Expirado
Atrio2

Ruth Fine (Universidad Hebrea de Jerusalén)

El presente trabajo constituye una reflexión acerca de algunas de las nociones de fe que emergen en el corpus borgeano y, de modo más específico, acerca de las que denomino "paradojas de la fe", patentizadas en dicho corpus. Si bien mi acercamiento privilegia la fe en sus funciones metapoéticas, no por ello desestimará la relación que se establece entre lo estético y otras concepciones de la fe, especialmente la religiosa.

La presencia de la fe constituye una constante en el universo literario borgeano, pero es sin duda en sus textos líricos donde Borges no sólo teoriza sobre la fe, poetizando, sino también parece reclamarla y, por momentos, aun alcanzarla. Esa voz que en el poema "James Joyce" ruega a Dios para que le otorgue coraje y alegría para escalar la cumbre del día que se inicia, o que intenta aproximarse la captación del Verbo divino en "Lucas XXIII", o a la experiencia mística, en los poemas de El otro, el mismo, concluye su periplo poético en "Los conjurados", frente al Cristo de la Cruz, afirmando: "no lo veo/ y seguiré buscándolo hasta el día / último de mis pasos por la tierra".

Encontramos asimismo en el corpus poético borgeano la frecuente elaboración personal de lo que puede ser estimada como experiencia mística, ya religiosa, ya profana: una traducción en palabras de la revelación mística, traducción cuya ambigüedad resulta por momentos similar y hasta parece identificarse con la de la literatura fantástica. En efecto, si la perfección constructiva de los cuentos nos incitan al análisis crítico distanciado, el sentir contenido y la fuerza de las imágenes y metáforas de sus poemas nos acercan a un Borges más personal, pleno en comprensión y piedad por la condición humana, frágil, vulnerable, y a menudo esperanzado.

No obstante, la aproximación a la poesía borgeana nos permite observar que en gran medida su estética lírica privilegia estrategias y lineamientos similares a los de su obra narrativa: la pluralidad polisémica es convocada por lo silenciado o indecible, silencios que, por un lado, subrayan la insuficiencia del lenguaje para representar la realidad o la experiencia inefable, pero también silencios que no constituyen un vaciamiento de significados sino un potenciador de los mismos. El silencio que impone y se impone el poeta no es vacío sino oquedad: la marca de la ausencia queda patente y es en el hiato donde puede manifestarse esa fe que constituye una búsqueda capaz de trascender los límites de la palabra aprisionada por el lenguaje. Será allí donde emerja y habite una fe poética encarnada en el acontecimiento epifánico, ejercicio de fe que recorre silenciosamente toda la obra de Borges, en un intento de superar poéticamente aporías, paradojas, auto-cuestionamientos, o al menos, de posibilitar ese espacio de búsqueda.

Por su parte, son abundantes los textos ensayísticos y narrativos de Borges que participan del campo semántico de la fe, narrativizando o evaluando lúdicamente teologías y sistemas religiosos disímiles, tales como el panteísmo, el gnosticismo, el cristianismo, el Islam, la cábala y otros. Algunos de los textos borgeanos paradigmáticos en relación con la isotopía de la fe serían, por ejemplo, “Los teólogos”, “La escritura del Dios”, “Tres versiones de Judas”, “Una vindicación de la Cábala”; “El espejo de los enigmas”; “Historia de la eternidad”, “El Evangelio según Marcos” y muchos otros. No menos numerosos en dicho corpus son los protagonistas en busca de la fe como principio ordenador, ante algún tipo de crisis o conflicto. Si bien los ejemplos son abundantes, baste recordar a los protagonistas de “La escritura del Dios”, "La busca de Averroes" o “El milagro secreto”. Y es en estos textos donde se harán más patentes las paradojas borgeanas de la fe.

Comencemos recordando que la paradoja de modo general puede manifestarse como suspensión o transgresión de límites, esto es, como algo que según Platón "es y no es al mismo tiempo y en todas las maneras posibles", "lo uno y lo otro a la vez", o bien, como "ni lo uno ni lo otro". Y es precisamente con ese sentido que el concepto que nos ocupa –la paradoja de la fe-, equivaldría a la suspensión de la frontera o a la transgresión de los límites que distinguen la fe de la noción antagónica, la de la razón, reuniendo y superponiendo a un mismo tiempo y en un mismo lugar lo que es y no es, la fe y el escepticismo racional. De modo significativo y a pesar de que en la paradoja se instala la contradicción, ésta aspira a conducir a la verdad e incluso, contenerla.

