Expirado
Cultura

El Pastor Carlos A. Duarte, licenciado en Teología, presidente de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata y miembro del Comité Central del Consejo Mundial de Iglesias, afirmó que no siempre religión y reconciliación han caminado de la mano, y que en el contexto latinoamericano una reconciliación pendiente es con los descendientes de los pueblos originarios y los pueblos africanos.

Un detalle en apariencia ínfimo. Ambas palabras comienzan con el prefijo ‘re’ que indica volver. Religión: volver a ligar, atar. Reconciliación: volver a conciliar, amigar. Es decir, ambas palabras presuponen un hecho previo que implica la necesidad o el llamado a volver.

Quienes se han separado de su propio ser, de su identidad más profunda como seres culturales y sociales, son invitados a ‘ligarse’ nuevamente con aquello más profundo y auténtico de su ser. Se los invita a ser re–ligiosos. Entonces, la religión es la forma cultural, espacial y temporal en que el ser humano expresa su vínculo con lo divino, con lo trascendente.

Quienes se han separado de su prójimo, de su hermano/a, de sus congéneres, ya sea a través de la violencia física, moral o espiritual, son invitados a re–conciliarse. Entonces, la reconciliación es un camino de regreso desde la violencia –en cualquier forma– hacia la paz y la justa compensación del daño ocasionado. Así como hay elementos objetivos que abonan la necesidad de reconciliación, esta debe construirse a través de pasos verificables.

La decisión de ser religioso es personal e intima. La decisión de reconciliarse es un camino con pasos y etapas de índole social, política y hasta económica.

Por lo anterior no siempre religión y reconciliación han caminado de la mano. En ocasiones la religión se ha vuelto una opción personal tan radical e intransigente que termina en fanatismo, el cual condena toda diferencia, excomulga a los demás por los mismos pecados que se creen virtudes cuando son actos propios.

Ha sido muy frecuente en la historia de occidente que se confundiera religión con civilización, cultura o nación. Aún sin caer en el extremo del fanatismo, esta identificación hizo que el ‘otro’ no fuera reconocido en su fundamento último, que es la presencia de lo trascendente o ‘totalmente Otro’, al decir de Levinas. Religión y reconciliación serán inseparables solo cuando la primera aprenda sobre las limitaciones de su propia condición. Lo trascendente puede irrumpir en la existencia humana, atándola nuevamente (religándola) a través de  múltiples formas y expresiones limitadas en el tiempo y el espacio, limitadas por la cultura que expresan. Lo trascendente, lo Absolutamente Otro, puede usar cualquier religión para volver a ligar nuevamente a sí; o inversamente, cada ser humano, desde su propia finitud expresada en cultura, vínculo social o económico puede re–ligarse con lo trascendente.

Reconocer lo anterior sería el primer paso para que la religión sea un instrumento de reconciliación entre las personas, las culturas y las sociedades.

La decisión de reconciliarse tiene su fundamento en la aceptación de la necesidad de reparar un daño ocasionado en el pasado. No es posible una reconciliación en abstracto. Si bien la culpa puede ser un factor importante, no siempre es determinante para encaminarse hacia la reconciliación. Lo decisivo es la aceptación del ‘otro’ como diferente en lo circunstancial y como igual en lo esencial. El ‘otro’ es otro por su idioma, por su religión, por su forma de vivir pero, simultáneamente, igual en tanto humano. No solamente se ha lastimado al ‘otro’ sino que al hacerlo uno mismo se ha lastimado en tanto congénere. La búsqueda de la reconciliación nace de la necesidad de reparar el daño que me he ocasionado a mi mismo a través del ‘otro’. No solo se ha profanado el templo de los vencidos sino que al hacerlo se ha profanado el propio templo inserto en lo más profundo de mi humanidad. La culpa y el dolor motivador de la reconciliación nacen de la pregunta. ¿Por qué me he hecho esto a mi mismo?

