Expirado
Reflexiones Cátedras

Oportunidades y desafíos de la nueva sociedad

Mons. Martín de Elizalde OSB, obispo de 9 de Julio, habló sobre los riesgos que enfrenta el ser humano de estos tiempos y cuáles son las propuestas desde la mirada de la religión. Esta es su ponencia:

Agradezco la oportunidad que se me ofrece de participar en un foro sobre un argumento de tanta importancia, con la presencia de ustedes, queridos amigos. Lo haré desde la perspectiva de la Iglesia Católica, es decir del mensaje evangélico que para sus fieles es la medida de interpretación de la realidad, expresa el sentido de la vida y anima y orienta la reflexión y la acción del creyente. 

El hombre

En el relato bíblico de la Creación, en el libro del Génesis (1,1 – 2,4), los cinco días primeros forman una maravillosa introducción a la llegada del hombre, que por ser “a su imagen y semejanza”, es decir, del mismo Creador, es la culminación de todo el conjunto, superior por ende a todo lo demás. Al hombre y a la mujer les confirió autoridad sobre “los peces del mar, las aves del cielo, y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra”; que había Él mismo creado. Y entonces, el séptimo día, “Dios tuvo terminado su trabajo, y descansó en ese día de todo lo que había hecho”. De esta manera simbólica, el descanso de Dios, es decir, la satisfacción que le produjo su obra, prolongada en una contemplación que es reposo, le pone un sello al proceso creador cuando establece al hombre para que domine. 

El segundo relato de la creación del hombre y de la mujer (2,4 – 3,24), con la descripción de su vida en el jardín del Edén, del pecado de desobediencia y de su expulsión, nos ofrece también la razón inicial: “Dios tomó al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivara y lo cuidara”. Ambas redacciones no son, evidentemente, idénticas, y cada una de ellas tiene un acento que le es propio, pero coinciden al proponernos una visión del mundo creado y del lugar que el hombre ocupa en él. Es una responsabilidad central, la suya, pues tiene inteligencia y fuerza para someter a las demás criaturas. Aún después del pecado original, no todo está perdido; el hombre puede disciplinar y ordenar las fuerzas de la naturaleza, comprendiendo sus ciclos y sus leyes, perfeccionando sus frutos, sirviéndose de todo lo que encuentra en el mundo. 

Podemos resumir cuanto hemos dicho con esta frase: el hombre está en el centro. Dios puso el mundo en sus manos, para que lo rija y administre, y aquí se encuentra el vasto campo de una sabia utilización de los recursos, de un conservacionismo que haga posible la permanencia de los recursos, que en definitiva apunte a la justicia y a la equitativa distribución de cuanto es necesario para la vida. El hombre está en el centro, por la responsabilidad que le compete en el buen uso de las facultades que ha recibido y porque es el destinatario de estos bienes, que cuanto mejor administrados estén, alcanzarán para dar el justo alimento, el equilibrio de vida, las condiciones a las cuales todos los hombres y mujeres tienen derecho. 

Sin embargo, esto no se agota en una visión ecológica; nada hay en el universo que no sea funcional y significativo, y una comprensión adecuada de la naturaleza llevará a una acción verdaderamente comprehensiva, englobante, total, y no a una mera aplicación de remedios coyunturales. Pero en el centro está el hombre: la creación está bajo su cuidado; la finalidad de esta es, en definitiva, en el sentido más pleno, su felicidad. Y Dios delega en el hombre una función que es muy alta y muy noble, haciéndolo participar de su tarea divina, en cuanto que consiste en dar a lo creado la posibilidad de alcanzar sus fines, para el bien integral del hombre.

El concepto de cultura

Es sabido que este término viene del latín colo, que significa cultivar. En nuestra zona agrícola-ganadera el cultivo es, valga la redundancia, una cultura. De ahí que referirnos a la riqueza que encierra su significado puede sernos útil para precisar mejor el alcance de la vocación del hombre.

San Pablo llama a los fieles de Corinto “campo (agricultura, en latín, y en griego, georgion) de Dios, construcción de Dios” (I Cor 3,9). Es decir, son un campo sembrado, trabajado (y un edificio a construir, custodiar, reparar). La vocación del hombres es, pues, también la de ser él mismo trabajado, abonado, enriquecido, para dar fruto. La educación es parte de este proceso, pero no se trata solamente de la educación escolar, sino de todo el proceso formativo que comienza en la familia. Por supuesto que el hombre está llamado a hacer, a proyectarse en obras y realizaciones, pero ellas no tienen sentido ni consistencia sin no son el resultado de una siembra acertada, de un cuidado fiel, de un enriquecimiento constante, para llegar a convertirse en fruto, en cosecha abundante.

En los evangelios tenemos innumerables imágenes agrícolas. La vid y los sarmientos, la poda, el crecimiento de una semilla pequeña que se convierte en un árbol grandísimo, y muchas otras, pero la más elocuente es la que encontramos en la parábola del sembrador (Mt 13,3-9): el sembrador echaba la semilla, pero no todas dieron el mismo resultado; unas fueron comidas por los pájaros, otras cayeron en terreno pedregoso, y fueron quemadas por el sol, otras no pudieron arraigar, porque germinaron entre malezas; solo algunas cayeron en tierra fértil, y produjeron fruto. Esta parábola se dirige, por supuesto, a la voluntad del oyente, para que se disponga a ser el receptor fecundo de esas semillas. Para nuestro propósito es importante ver otra cosa, que está también incluida en la parábola: esa semilla precisa llegar al corazón, para anidar en él, y salir entonces al exterior, para alimentar y para reproducirse, ser vida y seguir dando vida. 

