María Eugenia Estenssoro (Fundación Equidad).
Quiero agradecer al Foro Ecuménico y Social, a la Fundación Internacional Jorge Luis Borges y al Atrio de los Gentiles por el honor y la alegría de participar en este diálogo entre creyentes y NO creyentes.
Este simposio impulsado por el Vaticano es una iniciativa extraordinaria.Reunir en distintas ciudades, como en el antiguo Templo de Jerusalén, a personas de diversas ideologías, nacionalidades, religiones, creencias y especialidades, para dialogar sobre cuestiones que han dividido y lamentablemente siguen dividiendo a la humanidad, como son la noción de Dios, el Ser, el sentido último de la existencia y la posibilidad de un futuro común es algo verdaderamente loable.¡Bravo!
Y más extraordinario es que el propio Papa Francisco fuera uno de los promotores de que en Argentina el Atrio se hiciera alrededor, nada menos, que de la obra de Borges: un poeta y pensador agnóstico.¿ NO parece una contradicción? En vez de cuestionarlo o combatirlo, como hubiera ocurrido en otras épocas, el Vaticano propone incluirlo, estudiarlo, homenajearlo.¡Increíble! ¿ NO será esto una fábula borgiana y todavía NO nos dimos cuenta?
Antes que nada quiero aclarar que NO soy una intelectual y menos una teóloga.Soy tan sólo una política, periodista y ciudadana comprometida con mi país. NO pierdo la esperanza, como señala el poema “Los Conjurados” que inspira este encuentro, de que alguna vez los argentinos “tomemos la extraña resolución de ser razonables” y decidamos “olvidar nuestras diferencias y acentuar nuestras afinidades.”
En la adolescencia y juventud fui una ávida lectora de Borges.Asistí a ese inolvidable ciclo de conferencias en el Teatro Coliseo en 1977, donde habló de la Ceguera, la Poesía, el Budismo, La Cábala y otras maravillas.También tuve la suerte de escucharlo disertar en Estados Unidos, cuando estudiaba literatura.Siempre me sorprendió el cariño, el afecto que Borges despertaba en los jóvenes, tanto en Buenos Aires como en Nueva York.Hace poco descubrí que sus cuentos fueron la inspiración de un film de culto bastante extraño llamado Performance, cuyo protagonista era el mismísimo Mick Jagger.
Ricardo Piglia define la obra de Borges como “ficción especulativa” o “literatura conceptual”.Y convengamos que es sumamente abstracta. Sin embargo, sus conferencias eran encuentros muy cálidos, donde este viejito de casi 80 años, ciego, culto, lúcido e irónico, nos hacía reír, aplaudir y escucharlo como en misa.
Para que sepan desde donde voy a hablar sobre “Borges y la felicidad” tengo que decirles que soy una mujer profundamente espiritual.Soy cristiana, pero NO practico una religión específica, sino que abrevo en muchas fuentes.Al cabo de los años, he concluido que todos los caminos sinceros llevan a Dios.Que NO existe una teología universal, pero sí una experiencia, una vivencia común a todos los seres humanos que se acercan a Dios con verdad y humildad.
El filósofo y maestro hindú Jiddu Krishnamurti decía que Dios o “la Verdad es una tierra sin caminos”.NO es posible, decía, acercarse a ella por ningún sendero preestablecido.“La Verdad NO puede rebajarse, es más bien el individuo quien debe hacer el esfuerzo de elevarse hacia ella.”
Borges, el buscador
A su modo Borges, el agnóstico, el NO creyente, fue un buscador infatigable que nos invitó a recorrer los inusuales senderos que fue abriendo y descubriendo con su alma y su imaginación.A través de su poesía, su arte, sus sueños y sus infinitas lecturas, llegó a percibir, a vislumbrar y a expresar “el misterio, ” “lo indefinible”, aquello que NO se puede ver con los ojos del cuerpo, pero sí con los ojos del alma.A pesar de su ceguera y su falta de fe, yo creo que Borges “vio”, en el sentido espiritual del término.