Tanto la antropología como la sociología enseñan que la religión es parte de la condición humana. Aún aquellas personas que afirman su autonomía humana frente al destino, lo trascendente o lo divino, practican ritos, tienen lugares ‘sacros’ y son capaces de fanatismos y creencias irracionales. Se consagra a un cantante o deportista con la categoría de ‘ídolo’. Hay ‘sacerdocios’ políticos y ‘profetas’ revolucionarios; se afirman ‘visiones’ escatológicas de un mundo feliz venidero e improbable. Lo religioso está en la condición humana y no cesa de crear y re-crear expresiones nuevas que tienen poco de originales. Una característica del fenómeno religioso contemporáneo es la participación en múltiples expresiones. Hasta fines del siglo XIX lo característico era la adhesión única a una expresión religiosa. O se era cristiano, o musulmán o judío, o animista, o de cualquier otra religión. La pertenencia era parte de una identidad excluyente. La tarea de la reconciliación estaba asignada casi exclusivamente a los santos, sabios o personas a las cuales se les reconocía un don especial para la tarea. Ningún cristiano común y corriente sentía como parte de su identidad religiosa reconciliarse con los musulmanes por las cruzadas. E inversamente ningún musulmán sentiría la necesidad de reconciliarse con los cristianos.

A partir de la segunda mitad del siglo XX las cosas han cambiado en forma vertiginosa. Las grandes religiones descubren la reconciliación como un deber moral inherente a sus afirmaciones religiosas. Conductas personales paulatinamente ganan terreno en ámbitos sociales, políticos y económicos. Si el cónyuge está obligado a perdonar la infidelidad, un país estará obligado a perdonar una traición política. Si los hermanos distanciados están obligados a perdonarse, los países vecinos están obligados a llamarse ‘hermanos’ aunque disten mucho de vivir como tales. Estos cambios han impactado fuertemente en las religiones contemporáneas. Estas sienten el llamado a ser un factor decisivo en los procesos de reconciliación entre personas, culturas, religiones, sociedades y países. El diálogo se impone sobre el anatema. La pluralidad y diversidad,  reconciliada sobre la identidad. El movimiento ecuménico ha sido (y es) un gran promotor de diversos procesos de reconciliación. Es así que en diversos documentos se han elaborado criterios para que los caminos de reconciliación sean transitables.

Para que la reconciliación sea posible tienen que darse, como mínimo, las siguientes condiciones:

Verdad. La  verdad expresada no a través de creencias particulares, sino la verdad inherente a los hechos que hacen necesaria la reconciliación. Es preciso que la muerte de civiles inocentes sea llamada ‘muerte de civiles inocentes’ y ‘no daños colaterales’. Es preciso llamar al mal como tal. Los eufemismos, las metáforas y las alegorías no son apropiados para el ‘idioma’ de la reconciliación. Si no es posible decir que se ha matado, se ha robado, o se ha cometido un genocidio, la reconciliación es inviable.

Justicia. Cuando la verdad ha sido enunciada la justicia tiene herramientas para realizar su labor. La tarea de la justicia en un proceso de reconciliación no solo se limita a condenar al criminal sino a crear las condiciones jurídicas que permitan la prevención. La frase ‘Nunca más’, no debería limitarse a ser una expresión de deseos sino que debiera ser traducida a leyes que impidan, por ejemplo, la desaparición forzada de personas. Sin esta herramienta jurídica el proceso de reconciliación es incompleto, por decir lo menos. La justicia no solo castiga al culpable, previene la reiteración del mal cometido y, además, establece criterios de reparación.

Reparación. Este es un aspecto que habitualmente no se toma en cuenta. No se trata de retornar al principio. Por ejemplo: Destruí una casa, construyo una casa igual. La reparación es reconocer que existe algo invaluable en lo destruido que es imposible de reponer. En la reparación, la satisfacción de la víctima es lo determinante.

Humildad. En una reconciliación la humildad es imprescindible. Es necesaria para aceptar la verdad; acatar la decisión de la justicia; y, reconocer la importancia de la satisfacción en la reparación. Humildad para escuchar, hablar y actuar.

En el contexto latinoamericano una reconciliación pendiente, en los términos expresados arriba, es con los descendientes de los pueblos originarios y los pueblos africanos. Ninguno de los elementos mencionados –verdad, justicia, reparación y humildad, aparecen en su relación con el Estado. Como puede apreciarse ni el mejor de los programas sociales, ni el asistencialismo estatal, son suficientes para que esta tarea pendiente, que es el desafío reconciliatorio de esta generación, sea realizada cabalmente.