Será en los relatos donde quede confirmada la tensión permanente e irresoluble inscripta en la obra de Borges: la tensión entre fe y razón. De un modo u otro, los relatos borgeanos no cesan de interrogar los mecanismos de la fe, ni de indagar en los paraísos, purgatorios e infiernos, en dogmas y creencias, ni aun de sistematizar lúdicamente argumentos teológicos, a los que consideró pertenecientes a esa corriente literatura: la fantástica. Un recorrido a través de tres cuentos del escritor argentino pondrá de manifiesto la mencionada relación, tensa y ambigua, contraria y a la vez complementaria, paradójica, de la fe y la razón.

De los numerosos cuentos que tratan la temática de la fe, elijo referirme brevemente a "El milagro secreto", relato estimado como fantástico. Precisamente, el género fantástico, paradigmáticamente inscripto en la narrativa de Borges, aparece con cierta frecuencia asociado al dispositivo textual denominado por Meyer Minnemann y Sabine Lang, "narración paradójica". Y a mi juicio, es en esa paradoja donde se instala la construcción de lo fantástico en Borges, quien señala respecto del género: "Una historia fantástica, según Wells, debe admitir un solo hecho fantástico para que la imaginación del lector la acepte fácilmente. Esta prudencia corresponde al escéptico siglo diecinueve, no al tiempo que soñó las cosmogonías o el Libro de las Mil y Una Noches". Borges funda entonces el carácter fantástico de un texto y de su efecto, en la capacidad de sugerir ante un escepticismo esencial lo sobrenatural, nunca el hacerlo explícito, estrategia que sin duda, requiere de la fe del escéptico lector decodificador para que dicho efecto pueda actualizarse. "El milagro secreto" constituye uno de los relatos borgeanos más elocuentes en tal sentido. Como se recordará, en este se cuenta la vida y la muerte del escritor checo Jaromir Hladík, fusilado por la Gestapo, la policía secreta alemana. En las milésimas de segundo que las balas tardan en recorrer la distancia entre las armas y el cuerpo de Hladík, el protagonista disfruta de un año secreto, concedido por Dios para que complete su pieza teatral Los Enemigos. En el cuento se sugiere, pero no se comprueba nunca, la irrupción del acontecimiento inexplicable: si se ha tratado de un sueño, o una ilusión, o bien de una transgresión radical a las leyes del acontecer temporal. El resultado de este mantenimiento-transgresión es la escisión de una conciencia humana que contraviene las leyes de la delimitación demarcadora entre esto y aquello, el aquí y el allí, la identidad y la no-identidad, lo lógico y lo sobrenatural. Es una paradoja que, a fin de que el milagro secreto sea plausible, exige la fe del lector, como también, simultáneamente, su duda o escepticismo respecto de ese único hecho quizás sobrenatural: allí y sólo allí, en lo uno y lo otro, o ni en lo uno ni lo otro, habita lo fantástico como ejercicio de fe lectora.

Por su parte, "El evangelio según Marcos", publicado en El informe de Brodie y estimado por el autor como el mejor de la colección, nos ofrece otro ejemplo de interés.

En una visita a la estancia de Los Álamos, Baltasar Espinosa, cuya descripción contiene desde el comienzo claros paralelismos con la figura de Jesús y quien significativamente lleva el mismo apellido del filósofo admirado por Borges y central en su tratamiento de la temática de la fe, del panteísmo y del escepticismo filosófico, decide leerles al capataz de la hacienda y a su familia (los Gutres) la Biblia, concretamente el Evangelio según Marcos, que es el primer texto que aparece al abrir el volumen. Estos lo escuchan con atención e interés, interpretando literalmente la pasión de Cristo, hasta el punto de que deciden llevar a la práctica lo que allí se explica, y crucificar a Espinosa.

Sin duda, señala acertadamente Arturo Echavarría en su lúcido análisis, Borges introduce aquí el debate central que emerge a lo largo de la historia y la literatura argentina, el de la “civilización y barbarie”, y lo hace irónicamente, desde el punto de vista de lo que ciertos sectores interpretaron como la “degradación” cultural de la estirpe europea en suelo americano. No obstante, “El evangelio según Marcos” admite también interpretaciones en clave simbólica y metafísica. En efecto, el relato ofrece una trama que se reviste de elementos trascendentes de índole religiosa, a la luz de la historia del Evangelio.

La problemática del Verbo revelado y de la fe comprende aquí la relación entre la prosa de Borges y la tradición religiosa judeo-cristiana, en este caso, la de los Evangelios, y cómo éstos piden ser leídos. “El evangelio según Marcos" constituye así la inversión de un discurso de redención: en él se pone en evidencia que la desconfianza y la incomprensión que en ciertos sectores de cualquier sociedad generan la imaginación, la ambigüedad, la plurivalencia de significados y el desafío intelectual pueden estar encerrando siempre el germen de un final trágico. Por un lado, la fe religiosa axiomática, literal, fanática –la lectura literal y no interpretativa y polisémica de los textos-, es la causante de las adversidades que asolan la humanidad; por otro, hay una fe que reverbera en el texto gritando su ausencia: aquella que es capaz de creer en los textos, también los religiosos y sagrados, y ello, principalmente, por su naturaleza plurivalente, y no por su univocidad y dogmatismo. Y allí su naturaleza esencialmente paradójica.

