Fundador de la Comunidad Amijai. "Diálogo, comunicación y disenso"
La tradición judía divide la lectura de la Torá, que es el corazón de la liturgia sabática de acuerdo a las semanas del año. Cada semana se lee una porción, que se conoce como Sidrá o Parashá.
La Parashá de la semana pasada habla de un personaje llamado Koraj (Números 16). Este hombre, primo de Moisés y también miembro de la tribu Leví, se junta con Datán, Aviram y otros individuos de la tribu de Reubén, que como tal vez alguno de ustedes sepa, era el mayor de los hijos de Israel y que quedó relegado del liderazgo. Koraj viene a Moisés con un planteo aparentemente democrático. Le dice: “Yo también reúno las condiciones para ser el líder. ¿Por qué entonces sos vos? ¿Quién te eligió? ¿Cómo se legitima tu autoridad? ¿Y además de líder político, querés ser también líder espiritual?”. Poco importó que Moisés haya enfrentado al Faraón, que haya sacado al Pueblo de Egipto, que haya partido en dos el Mar y que haya intercedido para que de una roca saliera agua y del cielo cayera Maná. Poco importó que haya sido elegido por Dios. Koraj y sus seguidores le reclaman el liderazgo.
El relato continúa con Moisés cayendo sobre sus pies. Pocas veces se lo ve tan abatido, como bajando los brazos, como cansado.
La historia de la rebelión de Koraj quedó marcada en la conciencia colectiva como el prototipo de la disputa vacía sólo por el poder. El relato termina con lo que creo es una tremenda metáfora: la Tierra se traga a Koraj y a sus seguidores, como sugiriendo que la búsqueda del poder en sí misma nos conduce a que seamos tragados por la Vida, sin posibilidad de disfrutarla, de dejar una huella en nuestro paso por este Mundo, de encontrar significado en la Aventura de Vivir.
Hasta tal punto quedó este episodio del desierto metido en el inconsciente colectivo, que a partir del desarrollo del Judaísmo rabínico no va a haber nunca una única autoridad legal; precisamente por el estigma del autoritarismo y la legitimidad del pluralismo.
En la época de la Mishná (la producción literaria post-bíblica y base del Talmud) había siempre en cada generación 2 Maestros y no uno, conocidos como “zugot” = parejas. Y todo aquél que alguna vez estudió el Talmud sabe que en una página de cualquiera de los 64 Volúmenes de esta Enciclopedia de Vida, va a encontrar varias opiniones, diferentes, y todas válidas.
En la Mishná Avot, el tratado de Principios, dice: (capítulo 5, Mishá 17): “Toda controversia que sea hecha en nombre del cielo, se mantendrá. Y toda controversia que no sea hecha en nombre del cielo, desaparecerá”.
¿Y qué controversia es hecha en nombre del cielo? Por ejemplo, la de Hilel y Shamai (los dos grandes Maestros en la primera generación de Tanaím). ¿Y qué controversia es hecha NO en el nombre del cielo? Por ejemplo, la de Koraj y su grupo”.
Esta afirmación tiene importantes implicancias con respecto a nuestra actitud frente al diálogo y a las diferencias.
Reconoce la importancia de las diferencias y de la diversidad. Una sola opinión válida es la llave hacia el fascismo.
No sirve cuando la motivación tiene que ver sólo con la búsqueda de poder. A veces me pregunto cuánta más razón tuvo Nietsche que Freud, al advertir que la fuerza del poder es hasta más fuerte que la demanda intuitiva por satisfacer los instintos.
No sirve una controversia cuando es para saber quién tiene razón o quién es el mejor. No sirve cuando se trata de convencer al otro, ni mucho menos cuando se lo trata de vencer, al peor estilo medieval.
Sirve el diálogo y se mantendrá y será constructivo, cuando se reconoce que la única verdad es Dios. Cuando se tiene en cuenta que los Hombres sólo accedemos a verdades parciales. Cuando no sólo declamamos sino también defendemos el pluralismo y el respeto a las diferencias.
