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Vicente Llambías, autor de “Asalto a la Belleza. Jacques Maritain, Gastón Bachelard, Paul Claudel y Pierre Teilhard de Chardin”.

 Elija usted su pregunta

En la rica historia de la Humanidad con la Belleza: ¿Cuáles son los valores que habitan la experiencia del artista al crear un objeto de arte? ¿Existen criterios para interpretar? ¿Será el puro gusto como dijera Poe? ¿O basta la coherencia interna de la propia búsqueda y su destino? ¿Acaso hay algo que permanece? ¿En el arte vale todo? ¿Qué predomina, lo inconsciente o lo irracional? ¿Acaso lleva una dosis de luz y sentido que brilla y emociona? Si el arte da placer y regala espíritu, ¿qué estaremos diciendo? ¿Aquel anuncio provocador de la muerte del arte no continuará hoy con un efecto cascada? ¿El arte llega a muchos o a pocos? ¿Acaso es solo para un grupo de cultivados o atraviesa la sangre y la vida de multitudes de jóvenes en nuestros barrios? Las preguntas pueden ser tantas como gente inquieta encontremos. Quizás cada uno pueda, al decir de Rilke, reconocer el rumor de su vida profunda y al paso de su sensibilidad unirse al diálogo.

Perdido entre tantos estímulos, el fruto laborioso e inspirado del artista devino en un objeto de consumo, multiplicado que en todo se cuela. El interés económico o el mercado influyen de tal manera, que casi logran hacer invisible el arte. Desde otros ámbitos de la cultura y con otros códigos del lenguaje: ¿Podemos encontrar todavía puentes entre verdad, bien y belleza? ¿Es posible hablar de la pureza del arte? Todavía se escuchan expresiones de un arte más verdadero. ¿Con respecto a qué?

Como todo lo humano, el desarrollo del arte es un fenómeno pleno y ambiguo, puede hacer crecer y a la vez ser una herramienta de manipulación. Tuve la oportunidad de ser enviado como sacerdote a la ciudad de Holguín en Cuba, donde viví más de cuatro años. Allí tuve una experiencia muy bella, mezclada con la vida sencilla y sufrida de la gente, parecida a las familias que acompaño hoy en mi parroquia de Las Tunas. En Cuba pude conocer círculos de escritores, acompañar tertulias literarias y algo de sus caminos. Allí el deseo de la cultura está al alcance de muchos. En cada capital de provincia el arte es un bien a desarrollar pero marcha según el interés político o los objetivos planificados del Estado. Es un hecho corporativo y social, allí el artista crece y se capacita pero su libertad personal es puesta a prueba cotidianamente; cada uno tiene un carril y como eterno alumno es conducido por él.

Con esta introducción quiero compartir algunas de las preguntas, quizás algunos de ustedes las compartan. El camino de la Belleza nos ha dejado a los pies y a merced de la experiencia del artista y de quien se adentra en su obra. En medio de este océano de vida, emerge en cada persona la misma pasión o anhelo por lo bello: cuando algún verso nos sobrecoge o suspende en el tiempo o ante algunas obras plásticas que en silencio conmueven o quizás aquellas películas que siguen tocando las fibras de un placer sensible y espiritual. La subjetividad en este tiempo es un dato que propongo aceptar y utilizar como base y punto de partida de esta reflexión sobre belleza y trascendencia. Desde esta experiencia de la persona y el artista comparto algunos puntos que profundicé en la poesía y a través de autores como J. Maritain, G. Bachelard, P. Claudel y P. Teilhard de Chardin.

Trascendencia o salir al encuentro.

Somos recibidos de otros, padres, maestros, artesanos, amigos, amada y vamos al encuentro. Esta podría ser una hipótesis: trascender porque venimos de lejos, de una relación, habitamos nuestro ser y salimos de nosotros mismos. No estamos en el centro, pertenecemos a un Cosmos que se da y gentilmente nos espera.

Una persona, cuando toca su sensibilidad y escucha, encuentra un sentido y escapa al vacío y la frustración cotidiana. El artista vibra con la fuerza de la naturaleza y un vuelo comienza a caminar su propia sangre, descubre algo que se oculta, en su interior llega transfigurada en nota musical o palabra silenciosa. De esta manera se une apasionadamente al entorno que lo contiene. Llega un momento en el que la obra arte provoca paz o irritación, pregunta o desconcierto, pero comunica un mensaje legítimo. Allí la experiencia de belleza que buscó el artista se convierte en un puente que comunica, algo que es casi inexpresable.

