Expirado
Reflexiones Cátedras

Se acabaron las sociedades cerradas

El Pastor Federico Schäfer, presidente de la Iglesia Evangélica del Río de La Plata, propuso encarar procedimientos grupales en los que el diálogo intercultural, la buena comunicación, la dinámica de grupos, el trabajo interdisciplinario y en equipo, y hasta consensos ecuménicos e interreligiosos, son imprescindibles. Esta es su ponencia:

Decíamos en presentaciones anteriores, que la puesta en práctica de la responsabilidad social, especialmente en relación a la empresa, implicaba un proceso de aprendizaje a los efectos de generar hábitos éticos. Debe ser un proceso de aprendizaje interdisciplinario y en equipo, en el que se puedan consensuar procedimientos, visto que ante la complejidad estructural de la sociedad y la empresa, no basta la sola conversión a principios éticos del individuo.

Si preguntamos a un empleado, funcionario o socio de una determinada empresa, por qué su empresa --digamos por ejemplo-- no cumple con ciertas demandas del cuidado del medio ambiente, probablemente nos irá a responder, que él es sensible al problema, pero que no todos los socios, miembros del directorio o compañeros de trabajo comparten los mismos principios y que él solo no puede revertir las conductas de toda una empresa.
Esto es un verdadero problema con el que se topa el apostolado en este campo (y en otros) en las sociedades modernas y pluralistas en las que nos toca vivir, en las que más y más las responsabilidades éticas son referidas a la conciencia individual de cada persona y de hecho conviven y deben convivir personas de las más diversas extracciones: culturales, religiosas, ideológicas, sociales, políticas y adherentes a distintas corrientes de administración económica. Se acabaron, por lo menos en Occidente, las sociedades cerradas, dominadas por o convencidas de un pensamiento único.

Por otro lado las mismas empresas muchas veces se consideran encorsetadas en opresiones derivadas de la necesaria competitividad, de la evolución de los mercados, de la globalización económica, de presiones impositivas estatales, etc. que eventualmente no les dejarían margen suficiente para una mejor actuación ética.
Vemos, pues, que la sola buena voluntad individual no alcanza; qué es necesario encarar procedimientos grupales en los que el diálogo intercultural, la buena comunicación, la dinámica de grupos, el trabajo interdisciplinario y en equipo y hasta consensos ecuménicos e interreligiosos son imprescindibles.

Todo esto es, así lo creo, lo que estamos intentando de realizar en este Foro Ecuménico Social. Estoy contento de poder colaborar en el mismo y pondero los esfuerzos que realizan todos los que se han comprometido con lo que aquí hacemos. A la vez deseo animarnos a continuar con ahínco en este loable emprendimiento.
Asimismo quiero destacar el hecho de extender nuestras iniciativas a otros países y aliarnos con iniciativas similares existentes en otras latitudes, donde, sin duda alguna, el trabajo en red es y será de importante ayuda. De cara a la globalización hay muchas materias pendientes en relación a la responsabilidad social y en función de la dignidad humana, que no se arreglan sólo en un país. No quiero dejar de mencionar aquí los méritos que corresponden a nuestro director, el Lic. Fernando Flores Maio, en relación a su incansable y perseverante tarea de mantener activo a nuestro Foro y acrecentar el número de relaciones institucionales, de colaboradores y participantes.

Para meditar a propósito del sustento filosófico de nuestro Foro, quiero hacer mención de unas palabras del Antiguo Testamento, que siempre me han impactado (y que entre otros conceptos bíblicos también son un sustento para el accionar social y diacónico de la iglesia cristiana de la que soy miembro). Estas palabras se encuentran en el capítulo 29 del libro del profeta Jeremías. Allí Dios encomienda al profeta, que había zafado de ser deportado a Babilonia y había quedado en la destruida ciudad de Jerusalén, a enviar una carta a los judíos desterrados por el emperador Nabucodonosor. Entre otros buenos consejos recomienda: "Trabajen a favor de la ciudad a dónde los desterré, ( ) porque del bienestar de ella depende el bienestar de ustedes".

Nos solemos quejar, cuando a la hora de hacer un balance de nuestras actividades, descubrimos: a) que somos pocos los que tenemos el idealismo de luchar por el bien común, y b) que el impacto que logramos con nuestras actividades representa apenas una gotita que cae sobre una plancha hirviente.

Tendemos a desanimarnos ante la envergadura de la tarea que tenemos por delante. A pesar de ciertos éxitos obtenidos puntualmente, nos sentimos como pedaleando en el aire. Esta desazón no solo afecta a individuos de buena voluntad, sino a instituciones enteras. Organizaciones donantes del "primer mundo" se preguntan, qué sentido tuvo la inversión de millones (en moneda dura) en el apoyo a proyectos de desarrollo y promoción humana en el así llamado "tercer mundo" (o como también suelen decir: en el Sur) durante las últimas décadas, cuando las estadísticas mundiales muestran que la pobreza, la desocupación, la desnutrición, la miseria en todas sus formas, etc., en el mismo lapso han aumentado en vez de disminuir.

Los que somos creyentes, obtenemos de la fe y la esperanza las fuerzas y el tesón para seguir luchando a pesar de las adversidades y las estadísticas negativas, y algunas veces incluso en lugares o en proyectos por otros considerados campo perdido. En este sentido, creo que toda tarea realizada a favor del bien común o por nuestros semejantes desfavorecidos, tiene sentido, aunque su impacto cuantitativo no califique para las estadísticas.
Pero, y esto es lo que deseo resaltar especialmente, el texto del profeta Jeremías, ni siquiera nos pide idealismo, altruismo, vocación pionera o fe obstinada. Dice, repito: "Trabajen a favor de la ciudad, por el bien de la ciudad, porque del bienestar de ella depende el bienestar de ustedes". Los judíos deportados al escuchar esta frase probablemente habrán pensado: Este Jeremías está totalmente desubicado. ¿Cómo vamos a trabajar de buena gana en favor de nuestros enemigos?

Pero la frase tiene su lógica bien utilitarista. Aún el más egoísta se tiene que dar cuenta, que a la larga, si no cuida de su entorno, sea social o ambiental, este entorno se le va a venir encima como bumerang. Del bienestar de la ciudad, o sea del todo de la comunidad en la que estoy inserto, depende mi propio bienestar. Entonces, aunque la responsabilidad social que ejerzamos no nazca del impulso que nos da eventualmente un mandato divino o no surja de nuestra eventual convicción humanitaria, será simplemente consecuencia de nuestra propia conveniencia, quizás de la fría estimación de nuestros beneficios.

Sea cual fuere, entonces, la premisa para nuestro actuar responsable, siempre va a redundar en nuestro propio beneficio, por pequeños que nos parezcan los resultados obtenidos o por enormes que nos parezcan las tareas aún pendientes. Por medio de esta sencilla reflexión, es mi deseo transmitirles que sí vale la pena, pues, comprometerse en el campo de la responsabilidad social individual o empresarial, por más complejos que sean los procesos que debamos encarar para llevarla a la práctica.