El diálogo en la construcción de la paz social
Monseñor Oscar Ojea, como Obispo Auxiliar del Arzobispado de Buenos Aires, dijo que es indispensable, especialmente a través de los pequeños grupos, de las comunidades, apostar al ensayo continuo del diálogo. Esta es su ponencia:
Quería transmitirles mi preocupación de estos primeros meses de Episcopado; hace muy poquito que soy Obispo, y algunas cosas que pude experimentar con la gente de la Vicaria Centro. Vivimos una violencia que respiramos continuamente, a veces en forma inconciente. No hace falta leer los diarios todos los dias los acontecimientos que hacen a la seguridad personal o colectiva para darnos cuenta que tenemos una enorme violencia contenida y muchas veces explícita.
La Argentina en este momento es el país que tiene el mayor porcentaje de suicidios. Antes ese lugar lo ocupaban los países Nórdicos. También es el país que tiene la mayor cantidad de muertos de menos de treinta años, la mayoría por accidentes automovilísticos. El tema de la velocidad tiene mucho que ver con el no querer detenernos a ver una cantidad de cosas, tiene que ver con la evasión en el fondo. La velocidad, y esta violencia que nosotros pisamos como si estuviéramos pisando una mina que en cualquier momento puede explotar, solamente puede ser entendida, canalizada a través de la construcción de un diálogo.
Nuevamente aparece el tema del diálogo como prioritario para la paz.
Quiero recordar brevemente con ustedes las condiciones del diálogo de las que nos hablaba el Papa Pablo VI en su primera Encíclica Eclessiam Suam. Enumerando algunas características del diálogo el Papa decía: el diálogo debe ser primero claro, debe ser fiel a la verdad que tenemos en la mente y en el corazón. En segundo lugar, tiene que ser afable, no puede ser prepotente, soberbio, un monólogo que busca imponerse a otro.
La tercera condición que ponía es la confianza, confianza en la escucha, que el otro pueda escucharme, que yo pueda ser escuchado por el otro. Esta condición es importantísima, ya que vivimos una situación de sospecha continua y rápidamente cerramos la persiana cuando pensamos que algo va a seguir un rumbo diferente. Y cuarto, decía el Papa, el diálogo debe ser prudente, debemos saber -por ese don del Espíritu que nos aconseja- cuándo hablar, cómo hablar, cuándo callar, cómo callar. La prudencia es como el amor hecho tiempo, el amor ejercitado a lo largo del tiempo.
Pero tenemos muchas dificultades para dialogar. Una de ellas es el miedo; y es el miedo justamente lo que produce la violencia. Tenemos miedo de ser aniquilados, de ser excluídos, de no ser reconocidos, de quedar fuera, al margen de esta gran sociedad global, tenemos miedo de quedar solos. No hablo solamente del miedo a la seguridad física. Es el miedo a una soledad mucho más profunda, mucho más honda, un vacío.
Ese miedo es el que nos coloca muros, barreras delante nuestro que nos impiden ver y aceptar lo diferente. La diferencia: para poder dialogar tenemos que aceptar la diferencia; los demás son diferentes, educaciones diferentes, historias diferentes, culturas diferentes. Vivimos en un mundo plural y la Argentina y América Latina -lejos de estar integradas politica, social y culturalmente- está tremendamente fragmentada. Vivimos en este momento una fragmentación enorme de nuestra sociedad. Cuesta integrarnos. Empezamos a integrarnos, o a querer integrarnos políticamente, y enseguida aparecen nacionalismos, dificultades, cosas que entorpecen el diálogo en nuestros mismos países.
Por un lado dá la impresión de que hay un movimiento necesario, vemos la necesidad del diálogo, de una unidad profunda , y por otro lado aparecen las reservas, los rechazos, los nacionalismos hondos, fuertes, el no querer escuchar, el no querer oír, el miedo a la diferencia.
Vivimos un mundo plural, una sociedad plural y tenemos que aceptarla como tal, como plural y el desafío de verla como diferente con aquel que yo no estoy acostumbrado a hablar un mismo lenguaje.
¿Cómo puedo aprender a hablar? ¿cómo puedo aprender a escuchar? ¿cómo puedo sortear la zanja que me separa de él? ¿cómo puedo apostar a una sana comunicación para el diálogo y para la paz?
En medio de todo esto se interpone una sorda lucha de poder que ya en América Latina está planteada a través del narcotráfico. Nosotros ya no somos en la Argentina un país de consumo de drogas como ustedes saben, sino que somos un país donde se comercializa y donde se vende la droga. Entonces este problema va produciendo poco a poco un deterioro tan tremendo entre los jóvenes, especialmente los de las clases más humildes, que ya van creando como dos naturalezas humanas. Por un lado, aquella naturaleza deteriorada mental, espiritualmente, con una mirada hacia el futuro en donde experimentan la vida como un constante estar al borde de la muerte, un constante tener que morirme en cualquier momento a costa de una banda, a costa de la policía, estar en el filo de la navaja, al borde del abismo continuamente. Y hay toda otra sociedad con un planteo de una cierta prospectiva de futuro a través de la informática, del desarrollo de la ciencia, de la técnica.
Estamos pisando esta violencia que aumenta cada día, que no sabemos a lo que puede llegar, a lo que podría llegar si la canaliza alguna forma de ideología. No podemos saber lo que puede pasar con esta violencia ciega, sorda, que aparentemente no tiene sentido, ni dirección, si en algún momento logra una canalización. Como tampoco sabemos lo que puede pasar con la violencia contenida cuando buscamos reprimir una violencia que ya no podemos soportar. No sabemos hasta dónde puede llegar el ser humano a través de esta agresividad, ira, inestabilidad consigo mismo, con la sociedad en la que vive. Por eso es indispensable, especialmente a través de los pequeños grupos, de las comunidades, apostar al ensayo continuo del diálogo. Lo merece la dignidad de la persona humana y por supuesto la fidelidad a la fé que profesamos.