¿Buena suerte? ¿mala suerte? ¿quién sabe?
Reverendo de la Iglesia Anglicana
Debemos mantener abiertas todas las opciones para avanzar sin miedos en el diálogo entre los distintos actores y alentarnos mutuamente en una visión compartida del bien común.
Una historia china habla de un anciano granjero que tenía un caballo viejo para cultivar sus campos. Un día el caballo escapó a las montañas y el anciano se acercó a sus vecinos para lamentar su desgracia. Les decía "mala suerte, buena suerte ¿quién sabe?". Una semana después el caballo volvió de las montañas trayendo consigo una manada de caballos salvajes. Entonces los vecinos felicitaron al anciano por su buena suerte y éste les respondió: "¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¿Quién sabe?".
Cuando el hijo del labrador intentó domar uno de los caballos salvajes se cayó y se fracturó una pierna. Todo el mundo consideró esto como una desgracia, no así el anciano que se limitó a decir "¿Mala suerte o buena suerte? ¿Quién sabe?". Una semana más tarde el ejército entró en el pueblo y fueron reclutados todos los jóvenes en buenas condiciones. Cuando vieron al joven con la pierna fracturada lo dejaron tranquilo. ¿Había sido buena suerte, mala suerte? ¿quién sabe?
La moraleja del cuento puede ser que Dios puede sacar bienes de los males, y esto debería aumentar la confianza y la fe en la vida. ¿Buena suerte o mala suerte? ¿Esto me va a beneficiar o me va a dañar? Dios dirá, pero cuando yo hago algo que tiene el propósito de traer buena suerte a otras personas, no existe el mismo dilema. Cuando reflexionamos acerca de las cosas que hacemos a otras, o a favor de otras personas, el mensaje principal de este cuento se refiere a la ética y la conducta. ¿Cuál es mi responsabilidad cuando tomo decisiones que afectarán la vida de la gente? ¿Sé realmente si las van a beneficiar o dañar? ¿Qué es lo que tengo como guía en todo esto? En nuestra civilización hemos llegado a la regla práctica de oro: "no le hagas daño a nadie y si puedes ayúdalo".
Esta responsabilidad pesa tanto que la sentimos a veces como una carga moral que llevamos a cuestas. Por supuesto es imposible y más allá de nuestras posibilidades garantizar el bienestar de toda la humanidad. Entonces, a pesar de nuestra ignorancia y de las consecuencias finales ¿cómo vamos a actuar para beneficiar al prójimo? Ciertamente a veces los beneficios que queremos obtener para otros se hacen visibles y hasta medibles y podemos celebrarlos. En cambio otras veces estamos decepcionados y deprimidos a causa del fracaso de nuestros proyectos. Creo que lo importante es que sepamos dejar el resultado final en las manos de Dios sin angustiarnos, aunque, por supuesto, esta actitud abierta de ninguna manera nos exime de la responsabilidad de poner en práctica proyectos concretos para ayudar al prójimo.
Debemos seguir haciendo de buena gana lo que nos parece más oportuno en una situación concreta; debemos aproximarnos a lo que mejor nos parece en cada opción y esto vale igualmente para funcionarios de un gobierno, el líder de una comunidad religiosa o el ejecutivo de una empresa. Sin saber el alcance de sus decisiones, tienen que escuchar humildemente a sus propias conciencias antes de implementar las decisiones que podrían significar una mejoría, o tal vez no, en las vidas de otros seres humanos. Esta ignorancia o incertidumbre con respecto a nuestros proyectos podría crear un estancamiento o un escepticismo en nosotros, pero el cuento chino nos señala que el camino que nos conviene seguir está marcado por la alegría y la libertad de elegir. Lejos de resignarnos a alguna situación injusta podemos llegar a ese futuro con una actitud positiva.
Los hechos en la Argentina no pueden considerarse tampoco como buena suerte o mala suerte, sino como un desafío a nuestro sentido de responsabilidad para con nuestros semejantes. Pienso que en el Foro Ecuménico Social justamente tenemos que mantener abiertas todas las opciones para avanzar sin miedos en el diálogo entre los distintos actores y alentarnos mutuamente en una visión compartida del bien común.