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Gracia Cutuli. Artista y escritora.

En 2011 la Academia Nacional de Bellas Artes publicó el Número 9 de la revista Temas, dedicada a “La cuestión de la Belleza”.

En los ensayos de diferentes autores hay encuadres muy diversos. Los hay como el del Dr. José Emilio Burucúa que se refiere a “Lo Bello y lo sublime”.

Otros muy interesantes se explayan sobre la atracción del arte contemporáneo hacia lo feo, el caos y lo oculto, es decir lo opuesto a la belleza.  Citaré el muy claro del Dr. Jorge Taverna Irigoyen, “Estética del displacer. Belleza / Hedonismo / Fealdad”. 

En él señala el autor: ”desde los primeros siglos de nuestra era ya se perfila la importancia de saber ver como sinónimo de inteligencia, antes que de sensibilidad”. Agrega que “el concepto de lo bello cambia de acuerdo a la mirada de quien crea y del ojo de quien recrea”. Sostiene que “La belleza… es campo de convenciones y disensos. Arena de interpretaciones infinitas. Y sin embargo, (formulada la palabra convención) constituye y continuará constituyendo un argumento vivencial irrenunciable… Belleza como numen, y a la vez, como desafío de redimensiones simbólicas”.

Con gran acierto el Dr. Taverna Irigoyen subraya que la belleza es una convención, trata de hacernos recordar que se produce en un contexto social, histórico, económico y político. Es el producto, como dice el autor, de “Una sociedad desencantada que, quizá, casi sin tener plena noción de ello, entra en una estética del desencanto en la cual la belleza como canon o valor tiene un lugar limitado”.

En la misma publicación, el artículo de la Dra. Ruth Corcuera, llamado “Las otras bellezas”,  cita a Jacques Derrida cuando propone un “religare, un acercamiento entre pueblos que aparentemente no tienen nada en común”.

La Dra. Corcuera hace un relato de varias manifestaciones de belleza, desde la iridiscencia de las porcelanas islámicas, las de las incrustaciones de madreperla en México y Perú hasta la iridiscencia en los tejidos andinos, el más conocido entre ellos llamado “pecho de paloma”. Ella cita además el trabajo de la investigadora Verónica Cereceda acerca de la belleza en el mundo andino.

Me referiré en esta oportunidad en especial a esta investigación que Cereceda que escribió en Paris en 1984. Se trata de “Aproximaciones a una estética Aymara-Andina: de la belleza al Tinku” (1). (2). Cereceda señala la regla andina de precisar y destacar una idea oponiéndola a su contrario, el concepto binario. En cambio,  en esta investigación sobre la belleza según una secuencia de relatos de diferentes mitos, encuentra significativo que en todos se percibe a la belleza “sin ninguna referencia al tema que sería su complementario, la fealdad”.

Dice Cereceda “La belleza que surge de estos textos parece destacarse simplemente de lo “sin-belleza” y plantear, más bien, no una oposición binaria, sino una cuestión de grados”.

En la actualidad consideramos natural hablar del arte andino de las grandes civilizaciones precolombinas. Aún cuando observamos un objeto que ha podido ser utilitario, lo admiramos como creación artística.

No sucedía lo mismo cuando los españoles invadieron América ni suscitaron el mismo efecto en los primeros siglos que sucedieron a este acontecimiento. Se aceptaban con admiración ciertas destrezas técnicas o provocaban asombro las riquezas halladas, se nombraban las bellezas naturales o las historias o  leyendas de amor. Pero lo que consideramos ahora expresión plástica era recibido con desaprobación. En “Extirpación de la Idolatría en el Perú”, de P. J. Arriaga, y en “Historia de Nuestra Señora de Copacabana”, de A. Ramos Gavilán, ambas de 1621,  están citados los testimonios del extirpador de idolatrías  Alonso García Cuadrado que habla de  “un ídolo de piedra… muy abominable” y de “dos figuras monstruosas: la una de varón, que miraba al nacimiento del Sol, y la otra con rostro de mujer a las espaldas, que miraba al Poniente…”

Ahora, cuando se observan esculturas de dos figuras unidas por la espalda como la tallada del Museo de Pachacamac, nos sobrecoge y nos seduce esa ambigüedad. Es porque en el proceso de siglos sabemos que han sido producto de un contexto cultural, que fue diferente a nuestra actual la forma de expresar la realidad y que se trata de un diverso sistema de signos.

Pero no sabemos si los Aymaras del siglo XVII consideraban a ese llamado “ídolo abominable”  como un objeto sagrado o como un objeto bello.  Entiendo pertinente agregar una cita del Dr. Taverna Irigoyen del texto citado anteriormente: “Humberto Eco afirma que lo feo fascina, como representación de lo desconocido, como puente al miedo”.

Verónica Cereceda afirma que es notable la cantidad de palabras referidas a la belleza en el idioma aymara, según recopilación del lingüista Ludovico Bertonio, jesuita italiano (3). Hay términos que demuestran un carácter general, otros que precisan además ciertas cualidades como “bueno” o “bien hecho”. Hay palabras que se destacan por su polisemia, agregando una cualidad estética que se abre a otros significados. Cereceda señala palabras que sugieren que detrás de lo bello puede ocultarse un tipo de peligro. Ttittu [t’itú] es cualquier cosa hecha con primor, en tanto tittuha, como verbo, es “quitar lo ajeno con falsas razones y mentiras”. En este caso, la belleza podría contener un riesgo implícito, así como en mulla mulla cuyo significado es “hermoso”, en cambio en singular mulla es asombro, espanto, miedo.