Trasciende el hombre cuando reconoce la huella de un absoluto. Desde su propia vivencia íntima y religiosa, entre sombras ve salir a su encuentro a quien buscaba a tientas. Entonces, el artista o la persona sensible se anima con un nombre, porque ensaya la comunión. El Camino de la belleza permite atravesar fronteras, nos deja en lo abierto, a veces tranquilos y otras a la intemperie del desierto, pero ya hemos tocado una presencia que nos arrebató y ha dejado con sed.

Encontrar la propia sensibilidad

Cuando percibimos la inspiración o su deseo profundo, somos invitados a un viaje oceánico. El ejercicio poético es un buen ejemplo del contacto con lo numinoso que habita adentro. Lo inconsciente y no dicho es una fuente de vida para explorar y liberar. Estas potencialidades son la reserva interior del poeta, un estanque no utilizado, que se activa cuando las cosas lo reclaman. El alma duerme, pero su corazón sigue atento, un fuego despierta la emoción cuando la belleza llama. Con la voz celebro a Rilke, Maestro de poetas:

Vuelve a oírse más alto el rumor de mi vida profunda,

cual si corriera ahora entre orillas más anchas.

Las cosas me resultan cada vez más afines y cada vez las imágenes más nítidas.

De lo inefable me siento confidente:

con mis sentidos como pájaros me alzo

hasta cielos ventosos desde el roble,

y en el día quebrado del estanque se hunde,

cual por peces llevada, mi sensibilidad.

La naturaleza conmueve, como hace millones de años.

En el rumor de las hojas, el poeta habita su propio olvido, siente algo vivo, misterioso y hondo. El mundo posee un espíritu que reclama su sensibilidad. El artista abriga una comunión y anhela expresarla en su obra. Las cosas guardan un no se qué y lo dejan paralizado. Algo así parece querer decir Pablo Neruda en estos versos:

“Escribo para una tierra recién secada,

recién fresca de flores, de polen, de argamasa,

escribo para unos cráteres cuyas cúpulas de tiza

repiten su redondo vacío junto a la nieve pura,

Rimbaud decía, el yo es otro. Cuando crea, el poeta entiende los secretos que balbucean las cosas, percibe realidades, correspondencias, claves del horror o de belleza, recibe todo en el repliegue de su sentimiento y pasión. En el espejo mismo de su emoción, un conocimiento oscuro de sí y del Cosmos irá dando a luz en su obra.

El Otro inmenso que habita un espacio mínimo

Ahora la orientación es inversa, desde el mundo visible y sensible hacia el espíritu. Rilke en su primera Elegía nos confiesa su alegría:

“Sí es verdad, las primaveras te necesitaban.

Te pedían por encima de tus fuerzas,

algunas estrellas que las percibieras.”

El universo cambia cuando pasa por el interior del artista, por el velo del alma diría Poe. Las cosas son mejores . Ellas alcanzan su plenitud cuando son dichas, allí abren su ser más profundo y son lanzadas con armonía. Casi como agradecidas esperan entrar en el espacio humano. El espíritu le permite al mundo y a todo lo vivido trascender los límites de la materia, como si su modo inasible le diera alas el don de comunicarse, vivir en otros. Para Rilke esto es incorporar el afuera, como el viento que acaricia o golpea la rosa y ella todo lo absorbe, así el corazón que ensancha sus paredes les prolonga la vida y su nombre.

