Expirado
Atrio2

María Kodama, presidente de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges.

Tendría, para mi misma, que tratar de puntualizar lo imposible, definir qué es el misticismo.La palabra "mística" tiene su origen en los misterios griegos. Un místico es aquel que ha sido iniciado en ello, gracias a esto tiene un conocimiento esotérico de lo divino y ha "renacido en la eternidad".

La finalidad de estas iniciaciones era superar el mundo, hecho de historia y tiempo para entrar en la eternidad, sin tiempo. A través de los misterios, el iniciado accedía a algo sagrado, a una sabiduría secreta de la que no podía hablar.

La palabra "misterio" proviene del verbo griego “muo”, que significa "cerrar la boca o los ojos". En islandés, el nombre "runa" viene del verbo '"rymian", que también significa "misterio", lo que no se revelaba, lo que solo podía ser trasmitido de maestro a discípulo.

En ambas definiciones está la idea de lo oculto, a lo que se accede mediante una transmisión o iniciación.

¿Cómo se une esto a la idea de la mística en la obra de Jorge Luis Borges? ¿Qué relación hay entre ambos temas: el tiempo y la escritura?

Si pensamos en el Evangelio, cuando dice: "En el principio era el Verbo, y el Verbo se hizo carne y habitó en medio de nosotros", nos hallamos ante una bifurcación del significado de la palabra 'verbo' a través del tiempo. El camino elegido por Borges consiste en perseguir esa noción de Verbo como "el todo", al que el poeta solo tendrá una posibilidad de acercamiento a través del imperfecto verbo, la palabra.

Debemos, también, analizar los rasgos que caracterizan a la mística. En casi en todos los autores especializados en esta materia, hallamos respuestas parecidas: Un estado místico es inefable, no puede explicarse ni definirse a alguien que no ha tenido la misma experiencia. Es más una manera de sentir que un camino recorrido por el intelecto. Sin embargo, aunque el estado místico es afín a la emotividad del sujeto, es, también, un estado de conocimiento.

Interesa, especialmente, al intelecto porque, aunque el que sufrió la experiencia no pueda expresarla en palabras, está convencido de que sabe, tiene la certeza de que ha accedido a un universo totalmente diferente, al universo real. Estos estados místicos, además, no pueden durar mucho tiempo. Son transitorios aunque, cuando se sigue un determinado modo de vida, puede aumentar su frecuencia.

Esto lo encontramos en San Juan de la Cruz: "el alma tiene en su poder abandonarse, cuando quiere, a este dulce sueño de amor". Es posible entonces, prepararse para recibir una experiencia mística; sin embargo, cuando ello ocurre, los estados místicos invariablemente encierran el sentimiento de algo dado, tienen la cualidad de pasivos. Uno siente que es llevado y sostenido por otro poder distinto del propio.

Otra característica particular de los estados místicos es la conciencia de la unidad del todo. Todo lo creado se experimenta como una unidad. Todo en uno y Uno en todo. Pero quizá la calidad más extraña de la experiencia mística es el sentido de independencia con respecto al tiempo. El místlco se siente en una dimensión donde no hay tiempo, donde todo es ahora unido a la sensación de unidad y al sentido de estar fuera del tiempo. Además, surge en estos estados, la convicción de que el ego, el yo, no es el real. Por ejemplo, en el hinduísmo, el yo del que normalmente somos conscientes no es el verdadero, que está sujeto a cambios y al deterioro. Hay otro ser en el hombre, el verdadero Ser es el Atman, que es inmortal, constante, no experimenta cambios y no está sujeto a las dimensiones de espacio y tiempo.

Una vez que hemos determinado estos rasgos, vemos que en muchos de los cuentos y poemas de Borges aparecen reiteradamente. Creo que podríamos hablar, en el caso de Borges, de una mística de la creación. Si el camino de la mística implica el rigor del ascetismo, para llegar a la iluminación que culminará en la fusión con Dios, podríamos decir que, en esa experiencia, Borges queda detenido en la iluminación.•

Quizá nada despierte más compasión -en el sentido etimológico de la palabra- que esa sensación de un patético orgullo propio del agnosticismo. Aquel que cree en Dios lo afirma y lo da por sentado; e el ateo igualmente está seguro de su negación. En el caso del agnóstico, cada instante lo encuentra tratando de aprehender lo inasible, a través del único medio que nos hace seres humanos, la capacidad de razonar, y que, paradógicamente nos limita en esa otra dimensión que indagamos. Nadie, tal vez, está más próximo a Dios que el agnóstico.

