Jean-Yves Calvez.
Politólogo y teólogo, miembro de CERAS, el centro de investigación y acción social de los jesuitas, quien fue presidente del Foro Ecuménico Social, autor de numerosas obras, expuso hace más de una década sobre los problemas que continúa enfrentando el mundo hoy. Sus pensamientos resultan en estos días esclarecedores, y sus propuestas más vigentes que nunca.
Siete plagas éticas
Conocen ustedes las plagas de Egipto: un momento determinante en cuanto a la liberación del pueblo de Israel. La humanidad entera parece hoy estar en una situación semejante. Hasta las plagas no son hoy sucesivas, sino más bien van juntas, lo que en un primer momento las hace peores.
Estamos dentro de la pandemia del H1N1 y ya sabemos que virus semejantes, que ya han existido, se pueden hoy difundir muy fácilmente por el hecho de la comunicación mundial, el transporte humano, y puede dar la impresión que estaremos frecuentemente obligados a tomar el tipo de medidas medievales de las que vimos las primeras manifestaciones en China con el Sars (Síndrome Agudo Respiratorio Severo) hace algunos años, y en México recientemente con el nuevo virus, de nuevo sin saber dónde podría parar esto.
¿Podemos enumerarlas? Diría: primeramente, claro, en este momento, la crisis financiera, económica, social. Creo que ya se puede decir como en 1929 y años siguientes: una gran crisis. Después viene la crisis energética: el problema de una, por lo menos, de las fuentes energéticas, sobre todo una no renovable, en la que pusimos lo esencial de nuestra esperanza.
Sigo con la crisis climática, signada, parece, por el informe del GIEC, Grupo Internacional sobre la Evolución del Clima, presentado a Naciones Unidas, y la película de Al Gore, hace ya dos años. Una más drástica limitación se manifiesta (en relación por lo menos con la evolución demográfica todavía en marcha y con el tipo de civilización, rica, exigente, aunque desigual, que hemos establecido: la crisis de nuestro habitat, tierra, este planeta. Por primera vez pensamos, tenemos que pensar, en substitutos, otros planetas, en algún lugar, pero es claro que dudamos y dudamos...Hasta estamos enfrentándonos con la conocida velocidad de la luz, que sería insuperable para el transporte extra-terrestre, o peor extragaláctico.
Hemos conocido una crisis de los alimentos hace un año y sabemos que puede ser recurrente, no por la escasez real, pero dada la capacidad de los hombres de especular con cualquier realidad económica: pueden ser los subprimes de un mercado de crédito inmobiliario, puede ser el petréleo, pueden ser los cereales y concretamente los alimentos, fundamental para inmensas muchedumbres de gente pobre que sufre inmediatamente por cualquier juego con los precios (lo vimos el año pasado).
Peor es posiblemente la crisis de la llamada proliferación de armas nucleares. Es claro que el problema está mal resuelto con la posesión de armas por parte de unos “grandes” que tienen todo el derecho y otros, más o menos “grandes”, que no tendrían que tener ningún derecho en la materia, pero a veces llegan a obligar a los grandes, como lo hicieron la India, el Pakistán, talvez Israel (un grande chico, aunque realmente grande). Ahora el problema gira alrededor de Corea del Norte y de Irán…Desde fines de la Segunda Guerra Mundial vivimos bajo paraguas, pero paraguas poco impermeables.
Con esto ya mencioné siete plagas. Claro que podría seguir...hasta lo político, hasta lo espiritual.
¿Son plagas éticas? No son éticas en sí mismas. En parte son el resultado del crecimiento humano, de la densificación de la población, del progreso científico y técnico, de grandes avances, de lo que el Concilio Vaticano II presentaba con entusiasmo como la gran aventura de la humanidad. La humanidad, o el hombre, ha dicho por su cuenta el Papa Juan Pablo II, hijo típico de esta aventura, no ha sido creado inmóvil, fijo, parado, sino él mismo creador. Ya en este mundo y en su tiempo, además, es cierto, para una eternidad, quiere decir en serio.