Detengámonos finalmente en el relato "La busca de Averroes", en el cual se perfilan dos líneas de acercamiento a la noción de fe: una, relativa a la posibilidad de traducción, no sólo lingüística, sino también cultural. La otra, relacionada con la profesión de fe religiosa, en un momento histórico específico, en los umbrales del imperio de la dinastía almohade, que se destacará por su intransigencia religiosa. Vale la pena señalar que, de modo significativo, el narrador relaciona ambas captaciones de la fe, al declarar que Averroes pretende hacer un comentario de Aristóteles como si éste fuera un texto sagrado: “Este griego, manantial de toda filosofía, había sido otorgado a los hombres para enseñarles todo lo que se puede saber; interpretar sus libros como los ulemas interpretan el Alcorán era el arduo propósito de Averroes.”

Los acontecimientos en "La busca de Averroes" se estructuran en torno a la resolución de un enigma de índole particular: la posibilidad o imposibilidad de decodificación por parte del sabio árabe de las nociones artistotélicas, la viabilidad de la traducción y la literatura entendida como una profesión de fe se ven desplazadas por otro enigma, el de la ficción misma. Es éste, a mi entender, una fundamental reflexión metaliteraria presente en "La busca de Averroes", vehiculizada a partir del juego especular de traducciones que despliega y cuyo objeto es el abordaje del circuito paradójico de la ficción.

Si el relato focaliza el quehacer de la traducción ¿quién sería desde la estimativa del texto, un buen traductor/narrador?: ¿aquél que se aferra a su poder inconmensurable y lo defiende de todo cuestionamiento, o aquél que reconoce la naturaleza parcial y contingente de su labor y deja anidar la duda en ella, poniéndola de manifiesto? Y en función de ello, ¿qué clase de fe es la requerida? Opino que en "La busca de Averroes", Borges narrativiza la fe que admite la duda, puesta de manifiesto en la labor del sustituto autorial, traductor mimético fracasado, pero triunfante demiurgo de epifanías. En el ensayo “Profesión de la fe literaria” que cierra el libro El tamaño de mi esperanza (1926), reeditado en 1993, el autor argentino presenta la escritura como un acto de profesión de fe. Dice “De este mi credo literario puedo aseverar lo que del religioso: es mío en cuanto creo en él, no en cuanto inventado por mí. En rigor, pienso que el hecho de postularlo es universal, hasta en quienes procuran contradecirlo”. Y a continuación esgrime dicho postulado, según el cual: “Todo es poético en cuanto nos confiesa un destino, en cuanto nos da una vislumbre de él [...] A veces la sustancia autobiográfica, la personal, está desaparecida por los accidentes que la encarnan y es como corazón que late en la hondura”.

En un sentido, estas mismas afirmaciones parecen perfilarse en el final del relato que nos ocupa: la historia de la fracasada traducción de Averroes es, a su vez, también la historia de otro fracaso, el del autor de la ficción, el de Borges, cuyo intento de traducción como una particular captación de la noción de escritura ficcional es inútil, tal vez, innecesaria. El Averroes de aquella Córdoba medioeval, en tanto intento de representación, no puede sino ser un espejismo que se esfuma. Y en tanto que éste se esfuma, y con él la casa, la fuente, las esclavas y el propio yo autorial que se contempla en el espejo, el texto mantiene su materialidad y realidad ontológica inexcusable: el fracaso de la fe autorial, entendida como proyección, representación, mimesis, es el triunfo del texto y de la escritura, en cuya “hondura” late esa “vislumbre”.

Esta que denomino "fe autorial" participa entonces de la naturaleza paradójica de la fe narrativa y aun de la fe, en general. En efecto, Merleau–Ponty estima la fe como “una devoción más allá de las pruebas […] imbricada con la incredulidad, a cada instante amenazada por la falta de fe”. Por su parte, Rimmon-Kenan estima esta confianza o fe narrativa como “un movimiento en espiral, que integra el escepticismo pero también lo supera". La fe narrativa consiste así en esa certeza, no exenta de dudas, de que la ficción tiene relevancia para el mundo fenomenológico y para la existencia humana en ese mundo, y ello inscripto en el reconocimiento de la condición ilusoria de la ficción.