Borges, a quien su padre enseñó, desde niño, filosofía, sintió desde muy temprano, desde la infancia, la inquietud metafísica. Y junto a las explicaciones de las aporías de Zenón de Elea, estaba el recitado y comentario de los versículos de la Biblia, por el lado de su abuela inglesa. Así mezclados el razonamiento y el Libro de Libros, creció bajo el signo del agnosticismo que, de algún modo, heredó de su padre, librepensador.

En el epilogo de "El Hacedor". Borges escribe:

"Un hombre se propone la tarea de dibujar el mundo. A lo largo de los años, puebla un espacio con imágenes de provincias, de reinos, de montañas, de bahías, de naves, de islas, de peces, de habitaciones, de instrumentos, de astros, de caballos y de personas. Poco antes de morir, descubre que ese paciente laberinto de líneas traza la imagen de su cara."

Esa cara que le parece entrever en Paraíso XXXI,108, de esta misma obra: "Tal vez un rasgo de la cara crucificada acecha en cada espejo? tal vez la cara se murió, se borró, para que Dios sea todos".

Borges, profundo conocedor de las religiones orientales, recuerda aquí, a Farid al Din Attar, persa de la secta de los sufíes, que "concibió el extraño Simurgh (Treinta Pájaros)". Lo relata Borges en "El Simurgh y el Águila", incluido en "Nueve ensayos dantescos". Attar era dueño de una droguería, una tarde entra un derviche y le dice que a él le costará decir adiós a sus posesiones. Attar abandona su tienda y se marcha en peregrinaje. Llega a la Meca atravesando lejanos lugares: cuando vuelve se entrega a la contemplación y escribe poemas. Entre los que dejó, está el "Coloquio de los pájaros" (Mantiq-al-Tayr). Hacia el fin de su larga vida, renunció también a la versificación. La fábula relata cómo el Simurgh, rey de los pájaros, deja caer una pluma en la China, entonces los pájaros resuelven buscarlo. Saben que el nombre de su rey quiere decir treinta pájaros y saben que habita en la montaña circular que rodea la tierra. Después de atravesar mares y valles, solo treinta llegan a la montaña y perciben que ellos son el Simurgh y que el Simurgh es cada uno de ellos y todos. El Simurgh es inextricable. Detrás de él, está el panteísmo.

Este relato que Borges conoció en su infancia vuelve a él y lo compara al Simurgh, en "Nueve ensayos dantescos", con el Águila que Dante describe en el canto XVIII del Paraíso». Aquí aparece el Águila entera, compuesta por millares de reyes justos; sin embargo, Borges hace notar que los individuos que la forman no se pierden en ella detrás del Águila, Borges ve el Dios de Israel y de Roma, un dios personal.

Es natural que Borges se sintiera atraído por los sufíes, ya que el sufismo produjo hombres que fueron no solo grandes místicos sino también poetas. Persia es, quizá, el país que contó con más poetas místicos, inspirados por una profunda experiencia espiritual. Los cristianos tienen a San Juan de la Cruz, un poeta místico de la misma jerarquía que Attar.

Volvemos a encontrar esta idea en "El Aleph", de 1949. El aleph es esa esfera en la que cabe todo el universo. Borges se refiere a su desesperación de escritor ante la imposibilidad de describir con palabras, esa simultaneidad que vieron sus ojos; porque la palabra es sucesiva, porque el hombre está hecho tiempo, ese tiempo que humanamente es sucesivo. Ya en éste cuento, Borges insiste en la imposibilidad de definir el Infinito Aleph. Los místicos, dice, prodigan emblemas para significar la divinidad. Entre los emblemas menciona el Simurgh.

Y con todo, intenta apresar con las inútiles palabras, la visión de lo indecible: "...vi en el Aleph, y en la tierra otra vez el Aleph y en el Aleph la tierra, vi mi cara y mis vísceras, vi tu cara, y sentí vértigo y lloré, porque mis ojos habían visto ese objeto secreto y conjetural, cuyo nombre usurpan los hombres, pero que ningún hombre ha mirado: el inconcebible universo." Análoga idea en "El Zahir":

"Para perderse en Dios, los sufíes repiten su propio nombre o los noventa y nueve nombres divinos hasta que estos ya nada quieren decir. Yo anhelo recorrer esa senda. Quizá yo acabe por gastar el Zahir a fuerza de pensarlo y de repensarlo: quizá detrás de la moneda esté Dios." Obsérvese la fuerza del deseo expresada con ese "Yo anhelo".

También la fuerza que arrastra la conciencia finita hacia la plenitud de lo infinito lo hace exclamar a Tzinacan, en "La escritura del Dios": "¿Oh dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir!... Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad y, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre."

Alcanzada esta revelación, ya nada le importa. Porque al comprender el universo, él es nadie.

