Opina François Vallaeys, Premio Calvez a la Responsabilidad Ciudadana.
Nuestro sistema global está tan entretejido que no tenemos otra opción que la inter-solidaridad, pero el espectro del autoritarismo asecha detrás de los riesgos sistémicos.
El muy pequeño virus que afecta recientemente a la humanidad tiene efectos económicos, sociales y políticos gigantescos, que demuestran una vez más la fragilidad del Goliat planetario ante las menudas acciones de un David microscópico. La epidemia ha dejado ya de ser solo un problema de salud para miles de personas y representa una severa gripe de la economía mundial: falta de componentes para los celulares, plantas de construcción automóvil cerradas, tráfico aéreo limitado, caídas de las bolsas, las ventas de metales y del precio del petróleo, PIB a la baja para muchos países latinoamericanos dependientes de las exportaciones hacia China... La gente común y corriente se entera de una verdad conocida antes solo por epistemólogos y sabios campesinos: todo es interdependiente, el más mínimo evento tiene impactos globales. Unos chinos comiendo animales silvestres en un mercado hacen cerrar los vuelos internacionales hacia su país y afectar el PIB de Perú y Chile por caída de la venta de cobre.
La primera lección que debemos aprender de la epidemia de coronavirus es filosófica: Si un virus en China afecta el PIB peruano, no podemos mantener las separaciones disciplinarias como conjuntos estancos, entre ciencias de la salud y economía, por ejemplo, entre lo natural y lo social, y ni siquiera podemos satisfacernos con la oposición entre sujetos y objetos. Los no-humanos han dejado de ser “objetos” bien tranquilos en manos de la soberana voluntad del sujeto humano, objetos-usados por sujetos-usuarios. Esta visión del mundo edificada en el tiempo del martillo y las flechas se ha vuelto obsoleta en el tiempo de internet, las centrales nucleares, los satélites y la bioquímica industrial.
El filósofo Michel Serres proponía para hacer entender esta evolución el concepto de “objetos-mundo”, es decir ya no objetos que están tirados delante de nosotros (es la etimología de ob-jeto) y que podemos desde luego dominar por el pensamiento, la mirada y la mano, sino objetos que crean y son nuestro mundo, objetos en los cuales vivimos y de los cuales dependemos en cada instante, como del aire. De este modo, somos nosotros los usuarios usados por los objetos-mundo, obligados a plegarse a su lógica, sus exigencias, sus riesgos no calculados. ¿Yo uso mi celular o me someto al mundo creado por el complejo satélites-big data-internet-computadoras-redes? Nos damos cuenta de que no se sabe muy bien quién es el sujeto y quién el objeto, porque la distinción se volvió bastante borrosa. Por una parte, el usuario se vuelve usado por el sistema que el objeto instaura, por otra parte el objeto se vuelve global, el entorno mundial obligado del usuario.
Obsoleta también es la ingenuidad de pensar que la técnica es neutral y que su buen o mal uso depende de la buena o mala voluntad del usuario. Frente a objetos-mundo que alcanzan una dimensión íntima de la naturaleza (satélites, transgénicos, internet, energía nuclear…) cada avance científico abre posibilidades, pero también incertidumbres, cierra caminos posibles de desarrollo para siempre, y crea nuevos riesgos sistémicos que nos obligan a costosas vigilancias, investigaciones y adaptaciones éticas, sociales, jurídicas, médicas, etc.
Por eso, el sociólogo Bruno Latour propone remplazar la palabra “objetos” por la de “ataduras riesgosas”. Mi celular no es un objeto, es a la vez explotación infantil en minas africanas, basuras electrónicas peligrosas, contaminación y cambio climático, irrespeto de las normas de la OIT, vigilancia global de la vida íntima, daños cerebrales de los infantes expuestos a las pantallas, trastornos en la comunicación intrafamiliar, adicción a la dopamina provocada por los juegos en línea y las redes sociales, monopolio de las empresas de Big data, etc. Su uso me ata a un sin número de riesgos y problemas bio-geo-socio-económico-políticos con los que tengo que convivir, cual sea mi buena o mala voluntad en su uso diario. La “celularización” de la vida es pues todo menos neutral.