Estimo que el sustituto autorial de "La busca de Averroes" configura un circuito paradójico que ilustra acabadamente esa “fe autorial”, fe que publica, gozosa, la duda: por un lado, reniega de la auto-certidumbre, en apariencia imprescindible para forjar la confiabilidad primaria del receptor. Este narrador-autor sacrifica su control y autoridad en el altar de la revelación anti-mimética: paradójicamente, no exige la suspensión de la duda, sino, inversamente, la suspensión de la credulidad. Lo suyo ha sido pura construcción, pura escritura; más aún, como construcción aparenta también haber fracasado y disolverse: “En el instante en el que yo dejo de creer en él, "Averroes" desaparece”. No obstante y por otro lado, desde mi lectura, la marcada ironía que sella este epílogo señala no la entronización del fracaso, sino un momento de anagnórisis, epifánico, de auténtica revelación o, más precisamente, auto-revelación por parte del autor intratextual; tal como lo señala Balderston parafraseando al mismo Borges (1996: 207), lo literario habita en la promesa de una epifanía que no se cumple, pero es en su sostenida promesa donde se genera esa fe literaria inacabable, de creación permanente, en la que no sólo se pierde el origen sino también el fin.

La fe autorial, por ende, no es teleológica sino autosuficiente, se retroalimenta. El resultado de esta fe autorial, de esta pérdida de la autoridad y del afán mimético, tiene sin duda un resultado incierto, pero verdadero. Borges logra que su escéptico narrador nos revele esta verdad: la relación paradójica entre la fe y el conocimiento inscripta en ese pacto secreto con el lector, pacto que la clausura de "La busca de Averroes", proclama como inconcebible. Este concepto, caro a Borges, es la expresión de la visión ambigua, de la tensión entre lo que puede concebirse –pensarse y crearse– sólo a través de la ficción, de la fe autorial: en el instante en el que se deja de creer en él es cuando puede gestarse. Lo inconcebible es aquello que no puede encontrar justificación: lo no posible, lo no imaginable, lo que carece de sentido. Borges vuelve a este concepto de modo recurrente. Así, en “Argumentum ornithologicum”: “Vi un número entre diez y uno, que no es nueve, ocho, siete, seis, cinco, etcétera. Ese número entero es inconcebible; ergo, Dios existe”. No es casual que el epílogo de "La busca de Averroes" se inicie con la referencia al fracaso de aquel arzobispo de Canterbury cuyo argumento ontológico acerca de la existencia de Dios parodia Borges en su “Argumentum ornitologicum”.

"La busca de Averroes" es un relato sobre la fe y sobre sus posibles derrotas, pero también victorias. Es asimismo un relato sobre el afán de traducir –comprender, interpretar, escribir– como profesiones de fe. La fe religiosa, la fe fundada en el dogma, la fe en lo incomunicable, en lo inefable –la divinidad, la revelación–, ese deseo de aprehender los secretos de lo divino, y alcanzar la salvación, permean la Córdoba andalusí recreada por Borges en su relato, aquella Córdoba de un período en el que aún era factible mirar la creencia del otro con curiosidad y afán de aprendizaje.

Tras este breve recorrido por el corpus borgeanos, hemos podido comprobar cómo el autor explora el vasto y ambiguo campo semántico de la fe en todo su amplio espectro de significaciones: tanto como conjunto de creencias de una religión y de su dogma (la primera de las tres virtudes teologales, en tanto asentimiento a la revelación de Dios), como creencia individual, pero también como confianza, esperanza, y aun ilusión. No obstante, uno de los alcances más originales e importantes de la fe en la obra de Borges es el abordaje de la fe como principio meta-poético: la obra del autor argentino incursiona, principalmente, en las posibilidades estéticas de la fe, sin por ello ignorar la relación de este tratamiento estético con otras concepciones de la fe, especialmente la religiosa.

Llamamos a esta fe intratextual “fe autorial”, la cual, de modo significativo, despliega, interrelaciona y cuestiona diversas captaciones de la noción de fe, desde la religiosa hasta la epistemológica. Y esa fe es la de la lectura o reescritura que cada nuevo lector-creador genera al “ver” el Aleph, la biblioteca de Babel, la Córdoba andalusí, la Pampa de Dahlmann y los Gutre, los libros, los manuscritos, los molinos, los gigantes, cuya existencia, gracias a la fe autorial, se manifiesta gracias a esa fe paradójica o a las paradojas de esa fe literaria.

Nuestras reflexiones han querido comprobar sucintamente que en los relatos borgeanos convergen diversas nociones de fe. La religiosa ha perdido su monopolio. La salvación, la única tal vez, al menos para la intencionalidad textual, se ofrece como factible sólo a través de lo estético. La paradoja esencial de la ficción ha sido revelada: los personajes ficticios y su autor, su creador, reniegan de una fe para abrazar otra, no menos significativa como revelación; ella habita en la condición ficticia –y verdadera– de lo literario.

Ruth Fine

Catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén, donde es directora del Departamento de Estudios Románicos y Latinoamericanos.