En este cuento está presente, también, como en "Las ruinas circulares", la idea de un sueño dentro de otro sueño. Esto sucede cuando Tzinacan sueña con los granos de arena que lo ahogan y sofocan:

"Alguien me dijo: No has despertado a la vigilia, sino a un sueño anterior. Ese sueño está dentro de otro, y así hasta lo infinito, que es el número de los granos de arena. El camino que habrá que desandar es interminable y morirás antes de haber despertado realmente".

Aquí está presente la doctrina budista, la idea del mundo como un sueño. Podría encuadrarse la experiencia de Tzinacan en el Yoga, es decir, en la unión del individuo con lo divino perseguida a través de un ejercicio perseverante: hay una dieta, una postura, una respiración, la concentración intelectual y la disciplina moral. Todo ello hace que el hombre, vencida su naturaleza inferior que lo sume en el oscurecimiento, entre en el samadhi y se encuentre cara a cara con hechos que nunca pudieron brindarle, el instinto o la razón.

Citando el Viveka nanda (Rhiga London 1896): "No hay sentimiento del yo y, sin embargo, la mente trabaja, sin deseos, libre del cuerpo. Entonces la verdad brilla en todo su esplendor y sabemos lo que realmente somos (porque el samadhi yace potencialmente en todos nosotros), libres, inmortales, omnipotentes, libres de lo finito y sus contrastes de bien y de mal, somos uno en el Atman, el Espíritu Universal."

Borges, que en el "Poema de los dones "imagina el Paraíso bajo la forma de la biblioteca, había escrito en 1941, “La Biblioteca de Babel", en la que el microcosmos está representado por los hexágonos de las galerías de. la biblioteca, ese alucinante universo "(que otros llaman la biblioteca)". Aquí también está la preocupación por hallar esa explicación última que se le escapa una y otra vez:

"(Los místicos pretenden que el éxtasis les revela una cámara circular con un gran libro circular de lomo continuo, que da toda la vuelta de las paredes; pero tu testimonio es sospechoso, sus palabras, oscuras. Ese libro cíclico es Dios,)"

Habla, también, el relator, del Hombre del Libro. Los bibliotecarios creen que "...debe existir un libro que sea la cifra y el compendio perfecto de todos los demás: algún bibliotecario lo ha recorrido y es análogo a un dios. Muchos peregrinaron en busca de El..."

Borges medita en distintos cuentos sobre esa doble lectura del libro de los hombres y el libro de la naturaleza o libro de Dios, imposible de abarcar con el entendimiento humano, bajo pena de quedar destruido en el intento, como Funes el memorioso, para quien la suma de recuerdos, la multiplicidad y sutileza de diferencias en un insecto u otro animal, los infinitos cambios de un instante a otro, solo servían para abrumarlo, ya que estaban en él como estaban, también, aparentemente, los volúmenes de la biblioteca de Babel. Funes no es un místico no alcanza en la simultaneidad, la comprensión que da la eterna armonía.

Así, en el poema, en el ensayo, en el cuento, aparece siempre la inquietud metafísica de Borges. Y ese anhelo de visión total lo hace pedir que "...en un instante, en un ser, Tu enorme Biblioteca se justifique."

"La biblioteca de Babel" finaliza con la misma lucha interminable de la razón por entender, por traspasar sus límites:

"...Yo me atrevo a insinuar esta solución del antiguo problema: La biblioteca es limitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobarla al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden, (que, repetido, sería un orden: el Orden). Mi soledad se alegra con esa elegante esperanza".

Como vemos, esta preocupación de Borges por el Orden, por la justificación de la Biblioteca, el sentimiento de que formamos parte de un todo, que puede ser Dios o la naturaleza, son constantes que aparecen de distintos modos en su obra. Y esta continua preocupación de Borges traza su agnóstica busca de ese momento en el que tuvo su experiencia mística.

Borges, en una entrevista, muchos años después de que le sucediera, narra lo que considera una experiencia mística. Dice que duró solo unos minutos o unos, segundos, y agrega que no podría definirla, porque esas cosas ocurren fuera del tiempo.