Una segunda lección del coronavirus es que la depredación natural y el retroceso de los espacios vírgenes de humanidad son un peligro para la humanidad. Los virus confinados en selvas y en ciertas especies animales, al tumbarse sus hábitats comunes, migran hacia otras especies para alojarse en sus cuerpos, los humanos, por ejemplo. Las nuevas costumbres culinarias chic de la burguesía china comiendo animales salvajes exóticos, en este caso, provocaron el problema. Las sabidurías indígenas nos recuerdan siempre que hay límites que no han de ser superados, que están ahí por una razón, y que el afán moderno-urbano de hacer que todo sea posible es un deseo patológico (de hecho es la definición arendtiana del totalitarismo).
La tercera lección de la epidemia es que nos hemos vuelto una sola humanidad sincrónicamente conectada en un sistema planetario, lo que Kant llamaba un “cuerpo ético”. Esta interdependencia de vecindario mundial constante es corporal tanto como mental. Constituye una inter-fragilidad que obliga a lo que Edgar Morin designa como “inter-solidaridad”, es decir una solidaridad obligatoria, porque el lejano problema del otro se vuelve inmediatamente mi problema cercano. La solidaridad con mi lejano se vuelve reflejo de supervivencia para mí. Pero carecemos de las instancias vinculantes de coordinación mundial, una verdadera alianza mundial de las naciones unidas, que todavía la ONU no satisface del todo. Ni siquiera somos capaces de controlar desde los Estados “sedentarios” en los cuales vivimos las actuaciones planetarias de las grandes empresas “nómadas” que juegan en una cancha global sin árbitro. Véase por ejemplo la dificultad que hay para hacerles pagar los más mínimos impuestos a los gigantes del internet (GAFA).
La cuarta lección es que el nivel de riesgos que acompaña el creciente poder de la humanidad sobre sí misma y el planeta pone en grave crisis el afán democrático de los dos últimos siglos. Frente a las catástrofes económicas, sociales y ecológicas en cadena, el autoritarismo de un poder central dictatorial, como es el caso de China, aparece como la mejor organización política posible para reacciones rápidas y efectivas. La ecuación política se torna así: incremento de poder tecno-científico = incremento de inter-fragilidad global = incremento de control social total = pérdida de libertad e ineficiencia de la democracia. Este fracaso de la democracia es también el fracaso del liberalismo y del progresismo: La ecuación Naturaleza destruida, pero Humanidad feliz es una ilusión, así como la ecuación Progreso tecno-científico = Menos problemas humanos.
Así, pasamos a una quinta lección sobre la relación tortuosa entre ciencia y política. Los riesgos globales actuales nos obligan a erradicar de nuestras mentes otra ingenuidad, la de creer que la Ciencia es siempre buena o por lo menos neutral, y no tiene en sí nada que ver con la política. La ciencia es directamente política en cada uno de sus pasos. La información científica es clave para destapar o esconder los problemas, la financiación de ciertas investigaciones en lugar de otras es clave para el devenir y bienestar humano, la actitud de precaución o atrevimiento ciego en ciencias es crucial para la supervivencia humana. Y, otra vez, las grandes decisiones orientadoras de la tecno-ciencia se toman lejos del control democrático, so pretexto que son asuntos de especialistas. Mercado y Ciencia son las dos fuerzas de desarrollo que hay que estimular, ciertamente, pero poniéndolas bajo el control político ciudadano, porque los errantes caminos de su auto-despliegue ciego incrementan la propia alienación de la humanidad en sus creaciones sociales.
