Expirado
Cultura

El Rabino Darío Feiguin (Comunidad Amijai) cree que el diálogo intercultural que nos nutre a partir de la diversidad, nos convoca a partir de una motivación sublime, que debe comenzar por nuestra responsabilidad social traducida en acción. En ese sentido señala que la teología bíblica sostiene que el hombre tiene dentro de si la capacidad y la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. 

La nota en el Noticiero tenía un título provocador. Decía con letras bien grandes: “LA MALA LECHE”.

El doble sentido era claro: hacía referencia a la leche subsidiada, cuyo destino debía ser pibes de familias pobres en la provincia de Buenos Aires, pero que -en realidad y misteriosamente- aparecía a la venta en algunas ferias de Paraguay. Alguien, o algunos, se apoderaron de lo que no les corresponde, pero peor aún: privaron de tal vez su único alimento, a miles de chicos.

Todo robo es un delito. Hasta el simpático Robin Hood cometía un delito al robar a los ricos para darle a los pobres. Y la Biblia es categórica y sin vueltas; dice: NO ROBARÁS, a secas.

Pero no todos los delitos, ni todos los robos son iguales. Robar en una escuela, en un hospital, en una Iglesia, o robar la leche de pibes hambrientos, nos habla de lo bajo que caímos como sociedad, y de lo que somos capaces de tolerar, a partir de una moral relativista y a medida, de acuerdo a nuestra propia conveniencia.

Más allá de la crónica periodística y de la devaluación de nuestros valores éticos, me golpeó lo que el título provocador generó en mi espíritu.

Muchos pensadores y filósofos sostuvieron a través de la historia, que el hombre nace bueno por naturaleza, y que es la vida lo que lo transforma en malo. A diferencia de esta postura, la teología bíblica, llevada a la enésima potencia por el pensamiento rabínico en el Talmud y los Midrashim, sostiene que el hombre tiene dentro de si la capacidad y la posibilidad de elegir entre el bien y el mal. No estamos pre-determinados por un Moira o un Karma a ser buenos o malos. Elegimos ser lo que somos.

En este sentido, algunos ya aprendimos -y vemos clarito como el agua- cuándo las intenciones son buenas o malas, constructivas o destructivas, inclusivas o egoístas, sensibles o soberbias, frontales o traicioneras. En síntesis, sabemos cuándo hay buena leche o mala leche.

Los rabinos machacaban una y otra vez con esto: aléjate de quien viene con malas intenciones, y acércate a quien viene con buenas.

Todos los seres humanos nos equivocamos, especialmente aquellos que creemos que en la vida hay que HACER. Obviamente, quien hace menos se equivoca menos; aunque en mi opinión se pierde la oportunidad única de vivir con todo. Pero el tema no es equivocarse o no. El tema ni siquiera tiene que ver con el qué ni con el cómo. Tiene más que ver con el para qué; con las intenciones, con las finalidades, con aquello que no siempre está a la vista; especialmente entre quienes desarrollaron una gran destreza en el arte de la hipocresía y la manipulación.

Estoy hablando de las motivaciones y de lo que los rabinos llamaron Kavaná, que significa intención y sentido.

¿Qué se busca? ¿Qué hay más profundo? ¿Qué esconde una determinada actitud?

Con los años, aprendí a tenerle miedo, mucho más que a los lobos que muestran los dientes, a aquellos que se disfrazan de corderos.

Aprendí la lección con el dolor de la conciencia de haber perdido eso tan NAIVE y tan puro, que era mi ingenuidad juvenil.

Lloro por esa pérdida, como el autor del libro bíblico de los Proverbios que decía que cuanta más sabiduría, más sufrimiento.

Sin dudas, la conciencia nos hace más permeables. Pero hay un punto en el que no es posible seguir haciéndose el sonso.

La Biblia nos habla de los KORBANOT = las ofrendas. Había ofrendas de vacas, corderos, cabras, y hasta polluelos para los más pobres. Había ofrendas de granos y frutos. No importaba qué se traía al sacerdote como ofrenda.

Lo que importaba era que todos, sin excepción, traigan su ofrenda; como sugiriendo que todos tenemos algo para ofrecer.

Pero lo que más importaba era con la intención con la que se traían las ofrendas. ¿Para qué se traían? ¿Para ser el que más trajo? ¿Para ser reconocido? ¿Para que el tipo o tamaño de la ofrenda me dé mayor poder? ¿O se traían para ofrecer a través de ese animal, u objeto, el corazón?

El Korbán no era un sacrificio. El Hombre que traía su ofrenda, no sentía que estaba sacrificando nada. Es más, sentía que estaba recibiendo algo. Como lo sugiere la etimología, estaba haciendo un Korbán, es decir, estaba intentando estar KAROV = estar cerca de Dios, de los sentimientos más puros y de los afectos más sublimes.

No había ni una pizca de política, manipulación o mentira en el acto religioso del Korbán. Para poner esta tremenda idea teológica en un coloquial criollo, pero claro y contundente: “El hombre que traía el Korbán, se acercaba con buena leche”.

¿Y nosotros? No sé si leemos la Biblia a la luz de la Realidad, o analizamos la Realidad a la luz de la Biblia. Seguramente son las dos cosas.

Pero más allá de eso: ¿cómo traemos nuestra ofrenda? ¿la traemos? ¿Con qué intenciones? ¿Con qué finalidades? ¿Cuán religiosa y sincera es? ¿Cuán auténtica?

El diálogo intercultural que nos nutre a partir de la diversidad, nos convoca a partir de una motivación sublime, que en mi opinión, debe comenzar por aquí: Por nuestra responsabilidad social traducida en acción. Es esto lo que verdaderamente nos hermana, nos permite vencer la ignorancia y los prejuicios, y nos convoca a unirnos en una causa sagrada. Se resignifican en el trabajo conjunto aquellos valores que sostienen nuestra condición humana más esencial, porque nos hacemos socios de Dios en la recreación de un mundo más justo y de una vida más vivible.

Dios nos permita traer como ofrenda, de lo nuestro, lo mejor.