Narra esta experiencia en una de sus primeras obras, "El idioma de los argentinos" de 1928, y luego la incluye en dos publicaciones más. La titula "Sentirse en muerte":

"Deseo registrar aquí una experiencia que tuve hace unas noches: fruslería demasiado evanescente y extática para que la llame aventura; demasiado irrazonable y sentimental para pensamiento. Se trata de una escena y de su palabra; palabra ya antedicha por mi, pero no vivida hasta entonces con entera dedicación...Lo rememoro así. La tarde que precedió a esa noche, estuve en Barracas: localidad no visitada por mi costumbre, y cuya distancia de las que después recorrí, ya dio un sabor extraño a ese día. Su noche no tenía destino alguno como era serena, salí a caminar y recordar, después de comer. No quise determinarle rumbo a esa caminata; procuré una máxima lentitud de probabilidades para no cansar la expectativa con la obligatoria antevisión de una sola de ellas. Realicé en la mala medida de lo posible, eso que llaman caminar al azar; acepté, sin otro consciente prejuicio que el de soslayar las avenidas o calles anchas, las más oscuras invitaciones de la casualidad. Con todo, una suerte de gravitación familiar me alejó hacia unos barrios de cuyo nombre quiero siempre acordarme y que dictan reverencia a mi pecho. No quiero significar así el barrio mío, el preciso ámbito de la infancia, sino sus todavía misteriosas inmediaciones, confín que he poseído entero en palabras y poco en realidad, vecino y mitológico a un tiempo. El revés de lo conocido, su espalda, son para mi esas calles penúltimas, casi tan efectivamente ignoradas como el soterrado cimiento de nuestra casa o nuestro invisible esqueleto. La marcha me dejó en una esquina. Aspiré noche, en asueto serenísimo de pensar Ia visión nada complicada. La visión, nada complicada por cierto, parecía simplificada por mi cansancio. La irrealizaba su misma tipicidad. La calle era de casas bajas y aunque su primera significación fuera de pobreza, la segunda era ciertamente de dicha. Era de lo más pobre y de lo más lindo. Ninguna casa se animaba a la calle; la higuera oscurecía sobre la ochava, los portoncitos - más altos que las líneas estiradas de las paredes - parecían obrados en la misma sustancia infinita de la noche. La vereda era escarpada sobre la calle, la calle era de barro elemental, barro de América no conquistado aún.(...) Me quedé mirando esa sencillez. Pensé con seguridad en voz alta. Esto es lo mismo de hace treinta años... Conjeturó esa fecha: época reciente en otros "países, pero ya remota en este cambiadizo lado del mundo. Tal vez cantaba un pájaro y sentí por él un cariño chico, de tamaño de pájaro; pero lo más seguro es que en ese ya vertiginoso silencio no hubo más ruido que el también intemporal de los grillos. El fácil pensamiento Estoy en mil ochocientos y tantos dejó de ser unas cuantas aproximativas palabras y se profundizó a realidad. Me sentí muerto, me sentí percibidor abstracto del mundo; indefinido temor imbuido de ciencia que es la mejor claridad de la metafísica. No creí, no, haber remontado las presuntivas aguas del Tiempo; más bien me sospeché poseedor del sentido reticente o ausente de la inconcebible palabra eternidad. Sólo después alcancé a definir esa imaginación." (Otras inquisiciones", en "Nueva refutación del tiempo", O.C., tomo 11, pág. 142-143).

Evidentemente, esta experiencia sacudió profundamente su ser, piénsese que incluye este episodio en tres de sus obras y vuelve a recordarlo en una entrevista de 1977.

De algún modo, esta semilla que veremos fructificar a través de algunas de sus composiciones, ya está en "Fervor de Buenos Aires" que, como él mismo dijo, prefigurarla todo lo que hizo después. En esta obra, creo sentirla en el poema "Un Patio":

Con la tarde se cansaron los dos o tres colores del patio. Esta noche, la luna, el claro círculo, no domina su espacio. Patio, cielo encauzado. El patio es el declive por el cual se derrama el cielo en la casa. Serena, la eternidad espera en la encrucijada de estrellas. Grato es vivir en la amistad oscura de un zaguán, de una parra y de un aljibe.

Terrible la otra experiencia, quizá, de lo transcendental, que le inspiró "Mateo, XXV, 30" (en "El otro, el mismo", de 1964); recuérdese el versículo:

"Y al siervo inútil libradle en las tinieblas de afuera: allí será el lloro y el rechinar de dientes".

Borges sabe que todavía no ha escrito el poema. Ese poema sería atrapar el Verbo, poseer la inconcebible hoja central, sin revés, de la Biblioteca de Babel, la visión del universo en el Aleph, y poder contarla sin tiempo sucesivo. Con la nostalgia de su experiencia mística sabe, sin embargo, que lo que lo redimirá será seguir su destino y convertir el dolor y la alegría de su vida terrena en poesía, no en vano consideró en "De la salvación por las obras" que, gracias a la poesía, a un haiku, la humanidad se salvó.

Borges sabe que, como el místico panteísta Ángelus Alesius dijo - en un dístico: La rosa es sin porqué florece porque florece.

María Kodama