Las ponencias de estos días sobre “Borges, la Biblia y la trascendencia” fueron muy ricas y reveladoras, como la de Lucas Adur y el panel que coordinó.Pero fue aún más conmovedor escuchar al Cardenal Ravasi recitando con fruición el magnífico poema “Cristo en la Cruz”, en el que Borges cuestiona la historicidad de los evangelios:
“Los tres maderos son de igual altura. Cristo NO está en el medio.Es el tercero.”
El poeta también cuestiona la divinidad del Mesías: “Sabe que NO es un dios y que es un hombre que muere con el día.NO le importa.”
Pero a la vez penetra como el más fiel de los fieles en el corazón mismo del mensaje cristiano:
“Nos ha dejado espléndidas metáforas y una doctrina del perdón que puede anular el pasado.”
En un reportaje que le hizo Paloma W.Nespral, María Kodama dice que “en la creación literaria y en su vida (Borges) buscaba lo que es imposible encontrar:la perfección. Esa perfección en sus escritos se va logrando sin que el lector se dé cuenta, en ello consiste la magia del genio.”
La perfección y la belleza al igual que la felicidad (veremos más adelante) son atributos de lo divino, y por eso los místicos y los practicantes cultivan esas virtudes para participar de lo divino.La perfección en la obra de Borges NO se manifiesta como algo exigido, egocéntrico, grandilocuente, al estilo del Fausto que desafía a Dios; al contrario, es un don admirable, poético y hasta juguetón, capaz de describir lo indescriptible con aparente facilidad, y decir verdades profundas con absoluta simplicidad.
¿Qué son esos mundos dentro de mundos y más mundos, del Aleph o de Tlön, Uqbar, Urbis Tertius y otras ficciones, sino un guiño, un espejo fantástico de las múltiples y misteriosas dimensiones de la existencia, el universo y la Creación? Esos mundos nos resultan extraños, inverosímiles, pero a la vez tienen algo muy familiar, resuenan en nosotros, ¿ NO es cierto?
Deslumbrados nos preguntamos una y otra vez:¿como pudo imaginar, crear, describir algo así? Es un deslumbramiento, una felicidad SIMILAR a cuando entramos en contacto con la realidad espiritual, algo muy superior a nosotros, que nos conmueve y nos hace humildes.
“It humbles us.” En inglés existe el verbo “ TO humble”, hacer humilde, que en español podría traducirse como “humillar”, pero humillar implica someter, despreciar y “ TO humble" es otra cosa, es volvernos humildes ante lo inconmensurable, ante algo que intuimos que es de otra naturaleza. Como el genio y la inspiración borgianos.
En el principio, la Palabra
La palabra creadora de realidad es el centro de uno de sus cuentos magistrales, Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. Esa falsa enciclopedia sobre un planeta ilusorio, escrita en secreto por hombres anónimos, cuyos textos al entrar en contacto con los humanos empiezan modificar sus pensamientos y la realidad. Es un relato tan irreal y , sin embargo, ¿no es la palabra creadora el principio de la Creación?
Cito el Génesis, 1:3-8
“Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz ‘día’, y a la oscuridad la llamó ‘noche’. Y atardeció y amanceció: día primero. Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras. E hizo el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, y las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento ‘cielos’. Y atardeció y amaneció: día segundo…”
Con su Palabra Dios creó en seis días todo el universo, los mares, la tierra, las plantas, las especies, el hombre y la mujer. El séptimo día descansó.
El Nuevo Testamento, que narra la vida de Jesús, también se basa en la Palabra de Dios como principio creador.
Dice el Evangelio según San Juan, 1,1-14:
“En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. En el principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
…Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad…”
De los cuatro evangelios, se dice que el de Juan es el más bello, poético y de mayor penetración mística. Borges le dedicó no uno sino dos poemas. Ambos se titulan Juan,1, 14, referidos al versículo correspondiente: “Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.” El primero, aparecido en libro de poemas “El otro, el mismo” es escueto; el segundo, publicado en “Elogio de la sombra” es magnífico.
¿A esta altura se preguntarán que tiene que ver todo esto con Borges y la Felicidad?
Para mí, “Los Conjurados”, su último libro, publicado un año antes de morir, es un testamento del poeta y del hombre que finalmente encontró la felicidad, no sólo artística e intelectual sino también espiritual. Borges alcanzó en los últimos años de su vida la plenitud de su Ser. Eso es lo que busca un hombre o una mujer de fe: la felicidad del Ser.