Como ejemplos, Cereceda describe seis textos donde algo o alguien es denominado “hermoso”, algunos leídos en los khipus donde estaba registrados, según relatos del mercedario Martín de Murúa (4). El pensamiento colectivo – donde cristalizan los mitos – domina extraordinariamente bien sus estructuras, y en ellas siempre la belleza se comporta como un talismán, como un objeto mágico que relaciona las diferentes partes de esas estructuras. 

Estos mitos son el reflejo de la cosmovisión aymara.                                                                                        

Cereceda sostiene que en los relatos aymaras la belleza  no aparece nunca como un valor en si misma, fuera del contexto del mundo, sino como una tarea a ser llevada: configurar un enlace entre dos contrarios, como enfermedad / salud; vida / muerte; natural / sobrenatural; opaco / brillante, etc. Este ideal de belleza se vislumbra en contínua asociación como artífice de mediación, de modo que llegan a fundirse, siendo al mismo tiempo, tanto cosas bellas como articuladoras de realidades, constituyéndose en un núcleo que da sentido a cada texto.

Cereceda indica que al contrario de lo que sucede con el concepto de belleza, los textos anuncian la mediación a partir de los opuestos: ruptura, división, desarticulación. La mediación es una entidad independiente que relaciona partes divididas o en discordia, sin que ellas pierdan su identidad. Es algo más que un punto o un instante de contacto, puede adquirir sentido propio y seguir un proceso complejo, como sería una batalla ritual. Contacto y batalla son dos traducciones del término polisémico tinku.

Todos estos conceptos se reflejan en las piezas tejidas que ha investigado Cereceda. En ellas se reproducen las estructuras de su cultura: ”junto a una memoria oral, que conserva y repite grandes imágenes mentales que pueden expresar con precisión sentidos codificados en ellas, … existe una memoria visual que fija relaciones entre formas, colores, espacios, contornos, etc. cuando ellos han logrado la expresión perfecta de un contenido. Y en un momento dado de la historia de los Andes se cristaliza una imagen plástica que parece convertirse en el emblema de una ideología (de un sistema de valores)”. (Cereceda 1981: 81).

Cereceda concluye: “Si la mediación parece otorgar a la belleza la ambigüedad que le es propia, la belleza, en cambio, parece conferir a la mediación un carácter inestable y peligroso. Por una parte, su atracción inmanejable, inmediata, contiene un elemento perturbador que la hace tal vez un instrumento para conectar con las potencias de lo oscuro, lo desordenado. Por otra, es capaz de seducir demasiado, hasta hacer perder la conciencia o el alma”. 

Acudo a una bella metáfora textil de Cereceda: “Lo bello se comporta como el extremo de una hebra en desorden. Al perseguirla, nos va llevando directamente a otros temas, para dejarnos, de pronto, en ese punto enmarañado donde los pensamientos (¿aymaras?, ¿andinos?) intentan, desesperadamente, construir las distinciones fundamentales de su universo.

Gracia Cutuli

Estudió en Argentina y en Francia. Desde 1964 -1970 cofunda y dirige la Galería El Sol, en Buenos Aires, especializada en Arte Textil.

Publicó libros, artículos y dicta conferencias en Argentina y en el exterior.

1991 - 2002  Profesora Titular de Diseño Textil e investigadora de la Universidad de Buenos Aires. Profesora de Posgrado en la UBA y en la Nacional de La Plata.

Desde 1958 realizó 53 exposiciones individuales y 260 de grupo con pinturas, dibujo, grabado, alfombras, arte textil y técnica mixta  en museos y galerías en Argentina, Australia, Brasil, Canadá, Cuba, Chile, Francia, Hungría, Italia, España, USA, Japón, Lituania, México, Perú, Polonia, Senegal, Suiza, Uruguay y  Venezuela.

Principales distinciones: 1er. Premio Salón de Arte Textil de Buenos Aires; Gran Premio de Honor, 1er. Salón Nacional de Arte Textil; Premio Konex de Platino; 1er. Premio “Quinquela Martín”; 1er. Premio Pro Arte de Córdoba.

Su obra forma parte de colecciones públicas y privadas en el país y en el exterior donde ha sido difundida en libros, medios gráficos y audiovisuales.

En 2011 fue elegida Miembro de Número de la Academia Nacional de Bellas Artes de Argentina.

Citas:

  1.  “Raíces de América. El mundo aymara”  compilación de Xavier Albo, en Alianza América/UNESCO, 1988.
  2. Tinku es una palabra polisémica. En quechua: encuentro, en aymara, combate.
  3. Ludovico Bertonio, sacerdote jesuita italiano que falleció en Lima en 1625.
  4. Martín de Murúa, mercedario. Nació en Guipúzcoa y llegó antes de 1585 a Perú. En 1616 solicitó licencia para imprimir su crónica “Historia General del Perú”. Además recogió otras crónicas, entre ellas como las de Cieza y Betanzo.