Sirve el diálogo cuando uno se ubica en una actitud de humildad y aprendizaje. Es decir, además del respeto, cuando el diálogo propicia la apreciación. Cuando se transforma en complementación. Cuando parte de un reconocimiento y legitimidad del otro.
Es que para dialogar uno necesita al otro. De lo contrario, caeremos en la trampa de creer que dialogamos, cuando sólo esbozamos monólogos.
Junto con las implicancias prácticas del diálogo, quisiera agregar 3 ideas teológicas, que creo fundamentales para expresar mi sentir.
La primera tiene que ver con la supremacía de los Valores. Para entablar un verdadero diálogo constructivo, es imprescindible partir de una serie de valores comunes, como la santidad de la Vida humana, la Libertad, la Justicia y la Paz.
Como dice el Profeta Miqueas, Capítulo 6, versículo 8:
“¡Ser Humano! Él te ha declarado lo que es bueno, y lo que Dios pide de ti: hacer justicia, amar con misericordia y andar con humildad junto a tu Dios”.
No importa tanto qué Dios. Importa más qué valores supremos que recibimos como desafío, sabremos desarrollar como para sentir que le hacemos a Dios un lugar en nuestra Vida.
La segunda idea tiene que ver con la Universalidad de su mensaje. Como dice en Isaías 56:7: “... porque la casa de Dios será llamada la casa de oración y plegaria para todos los pueblos”. “KI BEITÍ BEIT TEFILÁ IKARÉ LEJOL HAAMIM”. La Casa de Dios es la casa de plegaria, no para un pueblo sólo. No para una sola Nación. No para una sola Cultura o idioma.
Dice el Profeta: será la casa de todos los Pueblos. Será la casa de todos los Hombres. Porque más allá de las diferencias, las controversias y el pluralismo, todos somos hermanos, e hijos de un sólo padre. Sin privilegios. Sin discriminaciones.
En tercer lugar, permítanme compartir una idea teológica que surge de la Kabalá española. A propósito de esto es además de un honor, un motivo de profunda emoción estar en España, que supo albergar a tantos sabios, filósofos, poetas y científicos judíos durante el siglo de Oro, antes de su lamentable expulsión.
Dice en el Zohar, el libro más importante del misticismo judío, escrito en el siglo 13 cerca de Madrid, que ningún ser humano es capaz de percibir directamente la luz divina.
Esa Luz se refracta como un zafiro, y nos llega en 10 emanaciones, cada una de las cuales refleja un aspecto de la luz primordial. Las 10 emanaciones o Sefirot están conectadas con nuestros órganos vitales, nuestros chacras energéticos, nuestros códigos genéticos, nuestros nombres, nuestros antepasados y nuestros astros.
Ninguna Sefirá por sí misma abarca la totalidad de la Existencia. Ni siquiera las 10 juntas.
Será cuestión de intentar ver cómo se refracta la Luz divina desde las distintas perspectivas del Ser. Cómo cada una agrega sentido. Cómo cada una nos regala equilibrio.
Porque podemos intentar dialogar como Koraj, por poder, para ganar, para ser reconocidos, o creer que tenemos la verdad absoluta. Pero seremos tragados por nuestra ambición.
El diálogo verdadero es en el que puedo abrir el alma y disentir con respeto y humildad, en donde comparto valores que no son de mi propiedad sino de toda la Humanidad, y en donde cada uno es sólo una pequeña chispa de luz divina, que agrega claridad desde su perspectiva particular.
Y nosotros ¿cómo dialogamos? ¿como Koraj o como Hilel y Shamai? ¿cómo expresamos nuestros disensos? ¿patoteando, haciendo la guerra, gritando, explicando, callando, bajando los brazos, embarcándonos en monólogos? ¿cómo nos comunicamos?
¿nos respetamos? ¿nos apreciamos? ¿nos sentimos complementarios?
Permítanme agregar algunos comentarios sobre el contenido del diálogo. En otras palabras: ¿por dónde empezar?
