Pastor de la Iglesia Evangélica del Río de la Plata. "Reflexión acerca de los valores"
A propósito de las campañas electorales como así también en relación con las crisis económico-financieras de los últimos tiempos, se ha venido hablando reiteradamente de “los valores”. Por ejemplo, se ha dicho que las crisis económico-financieras más que eso, son crisis de “valores”. Como percibo que en relación a este término existe cierta confusión considero atinado reflexionar un tanto acerca del mismo.
Los valores son aquellas pautas básicas por las cuales se rige nuestro actuar cotidiano en todas las esferas de la vida, particularmente en el relacionamiento con nuestros semejantes y la sociedad en la que convivimos. Son ejemplos de tales valores la justicia, la libertad, la responsabilidad, etc. Estas pautas no son absolutas e inamovibles; nacen del consenso de las sociedades y pueden sufrir modificaciones a través de la historia. En ellas se reflejan a su vez principios religiosos, ideológicos, costumbres étnico-culturales como así también circunstancias históricas. Hay valores que trascienden los tiempos y los pueblos como el de la justicia, aunque con acentuaciones diversas.
Los valores están relacionados entre sí en forma interdependiente y forman un “sistema de valores”. Dentro de un sistema de valores existe una escala de valores, según el peso y la trascendencia de cada uno de ellos. Dentro de un mismo sistema, con el correr del tiempo y el cambio de las circunstancias, los valores pueden cambiar de rango en la mencionada escala. Por ejemplo: actualmente en el mundo occidental la libertad individual para muchísima gente tiene una importancia mayúscula; en otros tiempos o aún en otras áreas de nuestro planeta, lo importante era la libertad del conjunto de todo un pueblo, digamos ante continuas opresiones foráneas.
Los valores a su vez se basan sobre premisas de valores. Aunque difíciles de definir, forman el substrato sobre el cual los valores pueden desarrollarse. Estas premisas las constituyen experiencias humanas primigenias y autoevidentes como por ejemplo la experiencia de la vida misma, el amor o la dignidad. Si no hubiera vida, no habría acciones y por tanto no habría necesidad de orientarlas. Si no asignáramos dignidad al ser humano y a los demás seres vivientes, no valdría la pena reflexionar sobre valores y normas éticas. Aquí es el punto donde en este debate sobre los valores empalmamos con nuestras creencias religiosas o convencimientos filosóficos. Para quienes nos confesamos cristianos (protestantes) la premisa para la valoración de nuestro actuar, es el actuar liberador y amante de Dios como se manifestó en el actuar de Jesucristo. Su actuar para y por el individuo y todo el mundo es anterior a todo actuar humano. Su oferta de amor y misericordia antecede a toda norma ética, por tanto el evangelio antecede a la ley.
Pero soy consciente que vivimos en una sociedad pluralista en la que convivimos con personas y grupos que son fieles a diversos credos o partidarios de diversas ideologías, y que por tanto sostienen otras premisas para la construcción de sus sistemas de valores. El Foro Ecuménico Social es un ente interreligioso donde se verifica esta realidad. Pero hay valores que se encuentran representados en diferentes sistemas, aunque quizás con otro peso y rango en su respectiva escala. Sin entrar ahora en detalles, podemos afirmar como ejemplo, que tanto en la ideología atea marxista, en el credo judío, en el credo islámico como en la fe cristiana, la solidaridad será un valor que puede derivarse de sus respectivas premisas de valores, aunque éstas sean diferentes, y por tanto podrá encontrarse en su respectivo sistema de valores, si bien tal vez en rangos y con acentos diferentes. Esta coincidencia junto con otras coincidencias similares –pongamos por caso la honestidad- son elementos fundamentales para la construcción de una sociedad en la que se pueda vivir en plenitud y convivir en paz. Un sistema de valores consensuado por una sociedad se hace carne y hueso en cada individuo de esa sociedad y pauta su actuar sin necesidad de la constante aplicación del rigor de la ley, y en ciertos casos incluso pautará acciones que van más allá de las exigencias de la ley.
El sistema de valores que consensuamos a partir de la fe cristiana en perspectiva protestante no pretende su imposición a la totalidad de los miembros de una sociedad. No es un sistema cerrado. Si así fuera, tendería a la exclusión de personas de la comunidad cristiana o de la sociedad, cuando Jesucristo precisamente buscaba la inclusión de todos y todas, restaurándole la dignidad a aquellos que en la sociedad carecían de ella. El aporte de la comunidad cristiana a la sociedad en general no es el de lograr la aceptación de un sistema de valores definido y clausurado, sino buscar desde la tradición cristiana un sistema abierto al diálogo a fin de construir un marco de pautas dentro del cual todos y todas puedan encontrar un lugar y desarrollar una vida plena. Un sistema de valores inspirado en las premisas de la fe cristiana siempre se va a concebir como un sistema crítico de los valores imperantes, sean cuales fueran sus premisas.
Cuando hablamos de crisis de valores es porque desde la visión crítica de un sistema de valores consensuado como la justicia, la libertad, la responsabilidad, la honestidad, la moderación, etc. vemos que otros valores, que podrían ser considerados como “antivalores”, desde que no ayudan a construir una sociedad en la que todos y todas puedan desarrollar una vida plena y una convivencia en paz, han ido ganando solapadamente una vigencia creciente, como la injusticia, la opresión, la irresponsabilidad, la corrupción, la ambición desmedida, el clientelismo, etc. La consideración y preocupación por el otro, por el semejante, es desplazada por el egoísmo y la búsqueda casi obsesiva de autorrealización. Las crisis económico-financieras de los últimos tiempos efectivamente tienen su origen en la ambición desmedida de inversores y prestamistas y la falta de responsabilidad de quienes toman préstamos, de quienes están encargados de monitorear las transacciones y de quienes deben administrar las economías de una nación, más allá del hecho de que la economía no es una ciencia exacta y predecible y de la simple constatación de que errar es humano.
Ante este panorama urge reflexionar sobre nuestras formas de actuar de cara a la sociedad a través de la administración pública, de nuestros emprendimientos y empresas, al interior de nuestras propias comunidades y grupos, incluso al interior de nuestras familias. ¿Qué valores inspiran nuestra forma de proceder? ¿Nos dejamos guiar por el “vale todo” o estamos en condiciones de dar un testimonio claro y valiente de los valores a los cuales adherimos? Obviamente los valores se transmiten mediante la educación, pero ellos no son puramente contenidos de información intelectual sino elementos de formación de la personalidad y necesitan del buen ejemplo vivenciado en la actuación cotidiana en todas las esferas de la vida, del buen ejemplo de padres frente a sus hijos, de maestros frente a sus alumnos, de dirigentes frente a sus subalternos, de gobernantes frente a los gobernados.
Deseo que este Foro Ecuménico Social continúe siendo un laboratorio en el que podamos rescatar las coincidencias en los valores que propugnan las diferentes premisas éticas de sus miembros y participantes y así podamos consensuar cada vez más acciones tendientes a fomentar y respaldar la responsabilidad social y ciudadana de nuestras empresas e instituciones de bien público.