El poeta comunica por su obra

El artista que adivina una forma nueva pone su sello en la obra que realiza. Anuncia llamados y presencias, y toda esta realidad oculta que él mismo ha padecido. Algo percibió, como una gota de agua que reúne al mundo entero, diría Claudel. Así da cuenta el poeta de su comunión con el universo, confía en el agua profunda y luminosa que surge dentro de él. El nos deslumbra con algo que toma prestado, lo carga con un corazón ligero y mira al futuro. El poeta es un niño que domestica las cosas llamándolas como las ama. Como un papá que en una noche encantada descuelga la luna del árbol y se la regala a su hijo pequeño, el artista percibe en las escenas un paraíso. Ellas le cuentan algo pero no le dicen su nombre y él entra en su juego, con los ojos vendados, él juega a la vida y a la muerte, cuando de pronto brota un canto en su interior. Nos recuerda Maritain que: estando al servicio de la belleza y de la poesía el artista sirve a un absoluto. La primera responsabilidad del artista es hacia su obra. La intuición que emociona es tan aérea que pide mucha disciplina y entrenamiento.

Atravesado de sufrimientos y fracasos parciales, el artista refleja y comunica en la obra lo que ha entrevisto o sentido.

Este mandato por la belleza lo encontramos en numerosos creadores: Rimbaud corrió tras una belleza que no alcanzaba hasta que voluntariamente se llamó al silencio. Rilke, mimado por su tiempo y las princesas, fue consciente de que debía acabar su obra y transitó la dura senda de la búsqueda poética. Sólo descansó cuando terminó Las Elegías de Duino y regaló como un extra sublime la belleza de los Sonetos a Orfeo. ¿Qué hubiera sido de la Guerra de Troya, si Homero no la hubiera cantado para siempre?

El artista crece en la libertad

Dulce María Loynaz, una gran poeta cubana, amiga de Juan Ramón Giménez que también recibió a García Lorca en su casa. Al momento de la revolución cubana, ella es llamada a silencio y no se va, permanece en su casa muchos años. En el año 1994 recibe el premio Cervantes. Dulce María conservó su libertad e integridad en todas las épocas de su patria y nos dice:

“En mi verso soy libre: él es mi mar.

Mi mar ancho y desnudo de horizontes...

En mis versos yo ando sobre el mar,

camino sobre olas desdobladas de otras olas y de otras olas... Ando

en mi verso; respiro, vivo, crezco

en mi verso, y en él tienen mis pies

camino y mi camino rumbo y mis

manos qué sujetar y mi esperanza

qué esperar y mi vida su sentido.

Yo soy libre en mi verso y él es libre

como yo. Nos amamos. Nos tenemos

Dentro de él, me levanto y soy yo misma”.

Un amigo cubano escritor, Manuel García Verdecia, cuando le pregunté qué pensaba de la belleza y trascendencia me envió estas líneas: El hombre que trata de hallar su sitio y su relación con cuanto le rodea, fija en ello un sentido, una significación que le imprime propósito y disfrute a lo que hace. En ese diálogo entre el yo y lo otro o entre el yo actual y el yo que se busca ser, cuando se alcanza la armonía de sentido, la plenitud de saberse compenetrado con lo otro, es que se descubre la belleza de lo que somos, lo que nos rodea y lo que hacemos. Es el hombre en su dedicada, paciente y progresiva humanización el que genera en su espíritu el sentido de belleza. Por tanto, solo el pleno humanismo puede darle cabal expresión y, consecuentemente, ella vigoriza y refina ese humanismo.

Por su parte, la libertad es el marco de posibilidad potenciadora que se labra el hombre para conquistar su desarrollo y su realización óptima. Es el aire y la luz indispensables para que lo humano pueda florecer con vigor. Es suelo propicio para que el resto de las posibilidades y valores humanos puedan germinar. Ella es el ámbito nutriente para que el ser humano alcance su mayor dignidad y su ventura sobre la tierra. Estas palabras cobran cuerpo y sangre, suenan más alto cuando la libertad es tan limitada y debe recobrarse cada día.

El instinto de lo bello

La muerte del arte supo ser declamada a los cuatro vientos, cuando el original se multiplicaba y lo bello dejó de ser un objeto único. Llegó a ser una mercancía de consumo. Disperso en todo, el valor de la belleza pareció banalizarse. Además lo feo devino en un ideal que intentó expresar lo auténtico. El asunto, una ruptura de las vanguardias donde nuestras guerras mundiales ayudaron a partir la historia en dos, como una bomba atómica que nos distanciara de miles de años de humanidad en camino, dejando fuera de juego a la belleza soñada. Sin embargo, con el ánimo nuevo de libertad sufrida y ganada, quizás podamos recobrar la frescura de este tiempo, tocar algunos valores antiguos o ponerle nombre al más genuino deseo de Belleza. Baudelaire supo que el arte roza lo divino. El fundador del Simbolismo, expresando su admiración por Poe, dice: El arte moderno le debe a él haber cobrado conciencia de la cualidad teológica y de la espiritualidad despótica de la belleza, es este inmortal instinto de lo bello lo que nos hace considerar la tierra y sus espectáculos como un atisbo, como una correspondencia del cielo. La sed insaciable de todo cuanto está más allá, y que revela la vida, es la prueba más viviente de nuestra inmortalidad