Desde un lugar estructural, como decíamos, el diálogo comienza por uno mismo; por la actitud personal que uno tiene, de humildad, de predisposición y de reconocimiento del otro.
Desde ese mismo lugar, esta actitud tiene un efecto y un impacto social inimaginable. Los kabalistas dirían que hasta tiene un efecto cósmico, porque modifica hasta el infinito las relaciones entre las personas.
Esta es la actitud que puede marcar el pulso de una familia, de una institución, de un país, y hasta del mundo entero.
No creo que haya que resignarse a que vivamos odiándonos y matándonos como si el ser humano fuese una cosa en Occidente y otra distinta en Oriente.
Y entonces ¿por qué contenidos empezar?
Creo que debemos continuar reconociéndonos desde nuestras diferencias. Esto es, entendernos. Creo que así habremos de perder el miedo a lo diferente.
Pero también creo, y lo digo por experiencia propia, que además de nuestras diferencias y de lo poco que nos separa, el diálogo nos va a confrontar con una verdad irrevocable y que tiene que ver con lo mucho más que nos une.
Descubriremos que la esencia humana es la misma. Que todos, sin excepción tenemos sueños y frustraciones, conflictos y alegrías.
Cuando estalló la crisis en la Argentina a fines del 2001, trajo una avalancha de pobreza, de hambre, de frío, de humillación y sufrimiento.
La falta de trabajo y la desigualdad no preguntó en que Dios crees o de dónde vienen tus padres. Simplemente entró en muchos hogares sin golpear la puerta, y arrasó con la dignidad de las personas.
Yo tenía un profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalem, donde viví durante 7 años, se llamaba Emil Fackenheim, que una vez nos dijo: “No se puede hacer teología después de Auschwitz sin escuchar a la Historia”.
Y creo que tenía razón. Una y otra vez comprobé que no es posible ubicarse en la estratósfera cuando tu prójimo sufre.
Por lo tanto, si me preguntan por qué contenidos empezar, yo sugeriría empezar por ahí: por proyectos de ayuda y justicia social.
Es que de acuerdo a la tradición judía nuestro mundo es imperfecto y está inconcluso. Muchas cosas necesitan una “reparación” (tikún) y necesitan además recrearse una y otra vez. En esto somos socios de Dios para intentar corregir aquello que está mal, y para hacer uso del regalo de ser creativos y continuar esa tarea divina que nos desafía con cada amanecer.
La primera pregunta es si vamos a aceptar esta sociedad. Si de verdad vamos a trabajar para corregir, recrear, y asociarnos a Dios.
Pero hay una segunda pregunta, tanto o más importante que la primera: si vamos a ser capaces de asociarnos entre nosotros. Si el Hombre va a tener la valentía de asociarse al Hombre.
Como dirían nuestros sabios en el Talmud: “Ha behá Talía” = Una cosa depende de la otra.
Lo que dicho de otros modo es: “Para llegar al otro hay que reconocerse creatura de Dios. Pero para llegar a Dios, hay que reconocer al otro”.
Para mí otro tipo de expresión podrá denominarse religiosa, pero carecerá de religiosidad. Porque toda religión sirve en cuanto sirve al Hombre. Si se olvida de él, se convierte en un formato hueco y vacío de contenido.
En nuestra relación con Dios y con su creación nos queda la opción de aceptar o no el desafío de ser socios, para aportar nuestras pequeñas y parciales verdades, y hacer de este mundo un lugar más vivible, en donde se respire más comprensión, más poesía y más amor.
Porque no se trata de estar todos de acuerdo en todo. Sino de saber cómo confrontar la problemática de la comunicación y la naturaleza del disenso.
Quiera Dios que sepamos elegir entablar controversias creativas, y fructíferas, que no nos hagan perdernos en nuestro propio ego, y nos permitan reconocer que buscamos encontrarnos con algo más que nosotros mismos: con otros seres humanos, con otras luces, con más capacidad para volar, y tal vez, encontrar el cielo.
Rabino Darío Feiguin