La ética y la libertad
Presidente de la Fundación Internacional Jorge Luis Borges
Borges siempre estuvo contra todo totalitarismo, contra todo aquello que coartara la libre expresión de pensamiento.
En este mundo signado por el egoísmo y lo material, hay gente que intenta cambiar de signo y brindar espacios para la reflexión y también para algo cada vez más dejado de lado: la educación. Borges siempre estuvo contra todo totalitarismo, contra todo aquello que coartara la libre expresión de pensamiento; todo podía decirse si se hacía con respeto y altura. Es más fácil entender la admiración que Borges sentía por Sarmiento cuando recordamos su famosa frase “hay que educar al soberano”. El soberano es el pueblo y es sólo a través de la educación como se lo capacita para poder elegir en libertad a aquellos que lo gobernará.
Otro concepto importante para Borges era el respeto. Desgraciadamente, hoy parece un concepto cada vez más en desuso. Por ejemplo se ha perdido, en muchos casos, la relación a través del diálogo entre padres y maestros y es común leer en los diarios las agresiones de que son víctimas los maestros no sólo por parte de los alumnos sino también de sus padres. ¿A dónde se llega con esto?
Hay una confusión en el real significado de las palabras, y entonces se mezcla autoridad con autoritarismo y libertad con libertinaje. Una anécdota de Borges muestra claramente el peligro de no usar las palabras en su sentido arquetípico. Caminando por Florida y un señor le dijo: “lamento que usted sea un no vidente”. Borges, con calma, le respondió: “¿por qué me quita usted el don de la videncia? Yo soy ciego; así se llama el mal que me afecta”.
Autoritarismo es el abuso de la autoridad en forma caprichosa y libertinaje el de la libertad en forma arbitraria. Nada es más duro y difícil que ponerse los propios límites, educándose a uno mismo y sabiendo que nuestra libertad termina donde comienza la del otro. Cuando aprendemos y vivimos esto de manera natural, comprendemos que esa durísima educación nos ha dado el don más preciado que el hombre puede tener: la libertad.
Es importante a través de la enseñanza y de la lectura saber el significado de las palabras porque éstas malentendidas pueden conducir a resultados negativos, destructivos. La confusión impedirá el crecimiento armonioso del ser humano y de la sociedad.
Quiero reconocer públicamente a aquellas personas que desde instituciones públicas, empresas y ONG ayudan a fundaciones, que muchas veces no podrían llevar a cabo sus proyectos sin esta colaboración. Mencionaré a algunos de los conjurados que me ayudaron en el largo camino desde que comencé con la Fundación Internacional Jorge Luis Borges. En mi país el primero que me ayudó a acelerar la apertura de la fundación -que había sido adquirida de una manera que es casi un cuento de Borges- fue Eduardo Costantini. Aún no era el creador del Malba, obra realmente extraordinaria como museo y como fundación ya que da también posibilidad a mucha gente para acercarse, dialogar y tener contacto con figuras de prestigio internacional desde el mundo de la pintura, de la literatura, del arte y de la ciencia.
Para comprar la casa de la fundación tuve que sacar una hipoteca sobre mi departamento, pero no tenía dinero para hacer las reparaciones que la casa necesitaba y los arreglos para adaptarla a su nueva función. Entonces el azar hace que a través de su asistente conozca a Costantini, quien hizo los arreglos necesarios y durante dos años se hizo cargo de los gastos hasta que levantara mi hipoteca.
Otra ayuda invalorable fue brindada desde el Fondo Nacional de las Artes por Amalia Lacroze de Fortabat, y desde la Secretaría de Cultura por Pacho O’Donnell, para adquirir una hemeroteca que perteneció a Provenzano, y que de no comprarla, iba a salir del país. Se trata de una colección completa desde 1870 a 1970, aunque con el vandalismo propio del libre acceso al material por parte de lectores que con un egoísmo total fueron capaces de cortar o arrancar las páginas que necesitaban. El valor de este material es que hallamos las primeras colaboraciones de los que fueron los grandes escritores del siglo 20.
Agradezco también los esfuerzos del embajador Juan Eduardo Fleming y de Silvia Fajre. Al primero, por la apertura y la unión de Praga-Buenos Aires, Borges-Kafka. A la segunda, por ayudar a que este evento fuera posible en Buenos Aires. Esa Bienal abrió las puertas al intercambio cultural, y permitió la traducción de libros de escritores argentinos al checo y de escritores de la República Checa al español. Así cumplimos otro de los grandes propósitos por el que Borges bregaba, que debe tener toda cultura: no cerrarse, abjurar de todo nacionalismo.
La cultura tendría que ser una apertura y una curiosidad permanente, y un absorber lo mejor de los otros para transformarlo -desde nosotros y desde lo que somos- en algo nuevo. Esto es lo más importante.
Agradezco también a aquéllos que hicieron posible la exposición El Atlas de Borges, que comenzó en Mendoza, lugar donde Borges recibió su primer Doctorado Honoris Causa en la Universidad de Cuyo; el Centro Cultural Recoleta la albergó después. Agradezco en el extranjero las colaboraciones de Madrid, París, de Ginebra, de Berlín, que sucesivamente mostraron El Atlas de Borges. En este libro Borges hace una serie de reflexiones sobre su particular manera de lo que significa viajar, que es también parte fundamental de la cultura.
Mi agradecimiento también a Italia, que hizo posible la gran exposición de Borges en homenaje a su Centenario. También a España, Francia y al Museo de Bellas Artes de Buenos Aires que albergaron la muestra.
Esa solidaridad -que contó con la voluntad de tantos para que fuera posible- resume lo que de algún modo Borges nos dejó como su testamento en “Los Conjurados” y que es como el himno intelectual de este Foro Ecuménico Social, que encarna de algún modo los ideales que lo inspiran, que son la ética y la libertad.