Anticipo las críticas: Control democrático no significa estatismo por si acaso, pero no lograremos recobrar dominio político autónomo de la humanidad sobre su destino si no hacemos entrar a las ciencias y el mercado en el ágora de la discusión pública argumentada. Al no hacerlo, nos condenamos a seguir eligiendo por voto popular a un personal político que no tiene casi ningún control sobre los destinos de la sociedad, a pesar de sus pretensiones electorales, y solo puede “gerenciar” las crisis a repetición del mercado y las ciencias, que “imponen” lo que ocurre sin alternativa alguna. Mercado y Ciencias son “objetos-mundo”. Sus líderes tienen, sin ser elegidos, más poder político que los políticos electos. A nuestro modelo democrático le falta todavía muchos cuerpos intermediarios de diálogo y acción conjunta para la inteligencia colectiva, porque resulta que electores atomizados + personal político elegido + sistemas expertos autónomos no elegidos, no constituye una ecuación suficiente para enfrentar los riesgos globales de autodestrucción. Por eso, es peligrosa la seducción del autoritarismo: todos bajo la orden del gran jefe sabelotodo. Suena sencillo, suena seguro, siempre fue letal.
¿Piensan exagerada la alerta sobre el peligro de autoritarismo? Tomemos el ejemplo de la decisión política sobre la electricidad nuclear: después de la segunda guerra mundial, al momento de decidir cuál técnica íbamos a desarrollar para producir centrales eléctricas nucleares, muchos expertos aconsejaban focalizar en la tecnología del torio, porque en caso de problemas las centrales se pararían y la radioactividad disminuiría automáticamente, imposibilitando un accidente catastrófico. ¿Adivinen quiénes impusieron la tecnología más peligrosa del uranio? ¡Los militares por supuesto! que querían motores nucleares de tamaño pequeño para poder fabricar submarinos con esta tecnología. Hicieron botar al gran físico estadunidense Alvin Weinberg de la dirección del laboratorio de Oak Ridge e invertir masivamente los EE.UU. en el uranio y abandonar la filial torio que no permitía tal propósito belicoso. Los demás Estados siguieron. Sin duda, una consulta ciudadana hubiera inclinado la balanza hacia el torio, pero hoy, por la dependencia del camino trazado en décadas, volver a esta tecnología resulta muy difícil y son pocas las inversiones en este sentido. Nos queda soportar Chernóbil y Fukushima, y rezar por un futuro sin accidentes graves. El control ciudadano ex post resulta ser una parodia de democracia, sobre todo cuando nadie se entera del verdadero problema, porque las universidades y los medios de comunicación no han jugado su rol educativo ciudadano y de alerta temprana.
Al focalizar la atención en los actos y dichos histriónicos de los políticos, a grandes golpes de escándalos y análisis de pequeñas frases, pero manteniendo en casi silencio las grandes decisiones económicas y científicas tomadas por personas no elegidas por el pueblo, los medios de comunicación tienen la ilusión de ayudar al control democrático. Se ocupan de la espuma de la ola en lugar de las grandes corrientes del mar. “Ciudadanizar” la ciencia y la economía son dos retos urgentes si queremos todavía salvar la democracia del autoritarismo de una sociedad totalmente vigilada y piloteada por tecnócratas súper-poderosos, sacrificando la libertad en nombre de la seguridad. Y en esto, las universidades y los medios de comunicación pueden facilitar muchos avances. Foros científico-ciudadanos en las universidades, dispositivos de evaluación tecnológica con participación ciudadana, canales de televisión inteligentes y presencia de la sociedad civil en los directorios de las grandes empresas ayudarían a educarnos a la auto-vigilancia de nuestra sociedad, en lugar de solo proponernos pasar por las urnas cada cierto tiempo, a solas, cada quien con “su” pequeña opinión. Ser ciudadano, decía Aristóteles, es saber gobernar y ser gobernado. Estamos todavía lejos de este ideal, y a falta de ciudadanía, peligra la democracia.
Mientras tanto, con esta epidemia y los demás riesgos globales que tenemos hoy, el autoritarismo seguirá ganando terreno. No cabe duda de que China saldrá de esta crisis del coronavirus todavía más autoritaria y que el mundo será admirativo de ver cómo un país sin derechos sindicales ni legalidad de la oposición sabe más que otros construir hospitales en unos días, confinar millones de personas en su casa, expandir el reconocimiento facial policiaco, imponer el culto a la personalidad de su líder y erigirse en segunda potencia mundial capitalista mediante un gobierno que se dice comunista. Está claro que la libertad, la discusión, la discrepancia y la democracia, nunca serán tan exitosas.