Pero sí todos estos acontecimientos son interrogantes éticos. Son desafíos, y el tema de reflexión cotidiano debe entonces ser: «los desafíos de la civilización a la ética». Obligan a discernir, a eligir. En primer lugar, estos acontecimientos en gran parte inéditos convocan, en modo inédito, a la responsabilidad y a la solidaridad, pero precisamente la contradicción es flagrante entre esta necesidad y nuestra tendencia de hoy a un individualismo total: la civilización misma nos provee con tantas posibilidades individualizadas, casi anti-solidaridad se puede decir. Así una educación mejor da autonomía al individuo y hay tantos instrumentos personalizados y miniaturizados, todos nuestros instrumentos portátiles, computadoras, teléfonos, etc..., que aumentan dicha autonomía. Se juega con todo tipo de instrumentos electrónicos, pero se juega cada vez más a solas. Se puede vivir muy activamente todo el día, o talvez aun durante la noche, delante de la computadora. Sin hablar del transporte individual por automóvil. Todo esto modifica profundamente la personalidad. Sin embargo todas nuestras crisis dicen: ya no pueden vivir solos, aislados, sin compartir, sin organizar juntos, sin pensar en los demás.
El «principio de responsabilidad» explotó como un trueno hace algunos años por el libro del filósofo alemán Hans Jonas bajo este título...La humanidad se había acostumbrado a vivir con conciencia de recursos inagotables y en todo, en cuanto a la tierra misma, las fronteras parecían muy lejanas; no parecía haber fronteras. El papa Juan XXIII, ante el problema de la población mundial, en el año 1961, podía tranquilamente decir: no tengáis miedo, pueden contar con los recursos de la tierra; no decía sin fin, pero parecía en efecto pensarlo. Esto está escrito en su famosa encíclica Mater et magistra.
Hoy día, más alla del pensamiento del filósofo Jonas, uno se puede preguntar: ¿pero de cuántas generaciones tenemos responsabilidad? ¿Tenemos responsabilidad de la persistencia de la humanidad en la tierra hasta que el sol haya quemado todo su hidrógeno? ¿O hasta que después del bang inicial del universo se llegue a una contracción semejante al Bang, el crunch? Estoy poniendo límites extremos, impensables para nosotros. Claro que no cuento esto para asustar, pero, más seriamente para que, en un futuro menos extremo, nos preguntemos de verdad: ¿hasta cuándo? y ¿qué medidas tomar? Hace pocos años el papa Juan Pablo II declaró: los recursos energéticos no renovables tienen que considerarse como que están «al servicio de toda la humanidad». Claro es que estamos todavía lejos de arreglos que den a esto efectividad para el petróleo. Se ha hecho algo de este tipo a través del nuevo derecho internacional del mar, con la Convención de Montego Bay hace unos treinta años para los denominados nódulos metálicos que están en el fondo de los océanos. Prudentemente lo hemos hecho para un recurso considerado todavía como casi imposible de explotar...Somos fácilmente hipócritas.
Claro es que decir que el recurso petróleo se deberá un día, si no inmediatamente, considerar como al servicio de toda la humanidad, supone una solidaridad muy sentida por todos, como precisamente lo enseñó el mismo Papa Juan Pabo II ya en 1988 (en la “Sollicitudo rei socialis”), introduciendo en el vocabulario católico esta palabra solidaridad que no había sido tan aceptada anteriormente. Por cierto estaba la palabra caridad. Solidaridad había sido la palabra un poco contraria de los laicos en el siglo XIX. Hoy la aprendemos todos en las varias crisis que nos afectan, digamos que nos encierran, y parece muy difícil que la situación se revierta.
En este sentido la aparición de nuestras plagas, digamos más serenamente nuestras transformaciones, es una transformación de nosotros en lo ético. Ya no podemos contentarnos con una ética estrecha, reducida a lo individual y a lo inmediato. Curioso, dirá alguien, que esto nos llegue justamente en un momento de tendencia, si no estamos atentos, al peor de los inmediatismos.
¿Seremos capaces de responder a la nueva necesidad? Esta es la cuestión, más allá de las respuestas particulares que esperan de nosotros, según su propia naturaleza, las distintas crisis. Ya no hablemos tanto de plagas, palabra que confiesa incapacidad y pasividad. Hablemos de sectores sencillamente de responsabilidad, pero de mucha responsabilidad y solidaridad en verdad. El problema es: ¿donde empezar en lo inmediato? Esto lo dejo a los que van a seguir en esta mesa. Gracias por su atención en este primer momento.