Por la poesía y la música, el alma vislumbra esplendores situados detrás de la tumba. Cuando un poema exquisito conmueve, no indica un gozo sublime, es el testimonio de una melancolía irritada por no poder alcanzar en esta misma tierra un paraíso revelado, dirá Baudelaire. El poeta hambriento de la beatitud pidió al arte la plenitud mística y desembocó en silencio o duda.

Cuando el artista y el hombre anhela ser confidente con lo divino.

Como un salto, ¿por qué no trascender hacia atrás? Rumbo a la tradición greco-romana o a la civilización cristiana? Así con libertad, sin dogmatismos, reconocer y tocar valores clásicos que sostienen nuestra historia. El delirio de los poetas era muy valioso porque revelaba su afinidad con las cosas eternas. De Platón nos llega la imagen del poeta como alguien ligero, alado y sagrado, un alma tierna e indomable.

En la Edad Media, los constructores de Catedrales eran hombres que no se sabían. Cuando trabajaban en piedra las escenas de la Biblia buscaban dar gloria a Dios haciendo una obra bien hecha, dando su vida. De esta manera regalaron belleza para siempre y nos mostraron su experiencia de Dios, aun sin saberlo.

Nosotros los mortales y también anónimos soñadores, adivinamos presencias que nos trascienden y superan pero bien adentro de nuestra realidad. Algo delicado y sabio creo descubrir en estos versos de Jorge L. Borges:

“Conozco las costumbres y las almas y ese dialecto de alusiones que toda agrupación humana va urdiendo. No necesito hablar ni mentir privilegios; bien me conocen quienes aquí me rodean, bien saben mis congojas y mi flaqueza.

Eso es alcanzar lo más alto, lo que tal vez nos dará el Cielo; no admiraciones ni victorias sino sencillamente ser admitidos como parte de una Realidad innegable, como las piedras y los árboles.”

Maravillosa esta sospecha del Cielo prometido. Percibir algo más no es solo el privilegio de los poetas. Con ramalazos de luz, Borges nos acerca la eternidad. En este punto asoma unido a la más pura revelación del amor de Dios, ser aceptados para siempre. La Belleza presentida acerca fronteras. De pronto, despliega la línea del horizonte, como un lugar sereno más allá de todo.

Cuando el arte toca los abismos y la experiencia del mal que enmudece

Trascendemos, también, cuando nos animamos a los abismos, algo de esto percibió la íntima y maravillosa Emily Dickinson:

“Hay un sesgo de luz, En las tardes de invierno- Que oprime como el Peso De los cantos de Iglesia

Y celestial Herida nos inflige- No deja cicatriz, Sino una diferencia interna, Donde el significado yace- Luz que oprime y sin embargo, celestial Herida, donde el Significado yace. Rara luz, custodia de secretos que nadie enseña, heridos quizás por la propia huella reconocemos su paso. Es desesperación Sellada-….Que del aire nos llega.

El poeta y artista, como el hombre sencillamente religioso, comunica mundos, anticipa la muerte, la lleva en sus manos y vuelve a la vida. Como la frágil rosa de Rilke, en un mínimo espacio contiene el mundo entero, adentro y afuera, vida, muerte y vida, el Cielo y la Tierra. Allí sabe guardar, vuelvo a Dickinson, la Distancia en la mirada de la Muerte. Qué poco somos. Ante lo divino y pasajero de la poesía el deseo no disminuye. Necesita el poeta una valiente humildad y entrega, para dejarse hacer por el misterio que tiene entre manos. Que una inteligencia atenta dirija sus pasos a las palabras, al ritmo y la sonoridad de la belleza entrevista. La poesía, si es humana, no está ajena al sufrimiento cotidiano o a los infiernos que nos habitan. No es posible pensar un arte angelical fuera del universo real del hombre.

