Dr. Eduardo del Cerro, Especialista en Medicina Interna y Salud Pública.
La enfermedad en sí, cuando consideramos el riesgo individual de un infectado, es de baja letalidad (excepto en aquellos con factores de riesgo, el mayor de los cuales y de más fácil registro, es la edad). Pero al ser un virus extremadamente contagioso, habrá un número muy grande que se puede llegar a infectar.
De modo que, al no haber protección específica con una vacuna, ni tratamientos específicos, la única medida significativa es el aislamiento social, pese al alto costo –no sólo económico- que esto implica.
Es probable que la alta letalidad de la infección por coronavirus en los ancianos sea como la gota que rebalsa el vaso. Quienes mueren en esta epidemia, de cualquier manera irían a morir próximamente por su condición de base. Entonces, ¡cuál sería la contribución del virus en la muerte de estos ancianos? Temo que sea mucho mayor el daño provocado por dar excesivo privilegio a esta epidemia por sobre todas las demás enfermedades y situaciones que seguirán requiriendo la participación médica. Si se siguen internando positivos sanos o casi sanos, el sistema dejará de atender la demanda habitual, que es, SIN DUDA, más "pesada" que la del coronavirus. Basta ver las cifras de mortalidad en nuestro país, y sopesar la importancia relativa de este virus en relación a la patología habitual. La inmensa mayoría de las muertes atribuidas al coronavirus, en todo el mundo, ocurrió en personas de edad, y con patologías crónicas significativas previas.
Según los últimos registros de la Organización Mundial de la Salud, el paludismo, o malaria, provoca 405.000 muertes al año. De estas, ocurren en África 93%. Y de estas 61% son en menores de 5 años de edad. En 2017 murieron 266.000 negritos por paludismo en África.
En lo que va del año –el tiempo que lleva la pandemia por coronavirus- murieron 58.400 niños por una enfermedad fácilmente prevenible y tratable.
Obviamente, no dejaremos de preocuparnos por la amenaza que significa para nuestros ancianos el COVID-19. Pero ¿no es llamativo que nunca hablamos de lo que pasa todos los días en África, con los más pobres del mundo, y parecería que nuestro interés en la salud queda limitado a nuestro riesgo inmediato, aunque sea infinitamente menor que el de los niños africanos?
Eduardo del Cerro registra una larga trayectoria en el sistema de salud pública en la Argentina, en Buenos Aires y en el interior. En la foto lo vemos recibiendo el Premio al Emprendedor Solidario, que le dio el Foro Ecuménico Social, por el Programa de Asistencia Sanitaria realizado con estudiantes avanzados de Medicina en la Fundación Misión Esperanza en Córdoba, que preside la Hna Theresa Varela. Ha realizado trabajos también en Africa.