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Retos para la integración de los inmigrantes

Secretario de Culto de la Argentina

Sorprende el clima general de convivencia, integración y no agresión entre los diversos grupos de inmigrantes y el conjunto de la sociedad.

La Argentina está conformada por una fuerte impronta inmigratoria. Las corrientes inmigratorias más fuertes se dieron en las últimas décadas del siglo 19 y hasta mitad del siglo 20. En un momento llegaron a ser más del 150 % de la población en relación con los nativos. Encontraron una actitud abierta y receptiva y sin inconvenientes pudieron participar en todas las actividades del ámbito privado y público: la economía, la ciencia, la cultura e incluso la política.

Con el tiempo se sintieron parte del país y colaboraron en la identidad de la nción con sus tradiciones culturales y religiosas. A partir de las últimas décadas del siglo 20 las corrientes inmigratorias más numerosas y constantes son de origen latinoamericano. Las razones principales de su venida son económicas y sociales y en algunos casos políticas.

Argentina fraternalmente les abrió sus brazos. Se sienten cómodos en el país e intervienen en diversas actividades laborales, principalmente manuales, pero también comerciales e industriales. Por medio de sus colectividades aportan una gran riqueza cultural y religiosa.
Si con las primeras corrientes inmigratorias se fue dando una “europeización” de nuestro país, con los recientes contingentes se incorporó el componente “latinoamericano”.

Este hecho se inscribe en al actual proceso histórico y político que vivimos en América latina y el Caribe de un mayor acercamiento e interacción entre los países de la región que tiene como una de las expresiones el Mercosur, con el cual la Argentina está firmemente comprometida, y la aspiración a una Patria Grande soñada por los próceres San Martín y Bolívar, por el que todo latinoamericano se sienta en cualquier otro país como en su tierra.
En Argentina la inmigración no es un problema, tal como sucede, por ejemplo, en Estados Unidos y Europa. En esto coincidimos con el Papa Benedicto XVI cuando dijo: “La realidad de las migraciones no se ha de ver sólo como un problema, sino también y sobretodo como un gran recurso para el camino de la humanidad” (Ángelus, 14 de enero de 2007).

Nuestro reto no es cómo frenar el ingreso de los inmigrantes y controlar su estadía, sino cómo planificar su presencia y actividades incorporando sus características y sus capacidades en la construcción de la nación.

En el Preámbulo de nuestra primera Constitución se convoca a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino, sin distinción de razas, lengua o religión y se les aseguran los mismos derechos civiles que corresponden a todo ciudadano. En la misma Constitución se sostiene que “El Gobierno Federal fomentará la inmigración europea. No podrá restringir, limitar, ni gravar con impuesto alguno la entrada en el territorio argentino de los extranjeros que traigan por objeto labrar la tierra, mejorar las industrias e introducir y enseñar las ciencias y las artes”.

Los gobiernos argentinos en general han mantenido esta actitud abierta y receptiva. El actual ha reforzado esa actitud, por medio de un mayor entendimiento con los países vecinos y facilitando la resolución de las dificultades que se pudieran presentar.

La nueva Ley Nacional de Migraciones, junto con programas de regularización migratoria, reafirman nuestra tradición de país receptor y establece nuevos mecanismos de integración social. Fue producto de un trabajo consensuado entre sectores gubernamentales y no gubernamentales y pretende garantizar el pleno respeto de los derechos humanos de todos.
Nuestro país ratificó la Convención para la protección de los derechos de todos los trabajadores migratorios y sus familiares, en la que se propone eliminar toda forma de discriminación, xenofobia o racismo. Las medidas migratorias de carácter restrictivo (por ejemplo de seguridad, control de fronteras) no aportan soluciones sino que generan más irregularidad y desigualdad.

La historia de la inmigración en Argentina se destaca por una situación original y en cierta medida sorprendente: el clima general de convivencia, integración y no agresión entre los diversos grupos de inmigrantes y el conjunto de la sociedad.

Han incidido la postura abierta de la población argentina y las políticas de Estado, pero mucho también la actitud de la mayoría de los inmigrantes, que concientes de la situación de donde venían se encariñaron con el país y aquí quisieron formar sus familias y proyectar su futuro. Por eso descartaron los sectarismos y los enfrentamientos. Al principio, los distintos grupos de inmigrantes “se unieron en la desgracia”, pero luego fueron considerando al país como propio y de todos, y no tuvieron reparo en intercambiar el trato y asistir a lugares comunes (escuelas, hospitales, clubes, trabajos, espectáculos, barrios, turismo).

Si bien subsisten de ciertos grados de intolerancia y discriminación en algunos sectores de la población, la Argentina sigue siendo un país abierto y receptivo. En la actualidad tiene capacidad para incorporar a muchísimos inmigrantes.

Un país no se construye ni se nutre únicamente de normas y de leyes sino también por la creación de espacios de encuentro que permitan participar del intercambio cultural. Este intercambio abre nuevos horizontes y nos predispone a atender a los demás, inclusive modificando nuestros puntos de vista como condición imprescindible para la convivencia pacífica.

Para que las sociedades del siglo 21 asuman nuevas formas de solidaridad en un mundo cada vez más interdependiente hay que elaborar políticas públicas y privadas capaces de ir creando un nuevo humanismo social. Por medio de variadas iniciativas promovemos el pluralismo, la convivencia y la inclusión, auspiciando permanentemente el diálogo ecuménico, interreligioso e intercultural. Así ayuda a responder a los retos que presenta la integración de la población inmigrante.