de solidaridad en la sociedad argentina, pero eso no es suficiente. El tema es cómo reconstruir confianza, lo cual ha sido marcado en las anteriores exposiciones, y también en la presentación del pastor, esa confianza en el otro. Porque el dar al otro implica una confianza en que ese otro también -para no ser ingenuos- en algún momento algo me va a dar. Pero tenemos que confiar en el otro porque de alguna manera pensamos que hay un vínculo igualitario. Eso es lo que se ha estado destruyendo a todo nivel en la Argentina. Caminando por el Gran Buenos Aires en los últimos dos o tres años se observa el miedo a que los pobres nos asalten. Cuando estamos hablando del miedo que nos dan los cartoneros, o el miedo a que nos asalten en una esquina del Gran Buenos Aires o de la ciudad, estamos -confesémoslo- expresando el miedo a que esa gente que es muy pobre, sean ellos o las mafias que operan en esos espacios, nos asalten.

El proceso principal de destrucción del vínculo social en la Argentina no se da entre ricos y pobres, sino entre los pobres. Hay ejemplos de construcción muy importantes en ese sentido, como decía alguien del público de San Isidro. Hay otros casos, en Morón y en otros lugares. Pero la mayoría de los ejemplos que podemos encontrar en los suburbios de nuestras grandes ciudades son efectivamente de destrucción de vínculos sociales, en los que las principales víctimas de crímenes, tanto familiares, de hombres contra mujeres, de padres contra hijos y de jóvenes contra otros jóvenes, se da en barrios pobres.

Reconstruir, revertir eso, va a ser una tarea -como se decía acá- de décadas, no de lo que haga un gobierno por más eficaz que sea en el manejo de sus políticas sociales. Desde muchos ámbitos de la sociedad Argentina hay de nuevo mensajes para que nos encantemos con Kirchner. Por supuesto es importante construir confianza en el gobierno, pero encantarse es otra cosa. Me parece extraordinario que Mariano Grondona se declare peronista de la primera hora, notable. Esos encantadores van a seguir apareciendo. Más allá de ellos es importante que podamos reconocer dónde está la Argentina en este momento, que podamos reconocer que para revertir este proceso hace falta actuar en varios planos, no solo desde el Estado sino también desde las empresas privadas, y desde la sociedad civil. Hay que actuar desde todos esos planos al mismo tiempo. Eso lo hace difícil pero a la vez abre por primera vez una oportunidad de reconocer que a lo mejor tenemos que actuar como sociedad.

CÁTEDRA ABIERTA DE RESPONSABILIDAD SOCIAL Y CIUDADANA