A menudo la experiencia de mal casi destruye nuestro mundo. Cuando la violencia es dueña y la humanidad es pisoteada, vale este testimonio de Raissa Maritain, esposa de Jacques Maritain. Al final de la segunda Guerra, ante el exterminio de millones de hombres por el Holocausto y la Guerra abre su angustia en un grito: “ que la poesía haga penitencia, que se calle, porque carece de palabras para la realidad de nuestro tiempo; que se cubra el rostro, que deje de jugar con nuestro dolor, que olvide las flores, los juegos, las gracias, la retórica y la elocuencia, que se desnude y se humille si quiere sobrevivir a lo inimaginable, lo indecible, la mortal tiniebla de nuestro tiempo.” Sí, que la palabra se vuelva muda, que escondida en lo oscuro de la tierra sienta la sangre negra y espere, quién sabe pase el Amor y sane su silencio infinito y triste.

Evolución y trascendencia

Pierre Teilhard de Chardin, Jesuita francés y paleontólogo, con su doble pasión por el mundo y por Dios en Cristo resucitado. Fue uno de los primeros, que en los años 20, desde China, supo unir la ley de la evolución y la convergencia que el descubría en los orígenes del hombre con la espiritualidad cristiana. Este hombre sufrido, sin permiso de las autoridades de la Iglesia para publicar, fue también un hombre místico que desde la materia recorrió el camino del espíritu. “Nunca sabré predicar otra cosa que el misterio de tu carne presente en todo lo que nos rodea.” Nos invita a recogernos, tocar dimensiones divinas e infinitas, en nosotros y en el cosmos.

Para Teilhard científico, todo organismo tiende a evolucionar en una estructura más compleja y estable, el hombre es el mensajero y está en el eje de la creación. Con él, todo el universo tiende hacia la concentración espiritual de un punto Omega. Hasta aquí llega la mirada de la ciencia. Esto mismo posee para él, un correlato religioso. Teilhard lo explica cuando integra el proceso de espiritualización del universo, cuando todo el universo confluye en Cristo resucitado.

Si queremos hilar fino en las fuerzas de la vida y de la muerte, continúa Teilhard, penetremos en lo más secreto de nosotros mismos. Circundemos nuestro ser. Busquemos, afanosamente, el océano de fuerzas que padecemos y en las que nuestro crecimiento se halla como inmerso.

Es un ejercicio saludable: conocer lo profundo y universal que habita y empapa nuestras relaciones, allí donde tejemos la intimidad y la consistencia, la vida en comunión con las personas.

Durante la Primera Guerra Mundial, tiene Teilhard una experiencia mística, de una unidad increíble, en medio de la muerte y horror que lo acompañaba: “Era ya de noche cerrada en el «Camino de las Damas». Me levanté para bajar de nuevo al acantonamiento. Y hete aquí que, al volverme para ver por última vez la línea sagrada, la línea caliente y viva del Frente, entreví, como en un relámpago de intuición incompleta, que dicha línea asumía la forma de una Cosa superior, muy noble, que yo sentía adquirir consistencia ante mis ojos, pero que habría sido necesario un espíritu más perfecto que el mío para dominarla y comprenderla.”

En la Muerte extendida recibe él una luz, una confianza superadora. Una experiencia de unidad que lo acompañará toda la vida. Ser más será unirse más. En 1950, casi veinticinco años después de escribir El medio divino, Teilhard presenta un simple ensayo: El gusto de vivir. Aquí nos ayuda tocar algo de este gusto sagrado de ser, la energía primordial que buscamos a tientas. Este gozo es una actitud mental y positiva hacia el mundo que nos resulta luminoso, interesante, atrayente.

“Saber que no estamos encarcelados.

Saber que hay una salida, y aire, y luz, y amor

en algún sitio más allá de toda Muerte.

Saberlo sin ilusión y sin ficción...