En términos espirituales, la felicidad no es un sentimiento, una emoción, un arrebato que sentimos cuando nos pasa algo deseado o agradable. La felicidad es mucho más. Es una virtud, un poder del alma, un estado de la mente que hay que cultivar. La felicidad se alcanza cuando logramos vivir en armonía, en verdad, honrando la propia vida así como la de los demás, y en comunión con la Creación. Creo que Borges, el supuesto agnóstico, conoció ese estado del ser.
En el prólogo de “Los Conjurados” lo dice de claramente:
“Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.”
¿No es hermoso? Un hombre de 86 años, ciego, al final de su días, dice con gran serenidad y sabiduría que la belleza y la felicidad son algo “frecuente”.
Pero no habla sólo de sí mismo, habla del ser humano, de su posibilidad. Por eso en la segunda oración utiliza la tercera persona del plural: “No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso.”
Borges nos dice que la belleza, la felicidad, el paraíso, están ahí, al alcance de la mano, diariamente. Depende de cada uno de nosotros el querer experimentarla o no.
La felicidad es un aspecto poco explorado en relación a Borges. Habitualmente no pensamos en él como un hombre feliz, sino todo lo contrario, como un escritor genial pero un hombre desdichado.
Al igual que su padre, fue quedando ciego relativamente joven. Escribió gran parte de su obra dictando, sin ver. Siempre fue tartamudo, hasta el final; incluso en sus conferencias, que eran sublimes, tartamudeaba, se le cortaba el habla a cada rato. Durante años fue muy tímido. Fue rechazado por incontables mujeres. Antes de morir pasados los 90 años de edad, su madre, una mujer sobreprotectora y dominante, le arregló un casamiento con alguien a quien él ni siquiera quería. Le negaron el Premio Nobel de literatura porque decían que era elitista y conservador. Fue amado pero también odiado en su país; decidió morir en Ginebra.
No fui feliz
Mucha gente conoce a Borges principalmente por el poema “El Remordimiento” que publicó en el diario “La Nación” en 1975, a tres días de la muerte de su madre. Es uno de los más populares, aunque a él no le gustaba. Comienza con una confesión dramática:
“He cometido el peor de los pecados Que un hombre puede cometer. No he sido feliz.”
Observemos que Borges dice que el peor de los pecados que puede cometer un hombre es no ser feliz. Peor que matar, robar o mentir es no ser feliz. Por eso la felicidad en “Los Conjurados”, al final de su vida, es tan notable. Como el héroe que debe recorrer un largo periplo hasta llegar a su destino, Borges tuvo que transitar una verdadera odisea de superación personal hasta alcanzar esa plenitud.
El año pasado, Nicolás Helft, ávido lector y coleccionista de Borges, publicó una biografía basada en postales del escritor, titulada “Borges, postales de una biografía”. El libro comienza con “El manuscrito de un suicida”. Una libreta negra, de hojas cuadriculadas hallada en el Hotel Las Delicias de Adrogué, en 1940, donde el poeta se refugiaba para escribir y escapar de una vida cotidiana que detestaba. El manuscrito dice:
“El otro J.L.B. (el otro y verdadero Borges, el que me justifica de un modo suficiente pero secreto) cumplió esta tarde (acaso por primera vez) con sus obligaciones de auxiliar segundo (doscientos diez pesos al mes; con los descuentos, ciento noventa y nueve) en cierta biblioteca ilegible del hinterland de Boedo, adquirió un revolver en una de las armerías de la calle E. Ríos, adquirió una novela ya leída (Ellery Queen: The Egyptian Cross Mystery), en Constitución sacó un pasaje de ida a Adrogué - Mármol - Turdera, fue al hotel Las Delicias, consumió y dejó impagas dos o tres cañas fuertes y se descargó un balazo definitivo en una de las piezas altas…”
Helft explica que “Borges no llegó a suicidarse en el Hotel de Adrogué, pero se sentía muy desdichado. Tenía 40 años y sólo era reconocido en un pequeño círculo y sus libros vendían muy poco. El dinero le alcanzaba apenas para comprar unos libros y a veces ir al cine. Vivía con su madre en un departamento de Pueyrredón y Las Heras. Trabajaba en una biblioteca de barrio, la que menciona en esa nota.”