La espiritualidad del hombre

¿Oportunidades y desafíos? ¿Acaso reconocemos esos espacios que son los más pura y plenamente humanos, los que no se agotan en las valoraciones eficientistas, materiales, concretas, de nuestro modo contemporáneo de pensar y de sentir? Una estructura científicamente perfecta, recursos técnicos abundantes, medios y conocimientos, no bastan. No bastan para dar la felicidad, porque ella se encuentra en el interior del hombre, pero del que no se encierra, del que sabe dar, del que se abre para esperar y recibir. No bastan para garantizar resultados mensurables, para cumplir con las metas y proyecciones, porque está la ingobernabilidad de la naturaleza, que tiene sus tiempos y sus estaciones, así como sus sobresaltos y sus respuestas. Tampoco la libertad del hombre se deja encerrar en esos programas. ¿Qué riesgos enfrenta el ser humano de estos tiempos? El de convertirse en menos humano, si no se le permite alcanzar la libertad y el espacio interior, si no puede volcar sus esfuerzos y dedicar sus logros y resultados a la búsqueda de la felicidad más plena. La crisis de las ideologías totalitarias es un testimonio de ello: se redujo al hombre y se vació su corazón. ¿No están haciendo lo mismo ciertas corrientes, declaradamente hedonistas, que van hasta el agotamiento de la misma persona por la acción, desgastante, sin reposición de la energía desperdiciada, y que es especialmente propuesta a los jóvenes, aún no plenamente formados a la responsabilidad? ¿No lo hacen igualmente las corrientes materialistas, que confunden con una falsa sensación de omnipotencia; y tantas otras, superficiales e inconexas, que quitan toda coherencia y continuidad a la vida? 

La apertura del corazón y de la mente hacia Dios es uno de los aspectos que definen a la religión. Esta es la conjunción de dos movimientos: uno es el de Dios que se revela con su mensaje trascendente, y este es siempre discurso sobre el sí mismo de Dios y sobre el sentido y la meta de la vida del hombre, con pasos y momentos de encuentro y comunión con Él – Dios mismo – y con un reflejo sobre la conducta de las personas – moral – y sobre la responsabilidad que se asume respecto de todos los hermanos. 

El otro movimiento, o más bien, una disposición a ser despertado y llamado, es la capacidad inscrita en el hombre para descubrir que hay un espacio que solo está disponible para ese Dios que llama. Esta es la naturaleza integral del hombre, que es capaz de conocer y amar a Dios, y que aún antes de conocerlo, lo busca y lo desea, y que puede interpretar los acontecimientos de la historia humana y de su trayectoria personal a la luz de esa manifestación que le revela el sentido de todo – o al menos, que ese sentido existe y que debe seguir buscándolo.

Ciertas propuestas de la conciencia globalizada, que se van instalando en la legislación, la cultura y las costumbres, en todo el mundo, van acotando el espacio para la trascendencia. Las conductas, por ejemplo, crean hábitos, y encolumnan hacia determinados objetivos las facultades y potencias, y terminan por restringir, cuando no anular, la libertad original. Buen ejemplo de ello es, entre nosotros, pero no solo en la Argentina, el caótico avance de posiciones llamadas progresistas; caótico, porque no combinan con la jerarquía de los principios constitucionales y contradicen sus preceptos, y que no brotan de la conciencia del orden, para mejorar la vida y asegurar la paz y la justicia, sino que pretenden paliar la anomia (la ausencia de una ley justa) corriendo permisivamente hacia el mismo lado. 

Sin oponerse directamente, pues, a la profesión religiosa, a la búsqueda de trascendencia, a la necesaria ayuda que la sociedad por medio del Estado debe prestar a sus miembros, los ciudadanos, para alcanzar los fines de su propia condición humana, de acuerdo a cuanto Dios puso en su conciencia, se saturan los espacios y se margina y desjerarquiza lo esencial. Es una intoxicación por medio de propuestas dispares, con una implantación fácil, no en la conciencia que dirige las acciones, sino en un nivel inferior, que busca desculpabilizarse, que no tolera la contradicción ni las restricciones. La desfiguración de la libertad, su corrupción, es un albedrío que marcha sin norte ni medida, y que tiende a culminar en el exceso.

Mi breve y sencilla respuesta a las preguntas iniciales: El riesgo es negar el acceso a Dios, destruyendo el espacio interior que Él se preparó para habitar en él, y desde donde relacionar la creación con el Creador. La propuesta es devolver a cada hombre y mujer, a cada hermano nuestro, la libertad para ser íntegramente y decididamente él mismo, con ese abrazo de comunión con Dios, que es la causa y el contenido de todo amor, de toda solidaridad, de toda justicia, de toda felicidad.