La ensoñación poética como lugar de sentido

Gastón Bachelard, autor de la Poética del Espacio y la Ensoñación poética como también otros libros de método científico, se encuentra con la poesía y los poetas y queda paralizado. Descubre Bachelard que “«Las palabras... Son pequeñas casas, cada una con su sótano y buhardilla». Subir y bajar, en las palabras mismas, es la vida del poeta. Y les aconseja a sus alumnos: Sigan soñando. Dejen que la memoria y la imaginación sean aliados, encontrarán muchos frutos. Tendrán momentos para sumergirse en el pasado de las palabras y bajar al propio sótano de lo vivido, cargado de sentimientos e imágenes. No teman, que se presenten y les hablen. Llegarán también otros instantes para soñar lo abierto.

El arte que vive, especialmente en los humildes

¿Para quién es el camino del arte o la belleza? Antes de terminar esta larga reflexión de belleza y trascendencia, les comparto la experiencia de Leo, un joven sensible de un barrio humilde que me ha conmovido y por eso la he agregado en la nouvelle que llamé “Gastón B”. En el momento de culmen de la Picada literaria, el joven se anima y cuenta:

“Amigos, gracias por recibirme, les voy a confiar algo grande para mí, espero que no piensen que estoy loco, tengo miedo y alegría de sólo acordarme”. “ “Es cortito pero re-grosso. Una noche no me podía dormir, salí afuera y descubrí que la luna entrometida se coló por el baño de mi casa, el techo estaba roto. Entró con su luz, de lleno, un momento mágico, el tiempo parecía detenido. Al comienzo tuve miedo a esta nueva oscuridad, pero mi casa se vistió toda de azul, me quedé quieto y gozando. Les juro, amigos, ni porro, ni cerveza, nada. ¡Qué sensación rara! Una presencia y no estaba alucinando. Hoy lo cuento por primera vez porque ustedes saben de estas cosas. Algo sin maldad, donde podía estar confiado y no tener miedo, fue hermoso. Ojalá algún día vivan algo parecido, llegaba un aire puro y no estaba sólo porque entró adentro. Con todos mis sentidos fui grabando y copiando la escena de la luz que descansaba entre paredes oscuras y curvas. El pobre rancho de mi mamá era otro. Ya sé que suena loco y tampoco lo sé explicar bien, fue casi lo más real que me pasó en la vida. No me importa si suena a invento, tampoco lo ando soltando por ahí para que se rían. No, lo guardo en una caja de tesoros,. Leo exaltado no podía parar: “Esa noche descansé bárbaro y al día siguiente desperté seguro. De pronto se abrió un espacio, descubrí que tengo sueños. Ya no reniego de mi casa; será pobre pero enlaza lo mejor de mí”. En la librería, la luz se hacía íntima como si tocara deseos profundos, hasta el duro de Samu mudó su fastidio en respeto, estaban conmovidos. “Leo posee algo sencillamente inocente”, pensó Pablo.

Conclusión – presencias que nos puede regalar el arte y el camino de la belleza

El camino de la belleza nos lleva lejos, une el misterio de la existencia con la luz que envuelve a las cosas; la interioridad del ser humano y su primacía en el universo; el parentesco entre el hombre y el mundo con un lazo más profundo que todas las relaciones materiales; la convicción de que la libertad no pierde al hombre en el vacío sino que edifica su ser entero. La obra de arte es bella y también buena. La profundidad de la experiencia poética es transparente e impacta sobre el bien común de la humanidad, regalando un bien para siempre.

Agotados de la violencia y los desencuentros de este tiempo, nos gustaría, como lo hicieran los antiguos, robar Belleza a los dioses. Hoy hace falta coraje, humildad y energía: para remontar los obstáculos de vivir, conectar con la vida de los hermanos, sentir los deseos más profundos y descubrir a Jesús, la forma más bella, viviendo y muriendo en la entrega.

Los artistas, los poetas, buscadores de lo sublime, pueden ser como tantos de nosotros, simples caminantes, pequeños hombres anunciadores de una belleza invisible y presente. Gracias a quienes caminaron este sendero que buscó dar el salto, unir el camino del arte a cuanto nos rodea y trasciende. Confiado abrazo extendido hacia el tiempo y el espacio que une y contiene.

P. Vicente Llambías

Escritor. Poeta. Ensayista. Autor de “Asalto a la belleza”. Sacerdote de la Diócesis de San Isidro.