Sentía que esa vida mediocre era falsa o irreal, y que lo verdadero eran los cuentos que escribía, habitualmente en ese cuarto de hotel venido a menos, donde había pasado vacaciones durante su infancia. El cuaderno negro con hojas cuadriculadas contenía además un relato fantástico. Los primeros esbozos de Tlön, Uqbar, Orbis Tertius. “Así, en su momento de máxima infelicidad,” señala Helft, “cuando su vida parece desintegrarse, Borges concluye su obra más poderosa y más perdurable sobre la aniquilación de la realidad”.
Pero Jorge Luis Borges no era ni un pusilánime, ni un cobarde, ni un fracasado, como él sentía, sino un ser extremadamente potente, tenaz y valiente, que superó severas limitaciones personales hasta convertirse en el artista y el hombre que fue. Pensemos que a pesar de la ceguera que le impedía leer y escribir en forma directa, creó una obra compleja, llena de referencias a sus infinitas lecturas, que lo convirtió en uno de los escritores más originales y prestigiosos del Siglo XX. Él, que decía que las bibliotecas eran su máxima felicidad, tenía vedado leer. No se desanimó. Con una gran fuerza de espíritu atravesó la noche hasta llegar a la luz.
Convirtió una maldición en una bendición. Así lo expresa en el “Poema de los dones”:
“Nadie rebaje a lágrima o reproche Esta declaración de la maestría De Dios, que con magnífica ironía Me dio a la vez los libros y la noche.”
Para mí, lo más importante es que Borges en su madurez también conoció la felicidad. Gracias al azar, como diría él, y a su traductor norteamericano, Norma Di Giovanni, que en un momento se convirtió en una suerte de manager tanto de su obra como de su vida, logró divorciarse de Elsa Astete y encontrarse en Reykjavik, Islandia, con María Kodama, su joven asistente y discípula, de quien ya estaba secretamente enamorado. Desde allí le escribe a su madre, de noventa y pico de años, la siguiente postal:
“Mucho más increíble que Islandia es el hecho de que María Kodama haya arribado aquí, con noticias suyas… Me siento muy feliz y estoy contando los días para la vuelta. Un beso. Georgie.”
Esta postal es de 1971 y “Los Conjurados”, el libro que le dedica a María Kodama, es de 1985. Pasaron 14 años. En la primera página le hace una de las más magníficas declaraciones de amor:
“De usted es este libro, María Kodama. ¿Será preciso que le diga que esta inscripción comprende los crepúsculos, los ciervos de Nara, la noche que está sola y las populosas mañanas, las islas compartidas, los mares, los desiertos y los jardines, lo que pierde el olvido y lo que la memoria transforma, la alta voz del muecín, la muerte de Hawkwood, los libros y las láminas? Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro. En este libro están todas las cosas que siempre fueron suyas…”
Esta dedicatoria expresa con gran belleza y a la vez sobriedad (un sello distintivo de la escritura de Borges), esa magia que ocurre cuando dos seres entran en comunión e intercambian dones, momentos, experiencias, palabras. Ingresan en ese tiempo sin tiempo que los griegos llamaban el kayros, el tiempo de Dios. Por eso aquello que se da una vez se sigue dando eternamente, en otra dimensión, aunque en el kronos, el tiempo cronológico de la tierra, sucedan otras cosas.
“Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro.”
Estos dos versos que Borges le dedicó a María Kodama quedaron grabados en mi corazón y me acompañan desde hace décadas. Fueron escritos para una mujer pero a la vez para todos nosotros también. Fueron escritos por un hombre de 85 años, que sabe que la muerte se aproxima y no se resiste, porque es feliz.
“…suelo sentir que soy tierra, cansada tierra. Sigo, sin embargo, escribiendo. ¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda? La dicha de escribir no se mide por las virtudes o flaquezas de la escritura. Toda obra humana es deleznable, afirma Carlyle, pero su ejecución no lo es”. Jorge Luis Borges, prólogo a “Los Conjurados”, 1985.
María Eugenia Estenssoro
Legisladora de la ciudad de Buenos Aires, fue senadora. Presidente de la Fundación Equidad. Periodista.